Diez

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EL DOMINGO, cuando fui a buscarla para ir a misa, me dolía mucho la garganta, y me sentía afiebrado. El cuerpo me pesaba a cada paso, a cada movimiento. Transpiraba sin razón, incluso antes de haber andado un trecho más o menos considerable.

Hice la mayor parte del camino orando: "Señor, que no me enferme. Después, Señor:  algún día en que no pueda estar con ella. No ahora..."

Pero una lima me raspaba la garganta.

Gracias me esperaba en la terraza de la hostería, con Max.

Nos presentó. El teniente me apretó la mano cual si en ello le fuera la vida. O la honra. Muy viril. Hablamos de algunas trivialidades, que interrumpió la segunda seña de la misa. 

-¿Vamos?-me invitó Gracia.

Max se dirigió a mí con una sonrisa de ironía:

-¿Usted también reza?.

-Sí

-Ah-murmuró.

Tuve la impresión de que había en su tono cierta condescendencia zumbona, cierta mezcla de tolerancia y desprecio.

-¿Usted no va?-inquirí, picado.

-Noooo. Yo creía en los Reyes Magos y el Espíritu Santo y esas historias cuando niño, no más.

-Qué curioso-comenté-. Generalmente sucede a la inversa.

-¿Cómo a la inversa?

-Con los años, la mente suele ir abriéndose a cosas nuevas, en lugar de cerrarse.

Me quedó mirando unos instantes. Luego, con entonación exageradamente irónica:

-Se abre a las cosas de grandes, y se cierra a las niñerías. 

-Exacto-corroboré-. Por ejemplo, yo cuando chico jugaba a las guerras y a los desfiles, y ahora no les veo la gracia.

-¿Insinúa...?

No. No podría reproducir lo que siguió. 

Sé que, a medida que avanzábamos en el diálogo, repitió muchas veces la palabra patria, y apenas un poco menos, la palabra honor. Pero sus frases no tenían sentido. No para mí. Eran tan prodigiosamente huecas que no he podido conservarlas en la memoria, yo que me precio de tenerla buena.

Sentencias del tipo de : "La patria es el honor del soldado" (o quizá viceversa), "El honor del uniforme", "La dignidad de la bandera", iban y venían en la verdadera andanada verbal con que me respondió.

Habría sido absurdo tratar de explicarle lo que yo entendía por patria. Hablarle, por ejemplo, del mar, de la gente humilde, del campo eglógico y tranquilo-que no es, no debe ser, campo de batalla,-del camino de Castuera a San Millán-que para él era incómodo y para mí era bello-, de Santiago..... También de la bandera, pero no agresiva, no encerrada en hoscas bayonetas ni rodeada de cañones, sino flameando, quieta, noble, indeciblemente alegre, en lo alto de un mástil, frente a la cordillera o del mar, o contra el cielo. Y algún rincón apacible del bosque. Y Gracia. La poza donde ella arrojara el anillo. Mi casa, tan vieja y tan humilde y tan nuestra.... Todo lo que constituiría mi nostalgia si estuviese fuera, lejos. Las cosas que formarían mi dolor en un país extraño....

Quise decirle, al menos, que era esa hojarasca suya lo infantil. Los pasos de parada, los preparativos para una guerra que jamás vendría, los botones dorados, las charreteras.

Pero Gracia intervino.

-Vamos a llegar tarde a misa-cortó.

Max me detuvo. Se había exaltado enormemente, mas ahora logró dominarme y, volviendo de los bronces inmortales a la ironía:

Gracia y el Forastero(Libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora