2: Controlando el temperamento

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Duncan

No me molesto nunca.

De hecho, es muy raro que me enoje porque tiendo a tomar la vida desde una perspectiva muy amplia. Y porque me dan miedo los problemas de ira que pueda adquirir por herencia genética. Así que trato de respirar y no molestarme.

Pero en este momento, mi nivel de histeria va en aumento.

— Tienes que entender que lo que hiciste nos pone en una posición de duda con respecto a tus intenciones con el equipo y tu conflicto de intereses.

Me relajo en el asiento.

Mis piernas se extienden encima de la mesa de la sala de reuniones. Los ejecutivos a mi alrededor me miran como si fuera de otro planeta.

Les sonrío.

Aparento estar calmado, lo sé, porque he dominado la apariencia por muchos años, pero la verdad es que me siento como una cacerola hirviendo a punto de explotar.

— ¿Mi conflicto de intereses?

Mi sonrisa se tensa en mi cara. Roque Smith, mi manager, coloca una mano en mi hombro. Le doy una mirada y aguanto la respiración por unos segundos.

— Dejaste a la mitad una de las carreras de la Fórmula 1. Una de las más importantes, Duncan: la carrera de Mónaco. Te pusiste a un lado de la carretera, te bajaste del auto y abandonaste la carrera.

Me quedo de piedra viendo a Giuseppe Robert, el dueño del equipo para que el trabajo. ¿De verdad está recriminándome esto? Paso una mano por mi cara y aparto el cabello que me cae en los ojos. Cuento hasta tres en mi mente antes de contestar.

— ¿Qué se suponía que hiciera entonces? ¿Continuar con la carrera como si no hubiera visto que mi mejor amigo se estrelló de una manera que pudo ser fatal?

Mis palabras son calmadas, sin embargo, algunos de los ejecutivos retroceden.

La realidad es que la carrera debió haber terminado en ese instante y sin embargo lo único que pasó fue que se detuvo unos minutos, como si casi no se perdiera una vida, como si un accidente no pudiera causar una muerte.

Dios.

Intento relajarme en la silla un poco más. Giuseppe aprieta su mandíbula. Una vena sobresale en su mejilla. Se está poniendo colorado.

— Sabes muy bien que los autos de Fórmula 1 están preparados para estrellarse. Y de todas formas, Alexander King es de un equipo contrario.

— ¿Y eso significa qué?

Mis nudillos se aferran al borde de la mesa.

Tengo que contar hasta diez esta vez mientras miro fijamente a mi jefe.

— Eso significa que debiste continuar con la carrera.

— ¿Y si Alexander moría no pasaba nada?

Escucho un suspiro tras de mi y sé que Roque está perdiendo la paciencia, así que empiezo a mover mis dedos encima del borde de la mesa. Uno de los ejecutivos me mira como si le molestara pero no pretendo parar. Es lo único que está calmando mi temperamento ahora.

— No iba a morir. —Giuseppe, que ahora está rojo como un tomate, suelta exasperado.

— Eso nunca lo sabes con antelación. ¿O le preguntamos a tu hijo?

Un pesado silencio se extiende entre todos. Sé que me he pasado de la raya, pero necesito que entienda que lo que pasó a su propio hijo hace unos años podría pasar de nuevo.

Giuseppe se queda en silencio mirándome echando chispas, pero sabe que tengo razón. El accidente de Alexander pude haberle costado la vida o, tal vez como le pasó unos años atrás a Thomas Robert, dejarlo lisiado de por vida.

— En caso de que te lo estés preguntando, lo haría todo de nuevo, sin duda alguna. —Agrego. La voz me sale llena de rabia esta vez—. Sé que él también haría lo mismo.

— ¡No puedes ser amigo de un piloto del equipo contrario! ¿Cómo sé que estás dando lo mejor de ti y no estás de acuerdo con él? —Suelta Giuseppe y su mano golpea la mesa con fuerza.

Quiero pararme y volcar la mesa por el insulto. Sin embargo, respiro.

— No pretendo que confíes en mi, pero debes hacerlo y es lo único que te ofrezco.

Roque se aclara la garganta tras de mi mientras que Giuseppe me mira echando chispas.

— Vamos a calmarnos —interviene Roque—. Ambos están molestos y pueden decir cosas de las que se arrepientan, así que vamos a calmarnos.

Un pesado silencio se extiende en la sala de conferencias. Luego de unos minutos, Giuseppe parece rendirse y se sienta en una silla.

— El lado bueno de todo el asunto es que el patrocinio de algunas marcas se ha volcado en nuestro equipo. El acto ha hecho ver a Duncan más humanitario.

Me rio de medio lado.

Genial.

Me parece toda una ofensa que los tabloides hayan hecho eco de la noticia de mi abandono de la carrera para ayudar a un amigo. ¿Acaso los actos de empatía son tan poco naturales en este mundo actual?

— Duncan no es un show mediático, es un piloto de carreras, por lo que debe comportarse a la altura y lo único que se le pide es que corra, lo demás es de nosotros. —Giuseppe suelta calmado.

Dejo de estar relajado, me paro de la silla y salgo del salón dando un portazo.  El aire frío de febrero me da en la cara, sin embargo, trato de calmarme.

Unos treinta minutos después, Roque se coloca a mi lado.

— ¿Estoy despedido? —pregunto.

Mueve su cabeza de un lado a otro y luego me da una sonrisa amable.

— No lo estás, Henry, pero debes hacer algo primero.

— ¿Y eso qué es?

— Serás el nuevo embajador de Nouvelle. Son una importante fuente de patrocinio para el equipo.

¿La marca de ropa interior?

Roque asiente.

Genial.

El desastre perfectoWhere stories live. Discover now