8. Pérdida

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- ¿Cómo se encuentra? - Preguntó Horacio a la doctora encargada. Quería escuchar la respuesta, pero a su vez, temía por la misma.  

- Está grave caballero... Muy grave...

- ¿Qué significa eso? - pregunto Conway con solemnidad. Como lo había previsto, este era el final...

- Las probabilidades de que continúe con vida son muy pocas caballero... - contestó la doctora con pesar y tristeza. No era la primera vez que trataba un caso tan complicado. Sabía que pronto se debía tomar una decisión... Usualmente, una dolorosa.

Al escuchar aquella respuesta por parte de la doctora, Horacio entró en razón. El repentino dolor de cabeza lo había dejado desorientado. Otra vez, estaba dentro de una visión. Un recuerdo ilusorio o verídico de su subconsciente. Con honestidad, estaba fuera de lugar, ya que se sentía aprisionado. Estaba viendo una realidad que no conocía o por lo menos, había olvidado. No podía cambiar aquello que sucedía. Solo podía observar y esperar lo mejor. Aunque, con aquel escenario, nada bueno podía ocurrir...

Volkov... El gran comisario Viktor Volkov, la persona que lo alentó cuando recién ingresó a la fuerza, el oficial que se desilusionó cuando lo vio como un criminal, el hombre que trató de protegerlo hasta su último aliento y por supuesto, su primer amor... Estaba postrado en una cama, conectado a varias máquinas, tratando de alargar su vida un poquito más.

Viktor iba a morir.

- Las balas que se fragmentaron dentro de él dañaron los pulmones y el corazón. Los pulmones no trabajan por sí solos y el corazón va a fallar en cualquier momento. Durante la cirugía, presentó un paro. En esos instantes, el cerebro dejó de recibir oxígeno y eso complicó mucho más las cosas... - explicó la doctora a Conway.

- ¿Durante cuánto tiempo? - preguntó el Superintendente. Este quería comprender la magnitud de los daños.

- 20 segundos de paro. - respondió con sinceridad la doctora.

- ¿No hay ninguna posibilidad de que despierte? - Preguntó un dolido Horacio, el cual se sentía culpable. El Inspector tenía sobre sus hombros un gran peso. Si bien no rememoraba lo ocurrido, algo en su interior gritaba de frustración y agonía. Su conciencia lo responsabilizaba... Este desastre, esta pérdida y fracaso eran el resultado de sus decisiones.

- Está sufriendo mucho caballero... Está sufriendo mucho y lastimosamente, seguir manteniéndolo con vida con las máquinas, es solo alargar su agonía. - Contestó nuevamente con sinceridad la doctora. Al leer el ambiente de la habitación, la joven mujer resolvió dejarse de rodeos. - Lo único que lo mantiene con vida son las máquinas. No se cuánto tiempo va a resistir... Aguanto demasiado.

- Esto no puede acabar así... - Dijo Horacio rompiendo en llanto.

- De verdad... De verdad, lo siento. - Dijo la doctora, luego de recibir la aprobación de Conway para desconectar al comisario. Darle una muerte digna y un descanso eterno era lo mínimo que podían hacer por su amigo y compañero.

El ruso terminó con honores su última misión.

Las palabras de la doctora y la orden de Conway fueron cuchillos que atravesaban su alma. Desde que su padre lo abandonó, no había sentido un dolor similar. La pérdida de un ser querido. Una persona que amo, respeto y quiso con la inocencia más genuina que puede garantizar un hombre. Su pecho ardía y su respiración era entrecortada. Su corazón se había ido junto al ruso terco de dos metros. El comisario tan brillante y solidario con sus compañeros. En definitiva, ese día había muerto en vida. Aquello que experimentaba era demasiado. No lo podía creer... estas visiones tenían que ser un error. Viktor no podía estar muerto...

Con ese último pensamiento, Horacio regresó al bar. Las paredes del hospital y los diferentes sonidos de las máquinas conectadas al ruso desaparecieron. El recuerdo había acabado, revelando una verdad que no podía ser cierta. Un hecho que se negaba a considerar. En medio de su debate interno, una pequeña tos llamó su atención. Viktor... Aunque, ¿realmente ese era Viktor Volkov?.

Por su lado, el ruso se había recuperado con ayuda de las indicaciones del Inspector, el cual de un momento a otro, entró en una especie de trance. Volkov podía denotar las implicaciones de aquello. Luego, su teoría se confirmó una vez observó el rostro del menor. Horacio había recordado. No sabía con exactitud qué fragmento de la historia, pero sus ojos reflejaban el horror de la bizarra situación. Ya no había retorno...

Las cartas estaban sobre la mesa. 

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