↭Prólogo↭

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—¿Te gustan las estrellas? —cuestionó Damián mirando con ternura a la chica que tantas sonrisas le había robado.

—Sí, mucho. —Ella asintió sonriente, dirigiendo sus iris azulados a él, al chico que tantos suspiros le había robado.

Los ojos de Damián viajaron directamente a la sonrisa de Gea. Joder, qué sonrisa tan hermosa llevaba esa chica. ¿Era consciente de lo que causaba con ese mínimo e insignificante gesto? Desprendiendo su inocencia, su dulzura, su brillo, su escencia.

Y sólo pudo llegar a una conclusión: Gea era como una estrella. Iluminaba todo, ¡absolutamente todo! El sitio más oscuro, el sitio al que nadie quería llegar por miedo a perderse en aquella negrura espesa y no salir jamás... Gea entraba ahí como si nada y cambiaba todo aquello en un parpadeo.

¡Al demonio la metáfora! Las propias estrellas sentían envidia de la escencia y luz que derrochaba esa chica con ojos eléctricos.

Ella no se iría, ¿verdad? ¿no? Ella no era como los demás, ¿cierto?

Sus chistes malos, las muecas que hacía, su forma tan extraña de sentarse. Sus gustos poco convencionales a la hora de vestirse, el cordón de su zapato que siempre estaba desabrochado. El cómo comía, cómo se expresaba, cómo arrugaba su nariz cuando algo le desagradaba, o su forma de querer comer los fideos de la sopa con un tenedor. Su pasión por la fotografía, el amor hacia la naturaleza, y sus mohínes al ver cualquier animalillo, así fuera el más salvaje. Su pequeña -gigantezca -obsesión con la mitología griega. Ella... esa era Gea.

Damián buscó con desesperación sus ojos. Era ahora o nunca. ¿Qué más daba si hacía el ridículo?

—Gea.

—¿Mhm? —emitió ella, mirando hacia el cielo estrellado, como si estuviese hipnotizada.

Al no escuchar nada por parte de él, se giró para encararlo. Entonces chocó con esos orbes de un azul grisáceo, ese mismo que la enloquecía como nadie era capaz de imaginarlo.

—¿Pasa alg...

Y las palabras que el chico pronunció a continuación la dejaron helada—: Eres mi estrella.

La primera reacción de Gea fue sonreír —con su habitual dulzura, claro —, pero también algo confusa. ¿Su estrella? ¿A qué venía eso?

—¿Tu estrella?

—Sí, tú eres mi estrella.

Frunció su ceño aún confusa, pero sonriendo—. No entiendo.

—¿Ves cómo está la noche? —señaló tras ella y luego de que mirase fugazmente Gea, continuó —Está oscura, muy oscura. Pero las estrellas la iluminan, formando así un escenario digno de presenciar. —Su sonrisa fue desvaneciendo poco a poco, los nervios se apoderaron de su cuerpo —. Gea, tú eres el astro que ilumina mi cielo negruzco. Tú eres mi constelación.

La rubia quedó muda, sin saber qué decir. ¿Estaba soñando? ¿Eso verdaderamente había sido real? ¿Damián le había dicho eso realmente?

Su cabeza era un caos, podía sentir el sudor frío en sus manos y el zoológico en su estómago. Tenía miedo de que los latidos desbocados de su enorme corazón pudieran escucharse. Los engranajes de su cerebro trabajaban a todo motor intentando procesar aquellas dulces palabras que el huésped había dicho esa medianoche, pero era en vano, porque aún no entraban.

Damián, al notar ese silencio tan denso, decidió cortarlo agregando:

—¿Sabes? Olvídalo. La noche me vuelve patético. —Dio la media vuelta, listo para irse de ahí, luego de hacer el ridículo, luego de que ella se quedara en total silencio, sin siquiera sonreír.

—¿Qué? ¡Espera, no te vayas! —Lo tomó del antebrazo, haciendo que él se voltera y quedaran cara a cara —Damián, la noche nos hace más sinceros, más sensibles, menos crueles —dijo en un susurro, esquivando su mirada —. Creo que la noche nos hace nosotros mismos.

Gea sabía cómo llegar a su punto débil con tan sólo pronunciar unas palabras, y esta vez no fue la excepción. Sin embargo, no era eso lo que Damián quería escuchar.

Nuevamente el silencio los abrazó. No era incómodo, porque si estás con la persona correcta, jamás existirán ese tipo de silencios, pero ambos sabían que querían algo más. Algo más que estar así, esquivando miradas.

—Al diablo con todo —masculló Damián y sin darle tiempo a Gea para refutar algo, la besó.

Mentiría si dijera que a ella el beso no la tomó por sorpresa, porque fue todo lo contrario. Aunque no era la primera vez que lo hacía, nunca podría adaptarse a los besos repentinos de Damián.

Y sólo bastaron unos segundos para que Gea sintiera el temblor en sus piernas y el adictivo sabor a chocolate en los besos del chico. Sólo bastaron unos segundos para que ese se convirtiera en el mejor beso de su vida. Así de lento, de suave, así de inolvidable.

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↭Huésped de Medianoche↭© #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora