3. Dardos

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Sin resultados, Volkov y Horacio intentaron salir del bar. Juntos patearon la puerta principal, la cual no se movió ni un centímetro. Luego, se dirigieron al área de ascensores para comprobar la existencia de otros pisos. Ninguno de los dos elevadores llegó a la planta donde se encontraban. De ese modo, decidieron caminar por los pasillos y escaleras, hallando laberintos con habitaciones y baños vacíos. Ninguna sala poseía ventanas o ductos de ventilación. Por otro lado, no había televisores, teléfonos o algún medio de comunicación. Por tanto, quedaron completamente aislados. Finalmente, durante su pequeña exploración, descubrieron que estaban solos en aquel extraño lugar, haciendo aún más terrorífica la situación.

Sin otra opción, Viktor y Horacio debían jugar...

- Como les indiqué en un principio, no pueden salir del bar, hasta que termine el juego... - Señaló con aburrimiento el barman.

- Yaaa... Y.. Bueno, ¿qué pasa si no queremos jugar? ¿Qué pasa si nos negamos? - Pregunto el chico de cresta de mala gana. Algo le decía que la respuesta era obvia. Aunque, no quería perder la fé. "1% de probabilidad, 99% fé", pensó Horacio.

- Yo no recomiendo esa posición... - Dijo el barman retirándose con calma de la barra, dejando ver a los oficiales una escena dantesca.

El fondo de la barra, donde hace unos instantes se apilaban copas, vasos y botellas de alcohol, se había dividido en dos secciones, convirtiéndose en una puerta secreta. Esta dejaba al descubierto un sin fin de cuerpos colgados y amarrados del techo. Aquel panorama fue suficiente para encender todas las alarmas dentro del cuerpo del ruso, quien agarró con firmeza la mano del menor para llevarlo atrás de su espalda. Viktor tomó el control de la situación, interponiéndose entre Horacio y el aparente asesino serial. Si las cosas se ponían aun más turbias, sin dudar daría su vida por el inspector.

- V..Vik..Viktor... Esos... esos son cadave... - Horacio estaba temblando, a pesar de querer mantener la calma. Cuando sintió el agarre del ruso, solo se dejó llevar.

- Eso... Eso parece Horacio... No te muevas de tu posición, ¿me entendiste? Yo me encargo de esto. En... en este caso, recuerda que... yo... soy su superior... - Dijo el ruso con supuesta seguridad, ya que sus dientes rechinaban un poco al mantener la mandíbula tensa. No podía mentirse a sí mismo, estaba aterrado. Tenía miedo por su vida y la de Horacio. No obstante, tenía que aguantar y hacer lo que mejor se le da, negociar...

- Entendimos... En ese caso, ¿qué debemos hacer? - Finalizó Volkov con gran determinación. 

- Lo único que puedo decirles es que deben poner sus vidas en juego y participar. Si no hay más interrupciones... - Sin dejar contestar al ruso, el barman sacó de su bolsillo una pequeña caja con un botón rojo. - Si presiona este botón, la ruleta empezará, por ende, el juego también. Mucha suerte.

- Volkov... estas... ¿Estás seguro de esto? - Preguntó con desconfianza el menor. Si bien era su única salida, no le gustaba para nada los términos de la misma.

- De momento Horacio, no podemos hacer más nada. No sabemos de que sea capaz este sujeto si nos rehusamos o seguimos dando largas al asunto. Solo... solo podemos obedecer y seguir con esto... Te prometo que saldremos de aquí juntos... Confía en mí, por favor - Terminó el ruso para luego, en un rápido movimiento oprimir el botón indicado.

Mientras que el pequeño ventanal, el cual había sido revelado con anterioridad en su primera charla con el barman, trataba de escoger un juego al azar, Volkov parecía no soltar las últimas palabras dichas al chico de cresta. "Horacio, confía en mí", una frase tan sencilla que le traía un pequeño dolor de cabeza. Así mismo, su subconsciente parecía entablar una relación con un pasado distante, casi irreal...

- Baje el arma... - Volkov pronunció en voz baja sin querer.

- ¿Qué dijo? - Preguntó Horacio confundido.

- N..Nada Horacio, no he dicho nada. - Horacio no le creyó ni media. Lo había escuchado perfectamente. "Baje el arma" pensó el menor. Aquella oración, se le hacía tan familiar y desconocida al mismo tiempo. Seguro, todo le resultaba ilusorio, debido al problema actual. Así pues, Horacio dejó morir el tema.

De un momento a otro, el ventanal señaló el juego en cuestión, Dardos. 

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