Louis se encontraba en la biblioteca, en el apartado de libros sobre la Segunda Guerra Mundial. En su clase de historia estaban trabajando la antigua invasión de los alemanes y pronto tendrían un examen importante, por lo que debía de obtener información de los libros si quería mejorar su criterio.
Revisaba algunos historiales de batalla, algunas novelas escritas según las vivencias de algunos afectados i repasaba fechas relevantes.
Se adentró en el tema profundamente, tanto que cuando su teléfono móvil comenzó a sonar, dio un respingo en su lugar por el susto. Una vez había calmado sus latidos, aceptó la llamada sin ver previamente de quien era, aunque aquello era bastante obvio.
—¿Lou?
—Harold.
—¡Hola, Lou! —saludó Harry, al otro lado de la línea. El Alfa se había quedado en casa porque tenía fuertes dolores de cabeza, debido a la fiesta de Halloween de hace dos días.
Dos días que pasó acurrucado con su Omega, comiendo sopa calentita i chocolate caliente. Pero el lunes había llegado y Louis tuvo que marchar a la universidad, dejando a Harry solo en casa, ya más recuperado, pero no suficientemente como para asistir a clase.—Hola, Alfa. —sonrió. —¿Qué pasa?
—Mmm... ¿Falta mucho para que llegues a casa? —preguntó, tímido.
—Un poco.
—Oh.
—¿Oh? —imitó el Omega, tornando su voz un poco más grave y lenta. —¿Qué has hecho ahora, Harry?
—Uhmm... Bueno tal vez yo... he arruinado un par de cositas. —se aclaró la garganta. —Accidentalmente.
Louis suspiró cansado. Ya casi había terminado de memorizar las fechas importantes, que era lo último que debía hacer. Únicamente tenía que hacer el préstamo de algunos libros para poder llevarlos a su casa y estaría listo.
Se levantó de su asiento en una pequeña mesa de madera oscura, cogiendo siete libros entre sus pequeñas manos y registrándolos en recepción para así poder llevárselos a casa. Seguidamente, los guardó en una bolsa de tela estampada que tenía y subió a su bicicleta, pedaleando con cuidado hasta llegar a su pequeña casita.
Abrió la puerta con la llave y buscó a su Alfa con la mirada. —¿Harry?
—Hola, Omega. —saludó el rizado desde el umbral de la puerta de la cocina, sonriendo incómodamente. —¿Qué tal la biblioteca?
—¿Qué has hecho? —el Omega caminó directamente hacia la cocina, Harry se paró delante de él, impidiéndole el paso. Louis alzó una ceja, mirando directamente a los ojos verdes del Alfa. Harry tragó saliva. —Edward. —advirtió.
El Alfa suspiró y dejó pasar al ojiazul a la cocina.
Louis abrió los ojos como platos, aquello estaba mucho peor de lo que había imaginado.
La pequeña isla de mármol estaba repleta de papeles arrugados y sucios, el horno permanecía abierto, expulsando humo gris. Y frente a Louis, en la mesita de la cocina, se encontraba un pastel de varias capas de chocolate.
El pastel, a diferencia del resto de la cocina, permanecía pulcro y perfecto en un soporte de hierro que habían comprado en su viaje a Oslo, el año pasado.El Omega parpadeó un par de veces, mirando atónito al pastel. —¿Qué has-
—Quería hacerte un pastel por cuidar de mí estos días y por ser un Omega increíble, maravilloso, impresionante y espectacular. —habló rápidamente, rascando su nuca en señal de nerviosismo. —Pero tal vez desordené la cocina un poquito.
—¿Poquito?
—Sí...
Louis volvió a centrar su mirada en Harry, quien miraba a sus pies, cubiertos por dos calcetines de lana de color rojo. El Omega se puso de puntillas y besó los labios de Harry. —Aunque hayas hecho un pastel no te salvas de limpiar todo esto, Alfa. —susurró con un tono de voz dulce en el oído del rizado. —Ahora, córtame una porción de pastel. Tengo hambre. —dijo para luego retirarse de allí, caminando hacia el salón para sentarse en su sofá.
Harry suspiró y se encogió de hombros. —Lo venía venir.