Capítulo 47

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Durante una mañana, Loreta se encontraba sola en la mansión Fortunato, puesto que su prometido y los padres de este, habían ido a casa de Víctor Fortunato. Ella no acudió a la mañana de bordado de las damas, puesto que se encontraba doña Leona acompañando a su hija Emelina y preguntaría quién era ella, al verla en el lugar.

Como una buena estudiante, se había dedicado a practicar la lectura. Deseaba que Sebastián estuviera orgulloso de ella y quería darle la satisfacción de su esfuerzo.

Un criado toca a la puerta de la biblioteca y le informa a Loreta, que había un hombre en la entrada que preguntaba por ella.

Aquello asusta a la pelirroja, así que decide salir para ver quién era.

Al cruzar los jardines y llegar al enrejado de la propiedad Fortunato, Loreta ve a un hombre delgado, de brazos fuertes, con una sonrisa maliciosa al verla, de cabello desaliñado y barba crecida, de un color rojizo al igual que ella.

— Después de que Cristín me dijera que te vio en el mercado, vestida como una señora ricachona, no lo podía creer...

Loreta mira en dirección donde estaban los guardias de la puerta y regresa la vista al hombre de manera preocupada.

— ¿Podemos conversar en otro lado?

— ¿Por qué? ¿Te avergüenzas de tu padre? Claro, como no soy rico, ni sofisticado... solo un pobre diablo que tiene una mal agradecida de hija...

Loreta hace caso omiso y se aleja de la puerta con la vista clavada en el piso, para estar a una distancia prudente de la mansión Fortunato, hasta que siente cómo la empujan con fuerza contra una pared.

— No te hagas la tonta — continuaba el hombre increpándola — las rameras en el burdel, solo dijeron que te fuiste de la ciudad, tu hermano les pidió a los muchachos que te siguieran el rastro...

— Papá, por favor... ahora yo estoy bien — gimoteaba Loreta del miedo que sentía, por haber hecho enfadar a su padre.

— ¿Por qué ahora te crees con el orgullo suficiente para pensar que no me debes nada? Dame mi dinero.

— Pero ya no tengo dinero, deje de trabajar — Loreta presionaba sus manos sobre el vestido, para controlar el temblor y evitar llorar — me casaré, solo te pido por misericordia que me dejes ser libre. Ya por mucho tiempo trabajé para darles lo que ganaba.

— ¿Te casarás con uno de los ricachones? — el hombre comienza a carcajear — Que se va a casar contigo, solo quiere que abras las patas sin pagarte, y tú la muy estúpida, cree que es por amor... bueno, nunca fuiste muy inteligente.

— Por favor, te lo ruego... te daré dinero...

— Claro que sí, les cobraré a esos ricos todo el dinero que me deben por llevarse a mi niña y no pagar. Ya me deben varios meses.

El hombre mira las manos de Loreta y ve el anillo de compromiso. Rápidamente la toma y comienza a jalar de su dedo para quitarle la joya, lastimándola al hacerlo.

— No, Papá, por favor... es mi anillo de compromiso, no me lo quites — lloraba Loreta.

— ¿Así que de verdad te dijeron que se casarían contigo?... esos malditos, como juegan con las ilusiones de una pobre tonta

— Es la verdad Papá

— Entonces deberé ir a visitar a mi yerno y mis consuegros, ya que seremos familia... debemos conocerlos, ¿no te parece?

— Papá... te lo suplicó, por lo que más quieras... — Loreta lloraba agitada por el miedo que tenía.

— ¿Te avergüenza tu familia?... por eso te marchantes del burdel sin avisarnos. Como has encontrado gente más bonita, te olvidaste de dónde vienes y quién eres... olvidaste a tu madre, mala hija...

Un Amor Tan TraviesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora