Duncan
Estoy de un humor de perros cuando salgo del salón de conferencias.
La loca esa me persigue, siguiendo mis pasos a través del pasillo y dando una charla a la que francamente no le estoy prestando la más mínima atención.
Trato de contar del uno al diez mientras escucho sus zapatillas deportivas chocar contra el suelo. ¿Quién diablos se pone zapatillas deportivas para venir a una oficina? En especial cuando está nevando.
Secretamente espero que resbale en el suelo cuando salga a la calle. Quizás aprenda a cerrar su boca cuando se le rompan los dientes.
Diablos, que sádico.
Esta bien, no eso, pero por lo menos un pequeño resbalón que haga que le duela el trasero después. Eso sí lo merece.
— ¿Podrías prestar atención a lo que te estoy diciendo? Si tanto te gustan mis tenis, te los puedo regalar.
La miro con ironía.
¿De dónde ha sacado el genio esta loca? Definitivamente no puede ser familia de Luna.
Sus ojos café me miran desde abajo con obstinación. Su tamaño me recuerda a la película de los minions.
— Me ofende que pienses que tus zapatos me pueden servir. Si hay algo de lo que sé es de tamaños.
Amanda se ríe.
— Estoy segura de que te los podrías poner y todavía sobraría espacio.
Si intenta ofenderme, no lo logra.
Le doy una sonrisa de medio lado.
— Si quieres comprobarlo, estoy abierto a la posibilidad.
Amanda gruñe y ahora parece el enanito gruñón del cuento de Blancanieves.
— ¡Eres imposible! —Sus manos se presionan en mi pecho e intenta empujarme pero no me mueve.
— Buen intento —me miro las uñas como si estuviera aburrido.
Amanda está roja de la ira, parece un recipiente que está a punto de explotar, pero luego su mirada enfoca un punto detrás de mi, entonces respira y me da una sonrisa tensa.
¿Qué diablos?
— Mira, no planeo perder el poco de cordura que tengo contigo. Necesito preguntarte algunas cosas para saber cómo enfocar mi estrategia publicitaria.
Parpadeo confundido.
Esta mujer definitivamente está chiflada. ¿Cómo diablos alguien puede pasar del punto máximo de la histeria hasta la más suave calma?
Doy la vuelta con sospecha y entonces veo lo que está mirando disimuladamente. Me cruzo de brazos.
Es un hombre de estatura promedio, anteojos y un aspecto aburrido en general. Es como la versión barata de Clark Kent, como si Clark Kent no fuera Superman.
Le sonrío.
— Dudo que lo engañes con una actitud de calma.
Amanda parpadea y sus ojos café revolotean. Luego me enfocan con furia.
— A ti nadie te pidió opinión. —Susurra enojada.
— Pues entonces préstame atención.
Me mira como si estuviera siendo irracional.
Luego, coloca la carpeta en mi pecho.
— Estas son las estrategias que he pensado hacer para la campaña publicitaria. ¿Crees que tu cerebro sea lo suficiente capaz de darle un vistazo y formar una opinión? No puedo soportarte un minuto más en el día de hoy, así que necesito que hagas eso por mí.
Me quedo en silencio.
— Me has ofendido. —Arrugo mi nariz y le doy una mirada desde arriba.
Si somos honestos, me siento como el maldito Empire State delante de ella.
Amanda sonríe con todos los dientes.
— Justo lo que quería lograr.
Da la vuelta y me deja estupefacto.
Me concentro en el ritmo de sus caderas al andar y en la curva de su trasero. Y a pesar de que mi cerebro la odia, mi miembro no piensa lo mismo.
Maldición, pónganse de acuerdo.
Roque llega unos minutos después, cuando aún estoy parado en medio del pasillo de la publicitaria mirando al lugar donde se desapareció Amanda unos minutos atrás.
— ¿Quieres una cerveza? —me pregunta.
Observo la carpeta en la mano. El título de la portada es: "La campaña del simio". Me rio.
Roque me mira como si estuviera loco, pero no puedo evitar las carcajadas que salen desde mi garganta.
Oh, Jesús.
Amanda es exasperante pero las interacciones con ella me hacen reír como nunca en años.
— ¿Estás bien?
— Mejor que nunca —carcajeo un poco más de camino al ascensor—. Al final de todo esto, creo que será divertido.
Roque levanta una ceja.
— ¿Estás pensando en seguir como modelo?
Lo miro horrorizado.
— ¿Qué? ¡No! —Me escandalizo—. Diablos, no. Estoy ansioso por volver a competir, pero durante estas vacaciones creo que podría divertirme en Boston.
— ¿Qué estas tramando, Duncan?
Sonrío de medio lado.
— Amanda Davis va a conocerme.
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El desastre perfecto
RomanceAmanda Davis y Henry Duncan se odian a muerte desde el altercado en el que se conocieron durante una fiesta de cumpleaños. Han mantenido sus lugares porque pueden evitarse la mayor parte del tiempo, a pesar de sus lazos en común. Entonces pasa: co...