6. Cautivo

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No pasaron muchos días dentro de la mazmorra. Aún así, Wei Qingze sintió que podía contar cada hora en la que, atrapado sin luz, con frío y con la pestilencia de un penetrante aroma al que gradualmente se iba acostumbrando, seguía esperando el día de su juicio. Una vez al día lanzaban al suelo un plato de un raro puré de dudosa elaboración como alimento. Todo eso podía soportarlo, pero los gritos y lamentaciones de otras celdas le erizaban la piel, cada que escuchaba decir:

“Por favor, no quiero estar aquí”

“Mi esposa, necesito saber cómo se encuentra”

“No soporto este dolor, por favor ayúdenme”

“Malditos sean, ministros de mierda”

Nunca pudo ver a los otros detenidos. Sin embargo, se decía que en las celdas contiguas había de todo tipo de infractores. Podía tratarse de rebeldes, asesinos, fraudulentos, ladrones, asaltantes, violadores o acosadores. Lo realmente seguro, es que se trataba de gente desde la ciudad, hasta del último rincón de Lanling. Eran capturados si se le acusaba de alguno de estos crímenes.

El lugar era una prisión preventiva. Muchos llegaron tras haber recibido golpizas o amenazas contra su familia o patrimonio, por parte de quienes los capturaban. Al no haber recibido aún una condena, quedaba cierta consideración en aquel lugar.

Los guardias alardeaban que ir a las celdas del fondo podía ser lo peor para un condenado. No sé conocía testimonio de algún detenido, forzado a entrar ahí, pero quien entraba a ese lugar, sólo podía salir de dos maneras: muerto o desquiciado.

Cada que Wei Qingze pensaba en ello, sentía una corriente helada por sus venas. Sin embargo, aunque todo pareciera desolador, aún tenía fe en que saldría de aquel terrible lugar.

Unos pasos resonaron cada vez más fuerte. De pronto su puerta se abrió.

Un hombre robusto, de bigote ralo y vientre prominente. Varias joyas colgaban de su cuello así también anillos de oro y piedras preciosas. Al sonreír, un diente dorado le hacía verse más repulsivo. Era Jin Feixan, Ministro de Tesorería. Llegó acompañado de dos cultivadores.

Dentro del frío en aquel lugar, Wei Qingze volvió a sentir el calor de la rabia que le despertaba aquel funcionario. El recuerdo de la agresión a su clan se volvía presente. Con desprecio, el funcionario tomó la vara que llevaba en su manga, y alzó el mentón del detenido.

–         Así que tú eres quien hirió a mis recaudadores. Luces más insignificante de lo que imaginé.

Wei Qingze le sostenía la mirada. –  ¿Qué viene a hacer aquí?

El Ministro miró los alrededores de la celda, alumbrada con antorchas, sin disimular el asco. – Esto es poco frente a lo que te espera. He venido a advertirte que no servirá de nada que el Líder de Secta quiera protegerte. Me encargaré de que mueras aquí. Después iré tras los tuyos.

Wei Qingze escupió hacia el Ministro de Tesorería. – No será tan fácil.

Jin Feixan dió una repugnante carcajada, que le provocó toser un escupitajo frente al detenido. – ¿Lo dices por el Patriarca Yiling? Si interfiere, haré que venga a hacerte compañía. Lo mismo será para el viejo Xieng, su hija y esos que se rebelaron aquella vez. Escoria como ustedes no debe existir en el mundo.

Tras decir esto, el Ministro giró para salir del lugar. Los cultivadores que lo escoltaban se acercaron a Wei Qingze. Uno entró a darle un golpe duro en el estómago que le hizo escupir sangre y el otro lo tiró en el suelo nauseabundo de una patada.

Después de cerrar la celda, alejaron sus pasos, dejándole sangrando de la boca y mascullando su odio en la oscuridad.

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