Yo no nos denominaría fantasmas

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Desde la lejania, Viscri no parecía diferenciarse de otros pueblos, pero según se fueron acercando, Anton tuvo la impresión de que allí había más casas abandonadas y en ruinas. Únicamente se veía luz en una ventana y había un silencio como el que reinaba en el «lugar de paz»

—¡Pero si esto es un pueblo fantasma!— exclamó Anton bajando la voz instintivamente.

—Yo no nos denominaría fantasmas...—repuso Rüdiger.

—¿Es que aquí ya no hay ni un solo ser humano?— preguntó angustiado Anton.

—No hay ni demasiados ni demasiados pocos— contestó el pequeño vampiro.

—¡Eso no lo entiendo!

—Oh, eso es muy fácil de entender. Antiguamente, cuando en Cripta Negra vivía aún cientos de sajones de Sieteburgos, esté no era un lugar muy bueno para vampiros. ¿Por qué tu crees que tuvimos que marcharnos de  aquí mi familia y yo?

—Ni idea— dijo Anton conforme a la verdad— ¡Pero me gustaría saberlo!— añadió.

—¿Ves las torres que hay alli atrás, en las montañas?— preguntó el pequeño vampiro— Forman parte de la Iglesia-fortaleza.

—¿La iglesia-fortaleza?

—Sí. En Transilvania antiguamente las iglesias se construían como enormes fortalezas defensivas.

—¿Para defenderse de vosotros los vampiros quizá?— preguntó Anton.

Rüdiger soltó una carcajada y contestó:

—¿Te has olvidado de que nosotros podemos volar? No, para defenderse de los otomanos, que irrumpían una y otra vez en Transilvania y asolaban y quemaban comarcas enteras.

—¿Asolaban?— preguntó Anton.

—¡Oh sí!— confirmó el pequeño vampiro— ¡Nuestro castillo Schlotterstein, que estaba no muy lejos de aquí, en un claro del bosque, lo destruyeron hasta los cimientos! Sólo pudimos salvar nuestros ataúdes. Desesperados, tuvimos que buscar refugio en la iglesia-fortaleza... ¡En el sótano abovedado, naturalmente!— añadió cuando vio la cara de incredulidad de Anton— allí estamos asalvo de los otomanos.

El pequeño vampiro suspiró y siguió diciendo:

—¡Pero entonces comenzaron a sonar las campanas! Ya no pudimos volver a estar tranquilos: campanas por la mañana, campanas al mediodía, campanas por la tarde..., y cuando moría alguien se pasaban una hora entera tocando las campanas. Mi madre, Hildegard, tenía continuos dolores de cabeza, a mi padre, Ludwig, le salió una ulcera en el estómago; tía Dorothee estaba siempre irritada, mi tío Theodor se volvió melancólico, mi abuela, Sabine, tenía arritmia, mi abuelo Wilhelm, perdió completamente el apetito, Lumpi estaba tan nervioso que le salió acné... Sí, y cuando al final, para bien o para mal, más bien mal, construyeron además la escuela debajo de nuestra cripta Schlotterstein..., ¡Nos marchamos definitivamente de Transilvania!

Sorbió por la nariz y añadió:

—Sólo se quedó mi tía abuela Brunhilde. Imagínate: ¡le encantan las campanas! Pero es porque está casi sorda y ya no puede oír nada excepto las campanas.

— ¿Tienes otra tía?— dijo Anton pensando angustiado en la tía sanguinaria de Rüdiger, Dorothee.

—No es realmente mi tía —contesto Rüdiger— procede de la estirpe de los Von Fledderzahn. ¡Y gracias a ella recibimos la maravillosa noticia!

—¿Qué noticia?

—¡Nos envío una carta a través de Richard el Rencoroso en la que nos dice que Cripta Negra había vuelto a ser un lugar agradable para nosotros los vampiros! ¿No lo ves?— dijo señalando una casa particularmente ruinosa que había debajo de ellos— ¡De los sajones de Sieteburgos no queda ni uno!

Anton se sobresaltó.

—¿Quiere decir que vosotros habéis...?

Dudo si decir en voz alta o no lo que sospechaba.

—No, no— lo tranquilizó el pequeño vampiro— eso lo hicieron los rumanos.

—¿Ellos fueron los que...?

—¡No, no es lo que estás pensando! Los rumanos dejaron bien en claro a los sajones que su presencia aquí ya no era grata y que debían regresar a su país del que vinieron hace setecientos años

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⏰ Última actualización: Jan 27, 2022 ⏰

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𝑬𝒍 𝑷𝒆𝒒𝒖𝒆ñ𝒐 𝑽𝒂𝒎𝒑𝒊𝒓𝒐 𝒚 𝒆𝒍 𝒑𝒂í𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑪𝒐𝒏𝒅𝒆 𝑫𝒓á𝒄𝒖𝒍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora