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01: Snow.

Sidney, Australia.
Sábado, 14 de agosto de 1999, 8:43 pm.

Los nervios se apoderan de mi anatomía, el nudo en mi estómago se hace cada vez más intenso y temo que en cualquier momento mi cabeza explote del insoportable dolor que llevo.

Cinco horas.

Cinco horas sin noticias de mi esposa, ni mi hija. Cinco horas sin saber cómo están, si sobrevivieron o no. Cinco horas sin saber si mi niña llegó a este mundo.

-¿Familiares de Hera Darwin? -Y con tan sólo esas palabras pronunciadas por el doctor, mis pasos temblorosos se dirigieron a su figura con una velocidad increíble.

-Soy su esposo -mencioné y vi cómo se quitaba los lentes.

Las gotas de sudor hacían presencia en su arrugada frente, y su cabello blanquecino por los años, caía a los lados de su rostro. Rostro que expresaba un cansancio lamentable.

Y la siguiente frase que enunció me destrozó tanto que dudo podría llegar a ser el mismo alguna vez:

-Hicimos todo lo posible por salvar a su esposa, pero no lo logramos. Lo sentimos mucho. -Dio unas palmadas en mi hombro y luego agregó -: La buena noticia es que su hija ya está estable. Es una hermosa bebé. Puede pasar a verla.

Un pitido amenazaba con volarme la cabeza, todo a mi alrededor comenzó a tornarse de un color negruzco. Y entonces no supe qué hacer o decir.

¿Esto era cierto? ¿Hera había muerto?

Quisiera pensar que todo esto era un mal sueño, y que mi Hera seguía aquí conmigo, adorando la naturaleza y la pintura. Que yo podría seguir admirando su sonrisa, seguir probando sus labios.

Pero no, esta era la realidad. Donde el amor de mi vida acababa de morir y mi hija había sobrevivido.

Esta era mi triste y dulce realidad.

Y quiero pensar que no, que esto no es real, por el simple motivo de que me niego a aceptar que ella no está y jamás regresará. Que ya no podré escuchar su voz riñéndome o sus dulces ojos azules, achinados por la sonrisa dibujada en sus labios. O con la ternura y amor que observaba dormir a nuestro hijo Eros.

¿Cómo yo podría seguir adelante sin ella? ¿Cómo yo podría levantarme cada día sin ella?

-¿Hirám Darwin? -La voz de la enfermera me trajo a la realidad.

-Soy yo.

-Puede pasar a ver a su hija -sonrió levemente y asentí para seguirla.

Luego de haberme puesto el traje adecuado, seguí los pasos de la joven enfermera y antes de llegar al cunero, fuimos a inscribirla.

-¿Nombre?

Entonces recordé mis discusiones con Hera por el nombre. Yo quería Helena y ella Gea. Tenía más que claro qué nombre le pondría.

-Gea Darwin.

-Muy bien. Acompáñeme al cunero.

↭Huésped de Medianoche↭© #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora