3. El reencuentro

43 4 0
                                    

Duncan

Me duelen todos los músculos del cuerpo.

Abro mis ojos con suavidad tratando de acostumbrarme a la luz que proviene de la ventana que no cerré antes de irme a dormir. Intento pararme pero las manos que están sobre mi pecho me detienen y luego otro par de manos en mis piernas.

Enfoco mi vista.

La rubia a mi lado duerme plácidamente encima de la almohada. Sus manos descansan en mi pecho como si estuviera sosteniendo el premio del campeonato mundial. Y luego está la morena que se aferra a mis piernas como yo me he aferrado al volante desde los cincos años.

Me duele la cabeza.

Resoplo e intento recordar la noche anterior pero una serie de acontecimientos borrosos en una fiesta pasan por mi mente. De todas formas, no me importa. Remuevo las manos de la rubia y zafo los pies de la morena, entonces me pongo de pie. Ambas se levantan por la brusquedad del trato.

Estoy desnudo y mi pudor no se ve empañado como el de ellas que se tapan con las sábanas. Las veo y les doy una sonrisa.

Trato de recordar sus nombres: ¿Mirtha y Bertha? ¿Carolina y Maria? ¿Mandy y Suzanne? Luego de unos minutos tratando de adivinar, desisto.

Me acerco a la ventana y la vista del puerto de Boston se extiende ante mí. Todo se ve blanco, producto de la nieve que ha caído en el último mes y el hecho de que sea inicios de febrero no ayuda.

La rubia empieza a recoger sus cosas y la morena se va hacia el baño. Observo todo en silencio y me concentro en la vista blanca que se extiende ante mí. No hay dudas de por qué mi mejor amigo, Alex, está maravillado con la ciudad.

Tomo una toalla y la coloco sobre mis caderas. No me molesta estar desnudo pero sé que en menos de diez minutos, alguien aparecerá en la puerta. Y no me equivoco cuando los golpes en la puerta sobresaltan a las dos chicas. Abro la puerta cuando ya se han terminado de vestir.

Roque Smith, mi mánager, me observa con reprimenda. Le doy una sonrisa de medio lado y me siento en el sofá.

Las dos chicas se despiden y salen.

— ¿Alguna vez piensas madurar? —me pregunta luego de que estamos solos.

— Mi miembro es maduro, eso es suficiente.

Roque rueda los ojos y extiende ante mí un contrato.

— Es el contrato con Nouvelle. —Me explica—. Estuvieron de acuerdo con que hagas dos campañas para ellos este año. La campaña de primavera y la de verano. Si hay éxito en esto, extenderán el contrato hasta otoño e invierno.

— No puedo estar jugando a ser modelo, Roque. Sabes que tengo carreras y debo ejercitarme —explico.

— No estarás jugando a ser modelo. Es una colaboración entre marcas. Ellos darán patrocinio al equipo y tú serás su embajador de marca.

Suspiro.

Desde la carrera de Mónaco las marcas se han acercado para darnos patrocinio. Es como si el hecho de que hice lo que todo amigo haría, haya potencializado mi imagen. Y ahora, según los tabloides, me veo más humanitario.

Si hubiera sabido, dejo a Alex tirado.

En realidad, no. Solo lo digo porque todo salió bien, pero el susto...

— ¿Estás bien?

Asiento y firmo.


Unas horas después, me encuentro en la sala de reuniones de Nouvelle. Soy impaciente por naturaleza así que después de cinco minutos, estoy dando vuelta a la sala paseándome de un lado a otro.

Por fortuna, no pasa un minuto más y alguien llega con el café.

Me sirvo una taza y la saboreo. Me distraigo mirando hacia la ciudad desde el octavo piso y no me percato que alguien más entra en la sala.

— No sabía que los simios podían alimentarse de otra cosa que no fueran bananas.

Casi escupo el café contra la ventana, pero por fortuna lo retengo.

Doy la vuelta y ahí la veo.

El engendro del demonio en persona.

Genial.

— ¿Qué haces aquí?

La última vez que la vi en Mónaco me echó una taza de café encima, así que me alejo de la mesa con las bebidas.

Ella me mira y sonríe.

¡Por Dios!

— Estoy en mi trabajo.

La observo con sospecha cuando ella se sienta en la mesa. Roque dirige su mirada de mí hacia ella.

— ¿Qué quieres decir?

Amanda me mira como si se me ha salido un tornillo o soy estúpido.

Que trabajaré contigo. —Explica con falsa inocencia.

No.

No, no, no, no, no.

Pongo la taza de café en la mesa y le doy una mirada a Roque.

— ¡Ni de coña voy a trabajar yo con esta loca!

Mi voz no pretende sonar tan alto, pero lo hace.

Amanda se pone de pie.

— ¡Yo tampoco quiero trabajar contigo ni en sueños! —Me grita.

Roque no sabe donde poner su mirada.

— ¿Pues entonces qué haces aquí?

Amanda se ríe.

— ¿No lo sabes, verdad?

Le doy una mirada irónica.

— Mínimo crees que soy Aladino y tengo todas la adivinanzas.

— ¡Aladino no adivinaba nada, simio estúpido!

Me quedo en silencio y la miro confundido.

Me rasco el pelo.

— ¡Lo que quiero decir es que no tengo ni puta idea de lo que se supone que deba saber!

El engendro del demonio vuelve a reírse. Aunque su risa es diabólica, le envía una pulsación a mi miembro.

Maldición, concéntrate.

Amanda se sienta y vuelve a cruzarse de piernas.

— Soy la directora de publicidad de Nouvelle. Y por ende, soy la encargada de tu campaña.

Maldita sea.

Lo que me faltaba.

El desastre perfectoWhere stories live. Discover now