A la mañana siguiente desayunaron en un salón enorme.
-Esto es un auténtico salón de baile- opinó el padre de Anton señalando las arañas de cristal que colgaban del techo. Los camareros no habrían desentonado en un baile: vestían traje negro, camisa blanca y pajarita negra.
Con el camarero joven que se acercó su mesa, los padres de Anton se entendieron en inglés; con poco éxito, le pareció a Anton, pues el camarero no hacía más que mover una y otra vez y decir: <<¡No!>>
-Tienen muy pocas cosas- le susurró su madre al oído de Anton- No hay ni leche, ni huevos, ni yogur, ni cereales, ni fruta...
-¿Y qué vamos a desayunar entonces?- preguntó indignado Anton.
- Espérate a ver qué nos trae el camarero- contestó su padre.
Un cuarto de hora después apareció el camarero con un vaso para Anton llenó de líquido amarillo, dos grandes tazas de café turco para los padres de Anton, un plato con pan moreno chamuscado, un poco de mantequilla y mermelada y cuatro finas rodajas de embutido.
Anton se quedó sin habla.
-Se supone que tú bebida es zumo de naranja y al pan carbonizado lo llaman tostadas- dijo su madre intentando reírse. Le hizo una seña al camarero y pidió otra clase de pan..., ¡no tostadas!
El señor Robert probó el café y dijo.
-Humm, está bueno...¡Nos lo hemos ganado después de la noche tan terrible que hemos pasado!
-¿Terrible?- preguntó Anton mordiéndose los labios- ¿Acaso mamá ha gritado en sueños? ¿O es que ha roncado muy fuerte?
-¡Naturalmente que no!- contestó ella- lo que pasa es que anoche tu padre tenía a toda costa que cambiar el dinero anoche mismo...
-Teníamos- corrigió su esposo- ¡Los dos queríamos cambiar dinero! Fuiste tú la que propuso que cambiáramos trescientos marcos. Yo hubiera cambiado sólo cien.
-¿Trescientos marcos? ¿Tanto?- se asombró Anton.
Su padre asintió:
-En cualquier caso, los dos empleados del hotel nos dieron más rumanos de los que nos hubieran dado en una oficina de cambio.
-Y después tu padre quiso tomarse de vino- siguió diciendo la señora Helga.
-Y tú también- recalcó su esposo.
-Sí, cuando aquellos dos jóvenes nos consiguieron la botella, yo también bebí un vaso- admitió ella.
-Y luego de repente empezamos a desconfiar- dijo el señor Robert.
-¿A desconfiar?- repitió Anton- ¿De qué? ¿De que fuera dinero falso?
-¡No, de que el vino estuviera envenenado!
-¿Envenenado?
-Pensamos que tal vez le había echado un somnifero. Es que la botella ya estaba abierta ¿sabes?
-Y los dos empleados del hotel podían imaginar fácilmente que teníamos más dinero- añadió la madre de Anton- De repente pensamos: ¿Qué pasaría si han echado algo en el vino y esperan que nos quedemos dormidos? ¡Podrían entrar entonces a nuestra habitación con su llave maestra y desvalijarnos! Y no nos daríamos cuenta de nada porque estaríamos bajo el efecto del somnifero.
-Sí, y entonces no nos atrevimos a acostarnos- completo la frace el padre de Anton- ¡Hemos pasado toda la noche despiertos!
-La próxima vez iremos a una oficina de cambio- dijo su esposa- Aunque allí nos den menos.
-Sí- corroboró el señor Robert- ¡La próxima vez seremos más listos!
Pero la gran sorpresa se la llevaron cuando fueron a comprar vales de gasolina en la ventanilla de turistas del hotel. Descubrieron que la noche anterior no les habían dado más, ¡sino menos!
Habían cambiado sus marcos alemanes por rumanos a un tipo de cambio completamente diferente al real. El padre del pequeño Anton había leído en una guía rumana que por cada marco alemán daban cinco rumanos. Los empleados del hotel le hubieran debido dar 1500 por sus 300 marcos. Pero él les había pedido 2000..., pensando que así ganaba 500.
Pero en la ventanilla para turistas se enteró por un marco alemán no daba cinco, ¡sino 110! ¡Así que los empleados de hotel deberían haberle dado por lo menos 33000!
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𝑬𝒍 𝑷𝒆𝒒𝒖𝒆ñ𝒐 𝑽𝒂𝒎𝒑𝒊𝒓𝒐 𝒚 𝒆𝒍 𝒑𝒂í𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑪𝒐𝒏𝒅𝒆 𝑫𝒓á𝒄𝒖𝒍
De TodoAnton y sus padres realizan un viaje turístico a Transilvania, dónde vive ahora el pequeño vampiro y su familia. ¿Es el Conde Drácula un mito o una realidad? En Transilvania, Anton, una noche desciende a la Cripta negra en la que las criaturas de la...