Capítulo 7: El día

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Era por la mañana y estaba agotado. En toda la noche no había podido pegar ojo. Primero que nada estaba Gabriel, tres veces me paré en la ventana a la espera de verlo. Mi parte voyerista estaba ansioso por observarlo, pero nada ocurrió, la casa permaneció a oscuras y en silencio. La otra cosa que no me dejaba dormir era mi mente, montones de pensamientos se acumulaban y ejercían presión contra mi cerebro.

Estaba Carla, era el segundo día que pasaba conmigo y se estaba acomodando demasiado bien. En el baño nuestros cepillos de diente descansaban uno al lado del otro rodeados de montones de cremas y mascarillas faciales.

La casa también sentía su presencia, jarrones repletos de rosas y lirios llenaban cada esquina del lugar e impregnaban el salón con sus dulces fragancias. Las rosas eran su flor favorita y los lirios las mías, por eso le gustaba ponerlas juntas.

La cocina era otro lugar que se veía invadido de ella, cazuelas, ollas y sartenes siempre se encontraban al fuego cociendo algún delicioso manjar. Carla era una cocinera muy buena y adoraba prepararme platillos. El único defecto era que cuando cocinaba, lo seguía haciendo desnuda.

—¿Es necesario que estés sin ropa? Ya te dije que te debes vestir —me quejé por quinta vez.

— ¿Qué pasa William? ¿Ya no te gusta mi cuerpo? Antes te encantaba saborear mi piel y mirarme en las mañanas —ronroneó mientras me ponía el café delante.

Seamos sinceros, me encantaba ver a Carla desnuda, su cuerpo era lo más bello que ojos humanos podían ver. Sus pronunciadas curvas parecían sacadas de una pintura, ¡ni siquiera la Venus de Tiziano o de Goya poseían unas curvas tan perfectas! Su piel bronceada y siempre cálida parecía suave a la vista y su abundante pecho siempre firme era un manjar.

Pero verla despertaba mis más bajas pasiones y no podía caer en la tentación. Esa manzana no se podía, ni merecía, ser comida.

—La verdad es que mi deseo por ti ha muerto, solo veo un cuerpo, nada más —mentí haciéndome el indiferente.

—Como sea —dijo molesta, sabía que le encantaba que le dijeran lo hermosa y sexy que era—, tampoco es que me pueda vestir mucho. No tengo casi ropa y la tuya me da comezón.

Era cierto, Carla había traído consigo un pequeño bolso y en su mayoría eran sus productos de belleza, nada de ropa.

—Hoy iremos al pueblo —le informé terminando mi café—, compraremos ropa para ti y algunas cosas que necesito.

—No tengo plata, William —se quejó fregando los platos.

—No te preocupes, yo pago.

Cinco minutos después ya estábamos vestidos y yo llamaba a Vero.

—¿Will? —respondió enseguida.

—Vero, iremos al pueblo. ¿Te apetece ir de compras?

—Tengo a Valentina conmigo, ¿puede ir?

—¡Claro! Estaremos allí en media hora.

—Te puedo recoger en el coche si quieres.

—No, caminaremos. Nos vemos —y así colgué.

—¿Caminaremos? —Se quejó Carla—. Tienes que estar de broma. ¡Yo estoy embarazada! No puedo caminar.

Aquel Otoño (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora