Amanda
En este momento tengo varias ideas para la campaña publicitaria con Henry Duncan y la mayoría implica hacerlo andar desnudo por el rio Charles y luego un paseo en pelotas por el Seaport. A ver si sus bolas aguantan.
La realidad es que no conozco a este tipo y estoy reacia a conocerlo, pero he investigado un poco acerca de él. Y no he usado a Luna para eso ni a Alex, solo a Alyssa. Un poco. Y solo en su tiempo estrictamente libre. Que quiere decir todos los días después de las tres de la tarde.
Renata aún no ha entrado a la sala de conferencias, a pesar de que han pasado cinco minutos y una discusión acalorada que probablemente escuchó toda la oficina.
— Hola, Amanda. —El señor que estaba en la oficina desde el principio, me habla—. Soy Roque. Por favor, perdona a Duncan. Hoy no ha tenido un buen día.
Duncan me da una mirada.
— Tuve el mejor día de mi existencia hasta que este engendro del mal lo arruinó.
Al menos, el manager intentó ser amable al apaciguar las cosas entre nosotros. Ignoro el comentario de Duncan y saludo a Roque. De todas formas, ya no tengo tantas ganas de matarlo. Tal vez quiera sacarle los ojos y venderlos en el mercado negro, pero le perdonaría la vida. Eso sí.
El simio está sentado del otro lado de la mesa mirándome con confusión. Como si no creyera que soy real. Es decir, sé que soy hermosa, pero debería al menos disimular algo.
— ¿Qué tanto me miras? —espeto—. ¿Tengo algo en la cara?
Uno no espera que la persona en cuestión le conteste que sí, pero Duncan va por lo seguro.
— Te está bajando un moco de la nariz.
Me horrorizo y saco un espejo de mi bolso. Efectivamente: nada. Le doy una mirada de muerte.
Duncan se ríe. Roque lo observa como si se hubiera vuelto loco.
Retiro lo dicho: quiero matarlo, justo ahora.
Por suerte para él, Renata hace una entrada dramática seguida por su asistente.
— ¡Duncan, querido! —El simio da una sonrisa amplia y se para de la mesa.
Me da una mirada con arrogancia cuando abraza a Renata como si fueran viejos conocidos.
Ruedo los ojos.
— Justo estaba hablando con tu deslumbrante directora de publicidad. ¿De donde la has contratado? ¿Del infierno?
Me quedo pasmada cuando Duncan me da una sonrisa, pero Renata se ríe y le golpea el hombro.
Roque se ha quedado de piedra.
— Siempre tan simpático, Duncan —le dice en medio de una risa—. ¿Imagino que ya se conocían?
Duncan le da una sonrisa que no me compra.
Asiento.
— Es amigo de Alex, el novio de mi prima Luna.
— El mejor amigo —corrige Duncan.
Fuerzo una sonrisa en mi rostro para no decirle que pienso que es un pedazo de caca de perro.
Duncan parpadea.
— Me alegro que sean cercanos porque es importante que se entiendan ya que Amanda es quien llevará a cabo todas las estrategias de publicidad para la nueva campaña, Duncan.
Roque quiere decir algo pero Duncan lo detiene.
— No puedo trabajar con ella. —Replica.
La sonrisa en el rostro de Renata desvanece. Me cruzo de brazos y sopeso echarle la taza de café caliente encima.
Como si la idea le pasara por la mente, Duncan se pone de pie y se aleja a la ventana.
Renata lo mira confundida y luego me da una mirada.
— No entiendo. Pensé que eran amigos. —Los ojos de Renata viajan desde mi rostro al de Duncan.
Si soy sincera, se ve algo asustado por mí. Eso me hace sonreír.
— No somos amigos. —Explico—. En realidad, creo que me tiene miedo.
Duncan pone una cara de póker.
— A pesar de que seas el engendro del demonio, no me das más miedo que una ardilla.
— ¿Las ardillas te aterran, cierto? —pregunto.
Duncan me mira como si estuviera loca.
Roque y Renata no entienden nuestra conversación.
— Esto no va a funcionar. —Roque suspira.
Renata mueve sus manos maravillada.
— No, de hecho, yo sí creo que va a funcionar —explica. La miro como si se hubiera vuelto loca.
De hecho, creo que esta loca.
¿Cuántos pilotos de Fórmula 1 existen? Diablos, creo que le pediría de rodillas a Alex que hiciera la campaña solo para deshacerme de este hombre.
Aunque, siendo honesta, Alex no es un punto de comparación con Duncan.
Concéntrate, Amanda.
— Yo tampoco creo que funcione —advierto.
Renata me da una mirada.
— Cariño, eres brillante —me explica.
El simio da un resoplido como si eso fuera imposible.
— Y aparte de que eres brillante —continúa Renata ignorando a Duncan—, te esfuerzas por hacer lo imposible posible, así que esta vez no será la excepción.
— Me va a terminar matando. —Dice Duncan por lo bajo. Sonrío, él parpadea. Luego continúa—: No puedo darme el lujo de morir porque aún no he ganado el campeonato mundial.
— Y dudo que lo ganes. Los simios no están hechos para conducir.
— ¿Alguien te pidió tu opinión?
Roque da un golpe en la mesa que nos hace sobresaltarnos.
— ¡Basta ya! Se comportarán como dos adultos en lo adelante. Tú, Duncan, harás lo que la señorita diga. Y tú, Amanda Davis, debes prometer que no le harás la vida imposible a Duncan.
— Lo prometo.
Duncan me mira entrecerrando los ojos con sospecha y le doy una sonrisa.
Prometí que no le haría la vida imposible, pero no prometí nada de no hacérsela difícil.
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El desastre perfecto
RomanceAmanda Davis y Henry Duncan se odian a muerte desde el altercado en el que se conocieron durante una fiesta de cumpleaños. Han mantenido sus lugares porque pueden evitarse la mayor parte del tiempo, a pesar de sus lazos en común. Entonces pasa: co...