Diesiocho

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ESTA TARDE, CUANDO me despedí de mi padre, lo noté preocupado. Habría deseado hablarle, mas no era capaz, no hallaba cómo, y me daba cuenta de que a él le ocurría algo. Me tomó de un brazo, vaciló, y por fin, respondiéndome, murmuró:

-Hasta luego.

Había dado unos pasos cuando oí que me gritaba:

-Cuídate

-Sí-repliqué-. No te preocupes. 

Nos miramos. Vi que aún vacilaba. 

-Adiós-repetí.

-Adiós.

Comencé a andar. Noté que él se quedaba frente a la puerta de la casa, y me volví. 

-¿Qué hay?-preguntó.

Y yo, a mi vez:

-¿Qué hay?

Sonrió. Su cara, sus ojos sobre todo, vibraban con esa inteligencia suya, callada pero terriblemente aguda. Una inteligencia latente, quieta con la inmovilidad de un felino, y presta y ágil como el felino. 

-¿Te importa si te acompaño a un trecho?-propuso. 

-Claro que no. Vamos.

Marchamos callados, un rato. Esperando. De pronto, irresistiblemente, fui yo quien rompió el silencio:

-Tú sabes que el general no quiere nada conmigo.

-Sí.

-Pretende obligar a Gracia a que se case con el teniente. Como en los tiempos de nuestros abuelos. 

Mi padre asintió con la cabeza, grave. Mantenía la vista fija hacia adelante, y yo también, aunque de cuando en cuando lo observaba con el rabillo del ojo. 

-Para nosotros era una situación terrible.

-¿Era?-saltó el felino.

-Sí..En parte era.

Ahora el silencio fue más tenso.

-¿La han resuelto, entonces?

-En parte.

-¿Qué en parte?

Estábamos ya fuera del pueblo. Me detuve y lo enfrenté. Las manos me temblaban,  y creo que la voz también me temblaba un poco. 

-Papá, vamos a tener un hijo-lancé de sopetón.

Pausa.

-¿No te sorprende?

Se demoró en contestar.

-No-articuló al fin-. Me lo imaginaba.

-Te habló el padre Rafael-intuí. 

-Sí. El temía, incluso, que ustedes intentaran algo peor.

-Lo creía más ingenuo. ¡Es el colmo que se...!

-No-me interrumpió-, no es el colmo. El lo ha hecho con la mejor intención. Trataba de salvarles la vida, o..... Si te sales de ti mismo, comprenderás que desde fuera, objetivamente, para los extraños, ustedes están cometiendo una locura. Y, además, un pecado. 

-¿Y tú...?

-Hijo, yo no soy un extraño.

Sentí que las lágrimas me acudían a los ojos, aunque no asomaron.

-Gracias-musité.

-No sé, no sé-dijo él-. No creas que no estuve tentado de impedir que lo hicieran. Por miedo, si quieres. Por cobardía. Por lo que quieras. Después...

-¿Después?

-Bueno, quizá fue de otra forma de cobardía lo que me contuvo. No era fácil oponerse. Me repetí que eras un muchacho juicioso, que siempre he tratado de respetar tu libertad...Eran consejos del miedo, claro. Ojalá no me equivoque.

Habíamos reanudado la marcha.

-No es locura, papá. Si tú...

Rió.

-No temas-dijo-. Yo no entiendo mucho de locuras, ni de cordura. Y aunque fuese locura, no podría...Tú sabes que eres libre.Y yo tengo la mente confusa..Esto es de otro terreno, de otro orden de cosas...No me atrevo a tomar la responsabilidad de ser prosaico, práctico, cruel, torpe....

-Y no es pecado-intervine, entusiasta-; fuimos hasta la capilla del Alto, y de ahí la tomé por esposa, delante de Dios.

¿No es eso permitido en ciertos casos?

-Cuando no hay sacerdote...

-Pero aquí no hay sacerdote-arguí, y antes de que él explicara-: El sacerdote se niega, se borra. En el fondo, no existe. Y fue tan maravilloso todo. Fue---, yo no sé..., como si Dios nos bendijera.

-Pídele que te ayude. Solo Dios puede ayudarles ahora.

Lo miré.

-¿Y tú?

-Yo...Cuenten conmigo, desde luego. Pero no serviré de gran cosa. Es necesario que también lo sepas. Debes tener todos los antecedentes a la vista.

-Sí.

-Y debes pensar en el futuro, Gabriel. ¿Has pensado?

-Algo. Trabajaré, por supuesto.

-¿Sabes en qué?

-No. No me importa. Al principio bastará con que alcancemos a mantenernos, aunque sea con pobreza. Después, ya veré. No me gustaría que lo tomaras como una promesa, pero creó que más adelante encontraré la forma de estudiar mientras trabajo, y me iré abriendo camino.

-¿Estudiar?

-Sí. Leyes, tal vez, o pedagogía. Algo que me deje tiempo libre. Habrá que verlo. 

-No te hagas ilusiones.

-No, papá. La única ilusión que me hago es la de casarme con Gracia. Lo demás es secundario. No es sin importancia, ¿me entiendes?, sino que simplemente viene después. 

Nos encontrábamos en ese instante al comienzo de la cuestión que lleva a Castuera. Nos detuvimos. Parecía que lo hubiésemos hablado todo, y parecía, a la vez, que nos restaba tanto por hablar. 

-¿Vas a terminar el sexto año?-inquirió mi padre.

-¿No me lo exiges?

-No. También en esto eres libre.

-Trataré. No sé. Te insisto en que no quisiera prometerte. Estoy un poco desorientado. 

-Claro. 

-En cualquier caso, eso es lo más fácil: hay liceos nocturnos. 

Silencio. Había empezado a oscurecer. Papá hizo un movimiento indeciso, cual si fuera a besarme, lo interrumpió, me puso una mano en un hombro, y musitó:

-Anda, anda. Gracia debe de estar esperándote. No te demores más.

-Adiós.

Di media vuelta, comencé a subir. Al llegar a la primera curva del camino miré hacia abajo. Allí permanecía él, en el mismo punto en que nos despidiéramos, observándome. Nos hicimos una seña con la mano, y él partió a San Millán. 

No sé si es por efecto de la distancia o del gris de la tarde, mas lo vi tan hundido, tan viejo-nunca, hasta ahora, había pensado que tuviera ninguna edad-, que la garganta se me apretó en un nudo estrecho.

Me volví hacia el lado de Castuera, recordé a Gracia, y apresuré la marcha, casi alegre. Casi sin transición alegre. 


Gracia y el Forastero(Libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora