Epílogo

514 27 6
                                    

Los días posteriores a la estadía de Leviatán por orden de Poseidón fueron de retiro y descanso, tal y como el dios lo había establecido.

En esos días, Sorrento había llevado a Kanon a su pilar para cuidarlo diligentemente mientras seguía su proceso de recuperación. Le lavaba las heridas, le hacía curas, y cuando era conveniente, le cambiaba los vendajes.

Una mañana, Kanon despertó y se consiguió con una visión celestial: Sorrento estaba a su lado, como siempre, atendiendo a su cuerpo herido.

—Parece un sueño ¿no? — murmuró, mirando al joven detenidamente, mientras éste hacía sus labores con pulcra eficiencia. Luego se detuvo para mirar a Kanon con sus fresas más brillantes que nunca.

—No es un sueño.

El marina mayor lo miró fijamente; le pareció que una vez más, ese jovencito había regresado a ser quien era antes, pero esta vez con experiencia y mucho más fuerte.

—Voy a cambiarme, Kanon, ¿me esperas?

—Seguro — asintió el Dragón Marino. Mientras Sorrento se iba, dejó su vista irse por el ventanal.

«Sorrento, es una maravilla tenerte de regreso. He descubierto lo mucho que te necesito. A ti, no a la criatura en la que pretendí convertirte. Esa fue la razón escondida detrás de todo este sufrimiento que te hice pasar… »

Pasaron varios minutos de silencio. Una brisa fresca se coló por la ventana, moviendo los flequillos de Kanon. Éste cerró los ojos, lleno de placer y regodeándose de la tranquilidad del ambiente y la frescura reinante.

— ¿Kanon?

Cuando el Comandante se volteó, se consiguió con una visión muy agradable: Sorrento estaba parado frente suyo, desnudo excepto una camisa inmaculada y blanca, abierta por el medio. En su pecho destacaban los adornos que Kanon le había puesto varias noches atrás; éstos refulgían con la luz.

Se quedó completamente impactado y alelado. Hermoso, como nada que hubiese visto jamás.

—No tengo palabras para describirte, Sorrento de Sirena…

El otro solo respondió con una sonrisa. Luego avanzó sin titubear hacia Kanon y se le colocó encima, cuidando de no lastimarle con su peso, aunque fuera mucho más liviano.

—Déjamelo a mí. Es tu turno de disfrutar.

Lentamente comenzó a quitarle la ropa; le abrió la camisa por el medio y deslizó las manos sobre aquel delicioso y fornido pecho. Kanon recibía gustoso esas caricias. A pesar de la lujuria, el rostro de Sorrento conservaba una intensa serenidad, como si esto fuese algo más que complacer un deseo carnal.

Con ese mismo rostro sereno, el joven Sirena despojó a Kanon de sus pantalones. Sostuvo su erección y le sonrió con ternura.

—No te preocupes. Esto formará parte de tus cuidados.

—P-pero, Sorrento, yo…— murmuró Kanon. El jovencito se había sentado sobre su erección y posó sus manos finas en el pecho del Comandante para poder hallar un punto de equilibrio y aceleró el ritmo.

—Está bien, no importa. No has tenido sexo en muchos días.

Con ojos muy abiertos, Kanon contempló desde abajo cómo sus argollas bailaban a su ritmo, arrojando destellos. El pálido cuerpo del joven Sirena se iba perlando poco a poco por la transpiración, y lejano, pero constante, oía el latido de su corazón.

«Éste eres tú, Sorrento de Sirena… »

— ¡Ah, Kanon!

«Debió ser así desde siempre… »

Una onda de calor recorrió sus ingles, y por instinto, sostuvo las caderas de Sorrento; jaló suavemente la camisa para quitársela y dejarle desnudo, admirándolo a plenitud la piel tersa. Luego acarició el vientre del joven Sirena y subió al pecho, donde jugó con los adornos, halándolos con delicadeza. Sorrento reaccionó diciendo entre gemidos:

—Sí. Te pertenezco, Kanon. Sí, soy tuyo…

Haciendo caso omiso a sus heridas, Kanon se levantó de repente, sentándose y rodeando con sus brazos el cuerpo del precioso marina. Sorrento pareció un poco alarmado.

— ¡Por favor recuéstate, Kanon! ¡Estás herido aun!

—No me importa, Sorrento…— susurró éste, y alzó la mirada para encararlo una vez más — si es por ti, no me importará…

Los ojos del joven Sirena brillaron; Kanon prosiguió, entre jadeos:

—No te lo dije antes, así que te lo digo ahora. Te amo, Sorrento de Sirena, y del mismo modo que me perteneces, este viejo dragón del mar también te pertenecerá. En cuerpo y alma.

—Por siempre y para siempre te amaré, Kanon de Dragón Marino...

El orgasmo nunca fue tan placentero como ahora. Los dos marinas que una vez se riñeron —uno por el dolor y el otro por el sadismo— ahora estaban juntos compartiendo un momento maravilloso, ahora que el amor había hecho su justo arribo para salvarles.

Del dolor vivido y transpirado por las recientes circunstancias ahora sólo quedarían cicatrices del pasado; el sufrimiento padecido sólo se convertiría en fuerza para alimentar los cimientos de un amor que prometía durar por años.

Nadie dijo en ningún momento que el amor era algo fácil. El amor no es gratis, y sólo se gana cuando se cobra conciencia del ser amado y de su existencia, así como la devoción para con esa persona amada.

A lo largo de sus vidas como marinas al servicio de Poseidón, Kanon y Sorrento enfrentaron la crudeza que sólo el odio, la rivalidad y las peleas pueden traer. Nadie dijo que ser un soldado al servicio de Poseidón era algo fácil. Sólo los mejores, sólo los más fuertes pueden ser capaces de llevar tan difícil encomienda.

El amor surge no solamente del noble sentimiento, como más de un poeta puede afirmar; también aparece tras el profundo odio y la reconciliación que el mismo conlleva en la mayoría de los casos. Y de ambos, odio y reconciliación, un profundo amor surgirá.

¿El cielo o el infierno del mar?

Aun no se sabe cuál de las dos podría ser, pero con un poco de suerte —y si el destino les sonríe— lo más probable es que sea el cielo lo que reine por una temporada más en el único templo donde el firmamento lo constituye el océano infinito, lleno de peligros y también de los más hermosos sueños.

Fin

El cielo o el infierno del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora