Capítulo 2: El ángel atrapado bajo el hielo del dolor

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Mientras el mundo exterior seguía su plácido curso, no hubo olvido para Sorrento de Sirena. No esa vez.

Había llegado a su pilar hecho trizas, sangrando profusamente con cada paso que daba y dejando estelas de sangre por donde pasaba, como una señal de lo que sufrió.

Su primer impulso fue querer dejarse caer en la cama, pero supo que aún no podía permitirse ese lujo. La mancharía sin remedio, y por nada del mundo debía dejar señales de lo que pasó. Nada que hablara.

Ahora vamos a dejar clara una última cosa... si hablas de esto con alguien más, siquiera con tu sombra, me tendrás aquí nuevamente. Y no tendré piedad contigo.

Con tu sombra...

No tendré piedad contigo...

Se dedicó a limpiarse las heridas, y a colocarse compresas frías. Había oído que eran buenas para detener hemorragias y desinflamar.

« ¿Dónde duele Sorrento...? ¿En dónde te duele? ¿Dónde te han herido...? »

La habitación del pilar del Atlántico Sur estaba llena de dolor. Noche tras noche, lo único que se podía oír era el llanto lastimoso de Sorrento. Noche tras noche, la almohada húmeda, producto de sus lágrimas amargas y del agua de las compresas frías que se colocaba.

Los ojos fresas perdieron brillo. Dolor era lo único que reflejaban. Permanentemente húmedos por el llanto, y rojos por no cerrar durante las noches, por temor a las pesadillas.

« ¿Por qué te han herido Sorrento? »

Nada, no has hecho nada, cabrón, salvo ser el imbécil que eres...

« ¿Por qué él te ha herido? ¿Lo has provocado? »

Lo hago para que entiendas de una vez quién manda aquí...

—Sí. Lo he provocado, por ser como soy...

Imbécil...

Dolor y placer en tu rostro...

Llevó las manos a sus oídos, como queriendo acallar las voces que resonaban en su mente.

—Por favor váyanse, déjenme solo...

***

Pasaron los días, y el moretón en su mejilla fue lentamente bajando. Sólo tenía una leve mancha amarillenta. Por fortuna no le había roto dientes ni nada. En realidad pudo haber sido mucho peor.

Sin embargo, era otra la herida que se resistía a cerrarse. Por más compresas frías que se ponía, el sangrado no se detenía, lo cual llenaba a Sorrento de angustia. Tan sólo había disminuido un poco su cantidad, pero nada más. Los primeros dos días, manchaba tres compresas al día. Tenía que estar cambiándoselas y lavándolas todo el tiempo, con la mirada perdida, y sus ojos fresas, que antes chisporroteaban de alegría pero ahora estaban cargados de tristeza.

Al cuarto día, sólo mojaba una compresa, para alivio de Sorrento. El dolor había remitido y podía caminar con más facilidad. Así mismo, el moretón había bajado por completo, sin dejar rastro en su piel.

No obstante, seguía herido por dentro, sin duda alguna. La peor de las heridas la cargaba en su espíritu. Aún seguía sin entender y sin aceptar, por qué Kanon le había despojado de lo único que le quedaba.

Noche tras noche, Sorrento tenía horribles pesadillas que revivían el horror vivido aquel día. Veía la expresión torva de Kanon, la sonrisa de maldito que esbozaba. Sentía la sangre correr cálida entre sus muslos y nalgas. Podía sentir los dedos de Kanon regándola por todo su cuerpo.

El cielo o el infierno del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora