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Vamos con esto no?

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Los disparos se sucedían mientras ellas intentaban alejarse de allí todo lo rápido que podían. Luisita se adelantó a Amelia cuando esta sintió la quemazón y el dolor punzante en el costado. Tuvo que pararse, casi cayendo al suelo al tiempo que la sangre brotaba sin poder retenerla.


Mientras tanto, en la clínica de enfermos de Alzheimer, María esperaba impaciente a que Nacho terminara de hablar con una de las enfermeras. Devoción, aturdida pero en bien estado dentro de su dolencia, los miraba a todos con extrañeza y miedo.

- ¿Qué tienes? – preguntó una vez Nacho se acercó de nuevo.

- Una de las enfermeras de Devoción se ha ido hace un rato. Alguien la vio en actitud sospechosa y después nadie más la ha visto – miró su libreta – una tal Marina Crespo.

- ¿Crees que puede tener algo que ver? – preguntó María inquieta.

- No lo sé, quizás no – déjame hacer una llamada – dijo antes de llevarse el teléfono a la oreja y alejarse unos minutos. Cuando regresó, María estaba al borde de un ataque de nervios – hay una cabaña a su nombre a unos 15 minutos por la carretera de Toledo – informó.

- ¿Podrían estar allí entonces? – apremió.

- No lo sé, si la tal Marina está metida en esto, sería un buen lugar para esconder a Luisita – dijo dubitativa – pero puede que ni esté implicada.

- Tampoco perdemos nada por acercarnos a echar un vistazo, ¿no? – Nacho la miró en silencio – no entraremos, solo miraremos por los alrededores, Nacho, por favor, es lo único que tenemos – insistió.

- Está bien, vamos – contestó viendo la súplica en los ojos de su novia. Tenía razón, no perdían nada por ir y asegurarse de que allí no había nadie.

A penas habían salido de Madrid y quedaban aún algunos minutos hasta poder tomar la salida que les llevaría a aquella cabaña cuando el teléfono de María comenzó a sonar.

- Dime – contestó rauda al ver quién era.

- El móvil se ha encendido – le dijo Miguel, uno de los chicos de Luna Security, al otro lado de la línea – están a unos 30 minutos de Madrid - Le informó – por la carretera de Toledo y se están moviendo, creo que a pie – terminó de decir.

- Mándame la ubicación exacta – pidió – estoy de camino – dijo justo antes de colgar.

- ¿Qué pasa? – preguntó Nacho mientras conducía.

- Uno de mis chicos ha localizado el móvil de Luisita – le dijo – están en esa cabaña – explicó - me está mandando la información ahora mismo – decía nerviosa mientras manipulaba el teléfono.

- Bien, vamos – dijo apretando el acelerador y llamó por radio para pedir refuerzos.

Luisita seguía corriendo todo lo rápido que podía, lo único que pensaba era en alejarse de allí cuanto antes. Miró hacia atrás y vio a Amelia rezagada, como si le costara seguir. La miró un segundo, con rabia, con odio, y lo primero que se le pasó por la cabeza era dejarla allí, al fin y al cabo, por su culpa se encontraba en ese lugar. Sin mirar atrás volvió a darse la vuelta y siguió corriendo. Sin embargo, no había dado ni tres zancadas cuando algo la detuvo. No podía dejarla allí parecía herida y a penas podía caminar.

- Amelia – la llamó – venga ya, Amelia no te hagas ahora la víctima – soltó aunque en su mirada había preocupación.

- Joder - gimió de dolor.

- ¡Mierda! – exclamó al ver la sangre -  ¡vamos! – instó ayudándola a levantarse porque a pesar de todo, porque ella sí era una buena persona o tal vez por compasión, o simplemente por humanidad, no podía dejarla allí, si lo hacía posiblemente la matarían y no quería cargar con eso en su conciencia. Solo era por eso.

Armando no paraba de gritar enfurecido por lo que había pasado. Buscaba al inútil de su hijo. Ya no disparaba y miraba incrédulo a su alrededor.

- ¡Marina! – le gritó desde la puerta de casa – vuelve a Madrid y encárgate de Devoción – ordenó - ¡Ahora!

Marina no se atrevió a decir ni media palabra, simplemente se metió en el coche, arrancó y se alejó de allí. Ordóñez entró en la casa, gritó el nombre de su Mateo y finalmente lo encontró tirado en el suelo mientras poco a poco iba recobrando el conocimiento.

- ¡Maldito inútil! – le gritó – ¡has dejado que se escapen!

- ¡Esa hija de puta me ha golpeado la cabeza! – respondió un tanto desubicado y tocándose el golpe.

- Levanta imbécil – tiró de él para alzarlo – tenemos que encontrarlas
Tal y como dijo eso, cuando consiguió que Mateo se levantara, salieron ambos de nuevo fuera de la casa y comenzaron a correr por la dirección en la que se habían ido Luisita y Amelia.

Habían ralentizado el paso considerable. La rubia ayudaba a caminar a Amelia quien cada vez sentía más dolor. La sangre seguía brotando y las fuerzas se le iban. Casi sin aliento, Luisita apoyo a la morena contra un gran árbol que, por lo frondoso de la hierba a su alrededor, las ocultaba un poco.

- A ver, déjame ver – dijo intentando acercarse a la herida.

- Estoy bien – contestó impidiendo que se acercara.

- Como quieras – no insistió, porque realmente ¿qué le importaba a ella si su secuestradora estaba herida? ¡Nada! - ¿Por qué? – preguntó sintiendo de nuevo la rabia colonizar todo su cuerpo - ¿¡Por qué me has hecho esto!?

- ¡Luisita, escúchame, tienes que irte! – habló ignora si su pregunta y con los dientes apretados aguantando el dolor, mientras que con una mano se taponaba la herida – Tienes que irte – repitió a duras penas, y la rubia la miró algo confusa – a unos… - tragó saliva - a unos cien metros en esa dirección, está la carretera – le indicó el lugar – tienes que irte ahora.

- ¡Antes dime por qué me has hecho esto! – necesitaba tanto una explicación que exculpar a su novia que ni siquiera se daba cuenta del peligro que aún corrían.

- No hay tiempo, vete – le pidió – ¡corre!

- ¡No me iré sin que me digas por qué! – repitió.

- ¡Lárgate de una vez! – gritó todo lo que sus fuerzas le permitían - ¡no quiero verte! ¡no te quiero cerca! ¡No te quiero! ¿¡Me oyes!? – dijo incorporándose un poco y volviendo a tumbarse - ¡No te quiero! ¡Nunca te he querido! ¡Vete!

Luisita se quedó parada ante esas palabras porque por mucho que se le hubiera pasado por la cabeza cuando descubrió todo, escucharlo era otra cosa.

Y Amelia sabía que esa era la única manera, conocía a Luisita lo suficiente para saber qué no se iría, que si no le daba las respuestas que necesitaba no se alejaría de allí. Si le contaba la verdad, y no había en el mundo otra cosa que quisiera más que esa, sabía que entonces, la rubia se quedaría con ella, intentaría ayudarla lo cual, ralentizaría su paso y Ordóñez las encontraría. No, tenía que se contundente, casi cruel. Que Luisita la odiara y así marcharse de allí sin ella.

- ¡No me oyes! ¡Quiero que te largues! No quiero volver a verte en mi vida - dijo haciendo un enorme esfuerzo por ponerse en pie – para mí no eres nada, nunca has sido nada – seguía diciendo – ¿Querías saber por qué? ¡Bien, pues aporque te necesitaba! - soltó desesperada - solo has sido un peón – continuó intentando no venirse abajo. Luisita la miraba incrédula – Te necesitaba, necesitaba tenerte controlada para que no sospecharas. Simplemente te utilicé – dijo con dureza, y viendo aún la duda en sus ojos, cerró los suyos para no desfallecer, tenía que darle el último toque de gracia – ¡te usé como te usó tu padre! ¿¡De verdad creíste que estaba enamorada de ti!? ¡Qué incrédula!

- … - petrificada y sin habla, Luisita aún no se movía de ahí.

- Ahora lárgate de una vez – repitió imprimiéndole una falsa rabia a sus palabras – si te he sacado de allí es porque no soy una ladrona pero no una asesina – siguió – ahora lárgate, no quiero verte, ya no me haces falta.

Y finalmente, Luisita pareció reaccionar con aquellas palabras. La miró entre lágrimas haciéndole saber cuanto daño le había hecho con todas sus palabras. La miró y le dejó ver cómo se le resquebrajaba el alma.

- Te odio – pronunció con la voz ahogada y, finalmente, echó a correr.
Amelia se dejó caer de nuevo al suelo al igual que cayó su corazón. Respiró profundamente, cerró los ojos y lloró en silencio. Le había hecho daño, lo sabía, le había partido el corazón y ella misma se había roto el alma en dos pero, al menos, la había salvado y eso era lo que importaba. Se miró la herida que sangraba y dolía. Escuchó a Armando de lejos y cerró los ojos intentando levantarse de nuevo.

Luisita corría como si se le fuera la vida en ello. Con lágrimas saliendo a borbotones de sus ojos, sintiendo que alguna que otra rama le arañaba la cara pero le daba igual, le daba igual si se hacía algún arañazo, si no veía nada por culpa de las lágrimas porque lo único que quería era alejarse de allí todo cuanto pudiera. Ni tan siquiera se había fijado en si había llegado ya o no a la carretera ¿Qué importaba? Nada. La verdad es que no importaba nada. Lo único importante era correr, correr y alejarse de aquel lugar. Ya no solo corría para salvarse, ahora también lo hacía para alejarse de Amelia todo cuanto fuera posible. Sus palabras, su tono de voz, saber que jamás la quiso habían hecho más daño que aquellos días encerrada en una habitación sucia y oscura.

- ¡Frena! - le dijo María a Nacho – Frena, frena – repitió apremiante – Mira allí – señaló a un lado de la carretera - ¿Es Luisita? – agudizó la vista - ¡Es Luisita! – afirmó feliz al verla con vida y salió del coche en una carrera.

Amelia no había sido capaz de dar más de tres pasos seguidos. Le faltaba el aire y sentía cada vez más pesado su cuerpo. Sintió frío y se le nubló la vista justo antes de caer inconsciente al suelo.

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La Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora