2. Una vida diferente

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El calor en la habitación hace desaparecer el frío de la mañana, las mantas son frescas pero acogedoras. Me acomodo en la cama y siento algo apretarme la cintura, mi mano baja hasta encontrar esa presión y abro los ojos cuando mi palma roza con la mano de Bastian que me apresa contra él. La tomo y la deslizó hasta devolverla a su lugar sigilosamente.

Me vuelvo a acomodar en la cama, pero el sol empieza a colarse por las ventanas así que me doy vuelta para dormir boca abajo pero no mido el espacio y termino en el suelo. Aunque parezca insólito esto me pasaba cada mañana.

—Mierda, esto no me pasaba en la base. Ni cuando nos despertaban por sorpresa. —me quedo en el suelo viendo la lámpara en el techo, escucho las sábanas moverse y una voz gruesa cansada.

—¿Estás bien? —dice Bastian, pero vuelve a quedarse dormido en menos de un instante, debería relajarse. Trabajar tanto no le hace bien.

Aunque estos últimos meses ha decidido trabajar en casa algunos días de la semana, pero es igual de disciplinado como si estuviera en su oficina. Miro el anillo en mi dedo, combina a la perfección con la alianza que Bastian lleva en su dedo anular de la mano derecha. Seis meses. Es increíble que ya hayan pasado seis meses desde que me case con este desconocido.

Que locura.

Me pongo de pie y voy a cerrar por completo las cortinas para que el sol no moleste a Bastian. Yo más que nadie se lo molesto que es no poder dormir en paz, todos los horrores que vi en mi tiempo en el ejército ya eran solo un recuerdo borroso, pero me atormentaron de forma brutal en su tiempo.

Puedo decir que el cambio de vida junto a Bastian me ayudó a dormir sin necesidad de medicamentos, que, aunque me ayudaban a dormir, me dejaban sin energía.

Miro a Bastian desplegado por toda la cama, no lo culpo. Ninguno había compartido habitación y menos una cama con alguien en su vida. Dejo de verlo antes de que me descubra y voy a tomar una ducha.

Abro la llave del agua tibia y cae hasta empapar mi cuerpo, tomo mi tiempo para hacerlo bien. Tomar una ducha sin apuro era una bendición cuando ya estuviste en el ejército. Me envuelvo en una bata y uso el secador para mi cabello.

Me pongo la ropa y aprovecho para aplicarle un poco de maquillaje, nunca lo usé cuando estaba en servicio. Pero ahora esto me parecía un poco genial, aunque estaba lejos de poder aplicarlo como era debido y me acortaba a usar lo más fácil, el labial -el de cereza era mi favorito- el delineador. Con eso me sentía más que realizada.

Salgo del baño y Bastian parece seguir con Morfeo y podría apostar que ni un terremoto lo levantaría ahora mismo. Salgo de la habitación y voy a la cocina, la casa es inmensa pero no tiene personal doméstico, solo de seguridad, jardinería y aseo, que venía unas dos veces por semana.

Hago el desayuno para Bastian, yo saldría con amigos y al menos quería dejarle eso listo, su día y su tiempo era un lío más complicado que la guerra, al menos Para mí.

Subo a la habitación y lo dejo en la mesita de noche, me acercó al bello durmiente de cabello negro y espalda ancha sin camisa que hasta durmiendo parece un gato enojado -uno lindo- pero serio. Le pico con el dedo el brazo de proporciones estúpidamente grandes, pero no hace nada.

—¿Bastian? Oye despierta, te traje el desayuno —le llamé, pero nada. ¡Dios! Este hombre era un caso, puedo gritarle para levantarlo, pero no se levantará, pero prende la luz y ¡Bum! Lo tienes con los ojos abiertos.

Lo muevo con fuerza, pero no logro nada milagroso, apenas si se movía, subo a la cama y abro uno de sus ojos para ver si sigue con vida. Me topo con sus ojos azules que se desvanecen ni bien suelto su pupila. Espero unos segundos, pero no se mueve.

Maldito OrgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora