Once

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MI PADRE se preocupó desorbitamente.

-¡Por Dios, por Dios!-repetía.-¡Cómo te fue a venir esto!.

-No es nada serio, papá.

-Vaya que nada serio. Tú has tenido pleuresía. Cualquier cosa de éstas puede afectarte y hacerte retroceder.

-No llegará a tanto.

-Ojalá.

Por la tarde vino el médico. Me trató en forma jovial. 

-¿Qué barbaridad has estado haciendo, chiquillo?

-Ninguna, doctor. Me mojé un poco en las rocas, en Castuera, y....

-Y te quedaste así.

-Sí...

-Durante horas.

-Sí..

-Y esperabas librarte de la pulmonía.

-¿Pulmonía?-intervino mi padre.

-No. No tanto...Salvo que el joven siga haciendo méritos.

Y volviéndose a mí:

-Pero no lo harás, ¿no es cierto? Tienes que cuidarte. 

Cama, reposo y nada de disparates es la orden del día. Ni de baños, ni de audaces exploraciones en las rocas, ni de paseítos desabrigados por la orilla del mar. Calma y antibióticos. ¿Está claro?.

-Sí, doctor.

-No te gusta la idea.

-No, doctor.

-Menos te gustaría una enfermedad grave, supongo.

Asentí con la cabeza. Pensaba en Gracia.

-¿Cuánto tiempo tendré que guardar cama?-pregunté. 

-Depende. Dos o tres días si no te baja la temperatura. Si te baja y eres razonable, tal vez baste con uno. Una cosa si: mientras haya una pinta roja en la garganta, usted se me queda apernado en el colchón, jovencito. Sin apelación. 

-Sí, sí , doctor-exclamó mi padre-. Pierda cuidado.

Salieron. Me arreció la fiebre. Desde el muro, como una imagen de Gracia, el retrato de Madame Henriot me contemplaba con su sonrisa que no era sonrisa, con suavidad, con dulzura intraducible de sus ojos. 

Cuando desperté eran las nueve de la noche. Mi padre permanecía sentado a los pies del lecho, observándome. Noté en él no la expresión preocupada que le viera antes, sino una tibia cordialidad.

-¿Quién es Gracia?

El corazón me dio un vuelvo.

-La hija de tu amigo-repliqué después de una pausa-.Del general.

-Supuse que sería ella

-¿Qué sería ella qué?

Sonrió

-La nombraste mucho mientras dormías. 

Debo de haber enrojecido, pues me vino un calor insoportable a la cara.

-Perdona si te he preguntado....No debí escucharte...

-No me importa-reliqué simplemente.

Vaciló unos instantes. Luego:

-Es que no quisiera jamás resultar intruso en tus cosas. 

Siempre he respetado tu derecho a la vida privada. Te lo reconocí desde que eras muy niño, y no me he arrepentido. 

Gracia y el Forastero(Libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora