7. Marchando

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Duncan

He hecho cosas difíciles a lo largo de mi vida, pero separarme de Amanda y evitar tirarla encima de esa mesa para hacerle lo que Dios manda, ha sido lo más duro que he hecho en los últimos años.

Amanda resopla molesta y se gira dándome una buena vista de su trasero redondeado. Intento aguantar mi respiración y contar todos los números desde el 25 al 0.

Definitivamente, sé que ha hecho todo para fastidiarme pero ¡demonios! Esa mirada que me ha dado y la manera en que me ha hablado al oído ha despertado en mí mi instinto animal. No es como si estuviera apagado alguna vez, pero... bueno, yo me entiendo.

— ¿Ya has terminado? —pregunta Amanda y saca su computadora portátil del bolso.

No, no he terminado contigo.

— Patético intento, princesa del mal. Debo decir que estás falta de práctica.

— ¿Y supongo que tú te ofreces?

No me mires así, muchacha bonita.

— Definitivamente, sería el mejor maestro.

— No me digas.

Por suerte para ella, y mi miembro también, Renata Moreta entra al salón. Me saluda con candidez y emoción. Me gustaría provocar la misma reacción en Amanda, pero la muchacha ha decidido ignorarme mientras teclea en su computadora.

Se está mordiendo el labio y me estoy empezando a cuestionar si será cierto que los demonios fueron los ángeles más hermosos. El pecado de una manera placentera. Tiene sentido.

— ¿Me estás escuchando, Duncan?

Medio asiento, medio sonrio. La verdad es que no he escuchado una sola palabra de toda la charla que ha dicho.

Amanda suelta una risa burlona.

— Su cerebro es de corto entendimiento, probablemente tendrías que presentarle una imagen.

Empiezo a pensar en cómo se vería esa boquita contestadora llena cuando Roque llega.

— ¿Todo bien por aquí? Duncan evaluó la propuesta ayer. ¿Ya les dio su opinión?

— Pues no ha hablado mucho desde que llegó, si soy sincera.

— No dejas espacio para que nadie más que tú se escuche. —Contesta.

Amanda entrecierra los ojos y cierra la computadora lentamente. Alguien da un chasquido.

— ¿Insinúas que hablo mucho?

— No. —Hago una pausa—. No lo insinúo. Es un hecho.

Amanda se pone de pie de un salto y me da esa mirada de obstinación que me da risa. Muerdo el interior de mi mejilla para evitar reírme.

Parece un Minion.

Un Minion enojado.

— ¿Alguien te ha dicho que eres insufrible? —pregunta.

— ¿Alguien te ha dicho que no me importa tu opinión en lo absoluto?

Amanda se propone a contestar pero Renata la interrumpe de golpe.

— Amanda, no digas una sola palabra más o la próxima la dirás en tu casa. —Da un fuerte suspiro y se masajea las sienes, luego mira a Roque—. Amanda es mi mejor publicista. Querías la mejor y ahí la tienes, pero obviamente esto no va a funcionar, así que es mejor que vayamos eligiendo a alguien más.

— No. —Contesto rápidamente.

Amanda me da una mirada como si me hubiera vuelto loco.

— A pesar de lo mucho que me saca de quicio, me gustó la propuesta. Y a pesar de que quiere tirarme de un octavo piso, manejó su detestabilidad para colocar algo que refleje mi esencia.

Amanda se queda en silencio. Sus mejillas se tornan levemente rosadas. Dios mío, quiero... No, ¿qué diablos?

— De verdad que no entiendo nada. —Renata mueve su cabeza de un lado al otro. Roque entrecierra los ojos a mí.

— Dijiste que Amanda era la mejor y creo lo que dices. —Me explico—. Por lo que, manejaré mis ganas de estrangularla por unos cuantos meses hasta que tengamos estas campañas listas.

Renata asiente y nos da una mirada. Finalmente, sale del salón de conferencias. Roque sigue mirándome con ojos entrecerrados. Sé que piensa que estoy planeando algo, pero no tiene ni idea.

Amanda está en silencio pero sus ojos brillan.

— Y bien, ¿cuáles son tus ideas?

Ha bajado la guardia y el plan va en marcha.

El desastre perfectoWhere stories live. Discover now