Devil meets Kiramman.

𝐈𝐈. 𝐒𝐢 𝐧𝐨 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐨 𝐭𝐞𝐧𝐞𝐫 𝐚𝐦𝐨𝐫, 𝐭𝐞𝐧𝐝𝐫𝐞́ 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫

𝓒aitlyn:

Llevaba incontables noches sin lograr descansar aunque fuese una minúscula hora. El suelo de mi habitación se había convertido en un panel con informes; desde los últimos reportes de las actividades de mis padres por la ciudad hasta una lista interminable de suposiciones que realizaba cualquier persona que tuviese cuerdas vocales y quisiera añadir un grano de arena. No obstante, todos estaban de acuerdo con una secuencia de acciones esenciales: Salieron de casa con un equipaje no muy voluptuoso, cerraron mediante cartas algunos últimos puntos de unos contratos que no se pasaban en demasía con el valor y se dirigieron al barco dónde se les perdió la vista para siempre. Y no había náufrago alguno, es decir, el navío no se hundió por culpa de un oleaje fuerte. Ya que ni siquiera era el caso, el tiempo mecía tranquilo pero si era cierto que coexistía tanta niebla que era imposible asegurar nada. Todo apuntaba a que simplemente desapareció.

Pero todos sabemos que nada deja de existir sin más. La materia no es volátil, siempre se transforma en algo que deja rasgo.

Era indudable que debía de permanecer entre esas cuatros paredes ofreciendo la imagen de frágil víctima que desea curar el vacío que le deja la apatía por la desaparición de sus padres. Y sin bien es cierto que mis ojos se encontraban la mayoría del tiempo vidriosos, me mantenía firme en querer saber que había pasado con las personas que me dieron la vida. No saber nada es mil veces peor que tener unos cadáveres a los cuáles rendirle cuidado.

- Buenos días, Cait. - Después de que saltase la devastadora noticia, Jayce alternaba su emprendedor laboratorio con la suave cama de seda de la Consejera con la que intimaba a pesar de ir contra toda regla moral que estuviera impuesta en la Academia. Pero no había nada que no se le perdonara a los genios. Y cómo si fuera una tarea de su agenda, reservaba minutos para procurar que no perdiera la cabeza, algo que por desgracia si pasaba; no iba a comentárselo como asunto de grave importancia.

Quería a ese hombre más de lo que me gustaba decir en voz alta pero no toleraba ser tomada como una pequeña mariposa protegida del exterior en una cúpula ovala.

Esperé que se acercase para que me entregase el pequeño bollo con mermelada de frambuesas y azúcar espolvoreada por encima. No era parte de la investigación por cuestiones obvias pero eso no quitaba que cada segundo de mi vida fuese dedicado a encontrar cualquiera pista que me ofrecía esos mapas, esas cartas, esos informes... Mis dientes blanquecinos se hundieron en el dulce bizcocho mojando mis secos labios de la sustancia rojiza y no me quedó otra que rodear mis ojos cuando escuché la voz de mi mejor amigo.

- No tienes que preocuparte por nada, lo único que has de hacer es dormir y dejarlos trabajar.

Hablaba cómo si fuese fácil ser obediente cuando habían puesto tu mundo del revés; mis progenitores estaban siendo moneda de cambio para que se resolviese un problema que ni siquiera nos concernía. Y todo era culpa por la corrupción sumergida que nadie conocía pero todos sabían. No podía dejar la vida de quién más me importaba en manos de los mismos que fallaron para que eso ocurriera.

- Quizás sea una cuestión de los Firelights. - Propuso a la vez que yo seguía alimentándome de los nutrientes del dulce. Pensé la idea durante dos segundos pero la rechacé casi de manera inmediata; los Firelights no eran más que carroñeros que buscaban subsistir además de tener dinero para sus caprichos. Eran personas de mi edad y solían ir subidos en patinetes que funcionaban gracias a una tecnología aeroespacial. Nadie conocían sus identidades ya que siempre tenían sus cuerpos cubiertos por telas que recogían de la basura o lugares parecidos, mas era obvio que no se movían de Zaun. Piltover y este caso en especial, quedaba muy fuera de sus probabilidades.

Y no era porque quisiera menospreciarlos.

- Es alguien más poderoso. Puede ser parte de un chantaje o una venganza... - Pude contraponer mi parecer cuando me terminé el regalo que me había ofrecido, cuyo nombre no recordaba por estar tan bombeada de información.