Lección #8: No importa lo que se pierda, comienza buscándolo bajo la cama.

22 1 2
                                    

*******************************************************************************************************

Adaptado de JJBA Parte 4--Hirohiko Araki

Próxima actualización: noviembre, Dios mediante.

Aquí casual, esperando un live action de mi fanfic estilo Riverdale XD

********************************************************************************************************

"Había una vez una pequeña ciudad..." Arrugó la hoja. ¡Qué frase más trillada! pensó el viejo Joseph, recostado a una de las lápidas mientras tiraba al aire la bola de papel.

Un enorme pliego de color azul claro se extendía, sin arrugas, sobre las cabezas de los presentes. El sol parecía jactarse de espantar a las nubes y prevalecer en lo alto de una tarde cuyos vientos anunciaban el verano.

Joseph bostezó y los pocos dientes de sus encías quedaron expuestos. Se restregó los ojos, llenos de surcos. Su rostro, cincelado por la inclemente mano del tiempo, se inclinaba hacia el firmamento buscando algo...una idea, tal vez, con la que comenzar su historia.

Había despertado con la imaginación tan muerta como el cementerio que cuidaba.

La única vez que pisé ese lugar fue el día en que me trajeron, acostado dentro de una caja cerrada. Conmigo iban dos hombres que cargaban mi estrecha habitación, el reverendo Yamagishi y aquel anciano de apacible andar. Nadie más.

Vi como dejaban el ataúd sobre la oscura garganta que tragaría para siempre mi cuerpo. Parado a la derecha del pastor, le escuché recitar un salmo. Nunca fui un creyente como mamá; aquellas palabras me parecieron vacías. Mi cuerpo estaba vacío. Eso que descendía a las profundidades no era yo.

Entonces el viejo sepulturero, con la parsimonia de los que tantas veces habían visto la muerte, comenzó a echar tierra con su pala. "Pobre chico", pensó uno de los hombres que me cargó. Fue cuando descubrí que podía escuchar el alma de la gente.

Minutos después, un pequeño montículo ocupaba el lugar donde antes yacía el hueco. El viejo se secó las gotas de su frente. El hombre de Dios inclinó la cabeza y susurró una frase. Luego todos se fueron y me dejaron allí.

Desde ese día, la necrópolis del pueblo se convirtió en uno de mis lugares favoritos.

Cuando me aburría, solía recorrer los epitafios, divertirme con lo escrito allí. "Descansa en paz, Otohiro... y no vuelvas" "Que los dioses te guarden mejor de lo que tú a mis pastillas del corazón, querida mía" "A Kishimoto ¡amor propio!"

En ocasiones charlaba con uno o dos que, al igual que yo, no habían encontrado el camino al descanso eterno. "¿Y por qué no la dejas en paz?" pregunté a un hombre al que su mujer había envenenado por sus constantes celos. El negó la cabeza, había decidido perseguirla eternamente. Supongo que hay sentimientos que perduran más allá de la vida.

Ya sea en mis idas y venidas por el lugar, el anciano custodio permanecía allí, recostado sobre la tumba de quien fuera en vida su esposa. Lo veía escribir en su desgastado cuaderno, usar un idioma que después de tantos años no lo sentía suyo. Los temblorosos kanjis formaban oraciones que aspiraban convertirse en historias. Soñaba con ser escritor.

Lo deseaba desde joven. La Segunda Guerra Mundial tronchó sus planes y tuvo que volverse el sustento de sus hermanas y madre. La escritura quedó relegada en el fondo de sus memorias.

Escaparon una noche de Estados Unidos, embarcándose en uno de los barcos rumbo a Japón. Una familia forastera en tierra extraña. Se sintieron ajenos a las costumbres y tradiciones niponas apenas llegaron. Joseph se dijo muchas veces que realmente no habían llegado y que los verdaderos habían perecido en el agua. En parte fue así, porque nunca se acostumbraron.

Morioh's Bizarre HigschoolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora