Capítulo 8: La sorpresa

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Describir el sexo con Gabriel es casi imposible, no existen las palabras o comparaciones suficientes para hablar de tan maravillosa experiencia.

Sus labios saborearon cada centímetros de mi desnuda piel, sus besos quemaban allá donde me tocaban y extendían el fuego por todo mi cuerpo.

Sus fuertes y callosas manos recorrieron la inmensidad de mis piernas y algo un poco más arriba…

Yo no me quedé atrás, saboreé, toqué y disfruté todo su cuerpo. Mis manos se aferraban con fuerza a su trasero y mi boca jugaba con su cuello y mandíbula.

El sudor se acumulaba entre nuestros abdómenes que no paraban de rozarse provocando que mi parte sensible se pusiera tan dura que dolía.

De repente y sin darme cuenta me vi incrustado contra la pared, dos gruesas manos apresaban mi cintura y algo duro, grueso y húmedo rozaba mi trasero.

Me asusté, la respiración se me entrecortó, mi mente gritaba que se detuviera, que no estaba preparado para lo que venía. Pero mi cuerpo gritaba todo lo contrario, le exigía que continuase, que llenara mis sentidos de tanto placer que me hiciera gritar. Era una fuerte pelea que parecía muy pareja.

Creo que todos sabemos quien ganó la pelea, arqueando la espalda, lo dejé entrar.

Lo primero que sentí fue un fuerte dolor, las piernas me temblaron y el cuerpo en general me comenzó a vibrar. Sus dedos se encajaban en mis muslos y pude sentir como un gemido estrangulado se escapaba de su garganta, otro mío le siguió.

El dolor continuó por unos segundos en los que él solo ejercía pequeñas dosis de fuerza. Pero poco a poco ese dolor se fue transformando en placer, mi interior clamaba más, con un rápido movimiento, dejé que Gabriel entrara y saliera de mí de forma constante.

Después de esa alta dosis de placer, no recuerdo mucho más. Sé que en algún momento me mordí con fuerza la mano para no gemir tan alto, Carla estaba en la casa y no tenía por qué enterarse. Después de eso, solo está en mi memoria el glorioso momento en el que algo caliente recorrió mi espalda y me abracé con fuerza a su cuerpo.

Estábamos jadeantes, sudados y agotados. Sin embargo, estaba feliz, había tenido la mejor experiencia de mi vida.

—Eso fue… Ufff —dijo besándome la mejilla.

No respondí, algo malo estaba sucediendo, mi mente estaba tomando el control de mi cuerpo y me acribillaba de preguntas.

¿Que acababa de suceder? ¿Que significaba esto? ¿A caso ahora éramos una pareja? Es cierto que el sexo no significa nada pero necesitaba respuestas. La pura verdad es que en estos momentos no estaba listo para iniciar una relación. Aunque pensándolo, Gabriel no se veía del tipo de relaciones ni nada de eso. Desde que lo conocía había practicado sexo con más personas que yo en toda mi vida.

—Gabriel —dije, la mejor manera de salir de las dudas era preguntarle— ¿Qué significa lo que acabamos de hacer?

— ¿Tiene que significar algo? —preguntó acariciándome el pecho con un dedo. La piel se me erizaba— ¿No puede ser solo sexo?

—Si, puede ser —respondí complacido—. Me encanta que sea así.

Estaba tan feliz, había acabado de tener el mejor sexo del mundo, no habría ataduras y siempre podíamos repetir. Los únicos contras eran el dolor de mis caderas y…

—William —llamó Carla. Joder, mira que podía ser inoportuna la tía.

—Rápido, vístete —le pedí a Gabriel mientras me colocaba los pantalones.

—William, el estudio está cerrado con llave. Sal, necesito hablarte de algo.

—¡Voy! —Grité acotejándome la camisa y tomando el picaporte abrí—. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?

Aquel Otoño (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora