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Buenas noches. Tremendo insomnio.

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- Pero... ¿Y la lubina? - preguntó sin obtener respuesta y totalmente fuera de juego al tiempo que María empujaba de él fuera del apartamento.

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- Mateo, vigílala - ordenó a su hijo que automáticamente se puso en pie para seguir sus órdenes. Armando salió de la cabaña y buscó algo de cobertura. Marcó los dígitos que le harían ocultar su número y tras esto realizó la llamada que necesitaba - ¿Marcelino Gómez? - preguntó cuándo descolgaron.

- Sí, soy yo - contestó Marce al otro lado de la línea - ¿quién es?

- Soy el hombre que tiene secuestrada a su hija - contestó directamente - no intente ni un solo movimiento - siguió - le estamos observando y como intente algo su hija morirá - amenazó oscureciendo la voz- sé que usted fue policía. Sé que debe saber cómo actuar en estos casos y sé y sé que usted sabe qué puede pasarle a Luisa si llega a enfadarme - siguió diciendo.

- Entiendo - dijo sorprendentemente calmado, no quería asustar a su mujer - ¿qué es lo que quiere? - dijo alejándose un poco de Manolita. Con disimulo miró por la ventana intentando ver si era cierto que le estaban observando. Al mismo tiempo que su mente pensaba con rapidez, sus años de policía le habían entrenado para situaciones como esa.

- Quiero el código de entrada a su despacho - afirmó.

- No sé cuál es - contestó y con una agilidad mental dada por los años de experiencia se hizo cargo de la situación: Si lo llamaban a él, entonces no tenían idea de quién era realmente Luisita y eso le daba tiempo - ese código cambia cada dos días. A mi móvil llega un mensaje con el código antes de introducirlo.

- ¿Cree que soy idiota? - contestó - he investigado muy bien su sistema de seguridad.

- Está bien, está bien - dijo con rapidez para calmarlo - es solo que ahora mismo no lo recuerdo. Estoy nervioso - se excusó aunque en realidad no era excusa, realmente estaba nervioso y asustado - no sé cuál es - necesitaba ganar tiempo como fuera.

- Pues vaya recordando señor Gómez o su hija morirá - contestó - no llame a la policía. No intente hablar con nadie de esto, no se le ocurra hacer nada o me la cargo ¿lo ha entendido?

- Sí - miró a Manolita que lo miraba algo desconcertada - quiero hablar con ella.

- Ahora mismo no es momento de charlitas familiares.

- ¿Entonces cómo sé que está viva? - preguntó y su mujer, al escucharlo, dejó lo que estaba haciendo y se levantó nerviosa.

- Va a tener que confiar en mí - siguió - quiero ese código, tiene 24 horas para recordarlo y recuerde: no haga ninguna estupidez - terminó de decir colgando el teléfono.

Amelia no fue a casa, antes necesitaba ver a su madre, así que tomó rumbo a la clínica. Durante el viaje las lágrimas a penas le dejaban ver con claridad del camino. Se sentía absolutamente atada de pies y manos y dejar a la rubia allí, con esos dos enfermos, era algo que no le dejaba en paz. Como tampoco estaba tranquila con su madre sola en aquel lugar.

Aparcó la moto y en una carrera llegó a la entrada mientras se quitaba el casco. No paró en ningún momento y en segundos llegó a la habitación de su madre, donde Devoción, como siempre, sentada en una butaca miraba a la ventana ausente.

- Mamá, mami - se acercó h se arrodilló frente a ella - tenemos que irnos de aquí, mamá - le dijo sonriéndole.

- Hola - sonrió - ¿Ya es hora de irnos? - preguntó.

La Reina RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora