Un Corazón Blindado

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Con dedos temblorosos Anton habrío la puerta y fue corriendo a la ventana. Suspiró aliviado cuando vio que los vampiros aún seguían sentados en el tejado.

—¡Rüdiger! ¡Anna!— gritó, y lo hizo con tanta alegría que le salió la voz muy chillona.

Volvieron sus cabezas.

—¡Anton!— exclamó Anna levantándose y corriendo hacia Anton. Pero el pequeño vampiro fue más rápido: voló por encima de Anna y aterrizó en la habitación.

—Hola, Anton— dijo con una sonrisa.

—¡Hola, Rüdiger!— dijo Anton— Hola, Anna— añadió rápidamente, pues Anna estaba entrando en la habitación.

—¡Bienvenido a Transilvania!— dijo Rüdiger, dejando al descubierto sus fuertes y agudísimos colmillos y mirando con codicia el cuello de Anton.

Anton dió un paso atrás.

—Eh... —dijo— ¿Qué es lo que te propones?

—¿Qué es lo que me voy a proponer?— pregunto el pequeño vampiro haciéndose el ignorante y acercándose a Anton.

—Rüdiger solo quiere darte un susto— le declaró Anna— ¡Para que descubras lo mucho que se alegra de volver a verte!

El pequeño vampiro se rió burlón y replicó:

—Tú has hablado de Anton muchas más veces que yo— y volviéndose a Anton añadió—: Todas las noches preguntaba que cuando iba a venir por fin su Anton

—¿Mi Anton?— repitió Anna— ¿Quiere eso decir que tú renuncias a Anton?

—Naturalmente que no— gruñó el pequeño vampiro.

—¡Qué pena!— opinó Anna— mi hermano te ha echado de menos tanto como yo— le desveló a Anton— lo que pasa es que no lo quiere admitir.

El pequeño vampiro, cortado, hizo crujir sus largos y nervudos dedos.

—Es que tiene el... ¡corazón blindado!— dijo ella con una risita y, antes de que Anton pudiera explicarse cómo, Anna le había dado un beso en la punta de la nariz— ¡Pero yo no tengo el corazón blindado!— hizo saber.

—En cambio si que tienes otra cosa— observo caustico el pequeño vampiro.

—¿Qué?

—¡Tienes poco tacto!

Anna se puso colorada.

—¿A ti también te lo parece?— le preguntó a Anton.

—Ejem...— dijo Anton carraspeando— yo no sé muy bien que es eso — afirmo; y para apaciguar los ánimos de Rüdiger añadió—: Y tampoco sé que es el tener el “corazón blindado”.

—¡Bah! ¡Probablemente porque tú también lo tienes blindado..., ¡Igual que Rüdiger!— bufó Anna retrocediendo con rapidez hacia la ventana.

—¡Anna!— dijo consternado Anton.

—Déjala— dijo el pequeño vampiro— al fin y al cabo, entre nosotros está de más.

Anna sollozó, luego extendió los brazos debajo de su capa y salió volando.

—Lo de “blindar mis sentimientos” también puede tener sus ventajas— observó Rüdiger— ¡Al contrario que mi hermana, esa resiemprida, yo tengo mis sentimientos bajo control!

—Resentida— le corrigió Anton— se dice resentida.

—yo digo resiemprida... porque Anna siempre esta resentida— dijo con una risita— ¡Bueno y ahora vente!

—¿Adónde?— preguntó dubitativo Anton.

—¡Quiero enseñarte mi vieja patria!

El pequeño vampiro sacó otra capa de debajo de la suya y se la tendió a Anton.

—Toma, hace ya casi una eternidad que cargo con esta capa. ¡Aunque ya no estaba muy seguro de que fueras a aparecer!

—Es que no me podía imaginar que vivías en Sibiu— repuso Anton— mis padres y yo hemos recorrido media Rumania buscándote.

—¿En serio?— dijo halagado Rüdiger— ¿Y por dónde habéis estado?

—En Bistrica, en el Desfiladero de Bongo, en Sighisoara, en Brasov, en el castillo de Bran...

—¡Pues menuda vuelta habéis dado!— opinó el pequeño vampiro— por cierto..., yo no vivo en Sibiu

—Ah, ¿no? ¿Dónde entonces?

—¿Por qué tan impaciente?— contesto Rüdiger— ¡confía en mí y ponte en mis manos!... Y ponte de una vez esa capa...

Anton que se colocó despacio la agujereada capa de vampiro, que despedía un penetrante olor a moho y a naftalina.

—¿Qué pasa?— exclamó el pequeño vampiro, que ya estaba fuera, suspendido en el aire delante de la ventana.

—¡Ya voy! ¡Ya voy!

Anton fue corriendo hasta la puerta de su habitación y echo el pestillo. Luego se subió al alféizar de la ventana. Palpitándole el corazón miró el techo de cristal que había debajo. Allí seguían desfilando las modelos y el presentador continuaba haciendo sus comentarios en rumano.

—¿Tienes miedo?— preguntó con una risita sarcástica el pequeño vampiro.

—El miedo es para vencerlo— contesto Anton esforzándose porque su voz sonara firme y decidida.

Movió arriba y abajo los brazos por debajo de la capa... ¡Y echó a volar!

𝑬𝒍 𝑷𝒆𝒒𝒖𝒆ñ𝒐 𝑽𝒂𝒎𝒑𝒊𝒓𝒐 𝒚 𝒆𝒍 𝒑𝒂í𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑪𝒐𝒏𝒅𝒆 𝑫𝒓á𝒄𝒖𝒍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora