"Persigue a la muerte en la oscuridad de la condenación, apiádate de tu propio ser y deja que el demonio salga de la prisión."
Bajo el crepúsculo eterno, se rige una región llamada Zaun, desamparada y concomida por los pecados más humanos. Sobreviv...
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𝓒aitlyn:
Sujetaba con mi índice y mi pulgar la pequeña gema azulada que escondía un gran brillo en su anterior, nada era similar a lo que ahora mismo aguardaba mis dedos y me magnificaba al mismo tiempo que me aterrorizaba. Aquella minúscula pieza significaba la cúspide del progreso, lo inalcanzable. Mi ciudad natal estaba alcanzando la mayor gloria jamás escrita en los libros y sabía que una vez que tocásemos el cielo. No avistaríamos nunca más la tierra.
Viendo que ya llegaba la hora en la que empezaba mi turno, dejé lo que poseía en la caja de terciopelo negro dónde se hallaba expuesta con recelo y recogí mi sombrero azulado del suelo. Con respeto, me aproximé a mi mejor amigo que mantenía una interesante conversación con el chico que en el pasado, le había salvado la vida. Sin entrar en detalles, recuerdo ese día como si fuese ayer: El laboratorio de Jayce fue asaltado en una noche dónde todos los Vigilantes dormían y después de hacerlo explotar, se descubrió que éste no tenía nada excepto una investigación al milímetro de lo que podría haber sido su perdición. Sin embargo, el mundo quiso que su redentor se encontrase en la escena del crimen para ofrecerle una segunda y definitiva oportunidad.
Ambos unieron su ingenio para proyectar toda la inteligencia coexistente en la absoluta magia. No comprendía mucho los garabatos y las fórmulas que habían pintados con tiza en cada una de las pizarras verdosas pero algo en mi interior, me susurraba que era algo bastante importante para este mundo. Me hallaba en el epicentro de aquella espiral de conocimiento, pisando con mis altas botas el suelo cristalizado de aquel enorme laboratorio financiado con el dinero de todos los Consejeros de Piltover pero aún así mi cabeza estaba invadida por mis propios pensamientos.
Después de haber pasado un año al servicio de esta ciudad, se me estaba empezando a tomar en serio pero tampoco en demasía. La razón de aquello no era mi género, era que pertenecía a la sangre noble. Mis padres, dos de las figuras más influyentes de la metrópoli, controlaban siempre los casos que tocaban mi puerta para que fuesen lo más sencillos, lo más simples. Nunca viajaba a Zaun, me quedaba resolviendo pequeños atracos sin importancia en las calles más ricas y eso provocaba que estuviera cansada de enfrentarme contra los mismos malhechores. Me invadía el aburrimiento por el hecho de que me tuvieran como una pequeña mariposa que debían de proteger en un jardín perfecto pero no podía salir de ahí.
Hasta ahora.
Mis padres habían realizado un viaje de unas semanas por cuestiones de materiales y me habían otorgado el tiempo necesario para demostrar de que carne estaba hecha. Si merecía la pena o era un mártir más de una familia adinerada. Desde el primer día que la chaqueta cubría mis hombros, he recibido comentarios de todo tipo y es por ello que nunca me he rendido. A pesar de que hubiesen muchas razones para ello.
- ¿Ya te vas? - Preguntó Viktor, el lisiado se aproximaba a mí con su bastón de madera que nunca había cambiado durante todo el tiempo juntos. A pesar de que su rostro cada vez se mostraba más desmejorado por la enfermedad mortal que los médicos le habían declarado hace unas semanas, sus sabios ojos me recordaban a la miel.