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Miré la pared inexpresiva; me sentía vacía, como nunca me había sentido. Ahora, ese sueño de libertad parecía tan lejano como nunca antes. Había perdido sentido, pues allí me había dado cuenta de algo muy importante: ¿de qué sirve la libertad si no tienes a nadie con quien vivirla?
Era aterrador, como si ya no pudiese sentir nada; ni amor, ni dolor, ni tristeza... Me había convertido en un alma que vagaba destinada a estar sola y a llevar una cadena de la que nunca escaparía. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba en esa habitación, solo recordaba que me habían inyectado algo. Recordaba que ese algo me hizo dejar de sentir...
La puerta se abrió, interrumpiendo mis pensamientos, y miré en esa dirección, sin expresión. Desde que me desperté no habían cerrado la puerta con llave, era obvio que escapar ya no me importaba. Era casi irónico. ¿Por quién iba a arriesgarme a escapar?
¿Por Sangwoo?
Mató a mi amigo, a su amigo. ¿Qué me aseguraba que no hubiera hecho lo mismo si hubiese sido yo?
¿Me habría mirado a los ojos de la misma forma que miró a Ali? ¿Habría sido capaz de engañarme para vivir? ¿De matarme?
El solo pensarlo hizo que todos los músculos de mi cuerpo se tensasen, como si estuvieran preparados para que un enemigo se abalanzase sobre mí.
Sangwoo... ese sería el enemigo que se me abalanzaría. Por un momento fui capaz de sentir un sentimiento, ira.
Me gustaría ver como lo intenta...
Pero a pesar de todas esas preguntas, la verdad era que ni siquiera yo sabía la respuesta. Ya no estaba segura de conocer a esas personas tan bien como creía. Era tan confuso...
—Jugadora 002, ¿cómo se encuentra? —Uno de los tipos de rojo me habló, mientras me acercaba un cuenco con agua.
En el momento en el que lo puso en el suelo le di una patada, provocando que el agua acabase sobre su uniforme.
Trató de acercarse, enfadado, pero alguien lo detuvo. —No. —El de la mascara de negro se abrió pasó, deteniendo las acciones de el de rojo. El mencionado se paró de inmediato y, con una seña del líder, salió de la habitación. Mientras el de negro se sentaba mis ojos nunca le abandonaron. Sabía que debía de tener un aspecto horrible, tras haber llorado tanto sentía los ojos totalmente secos y adoloridos, pero ya no le importaba—. Quería hablar contigo, Chicago.
—Pues yo no quiero hablar con-
—Sé quien eres Chicago —me interrumpió. Un silencio produciéndose en la sala tras sus palabras, y yo no supe si sentirme confusa o alterada—. Quién eres realmente, quién eras antes de ser Chicago —continuó.
—Tú no sabes nada sobre mí —hablé entre dientes, molesta por toda la situación que, definitivamente, era culpa suya.
—Al contrario, soy seguramente la persona que mejor te conoce. Al menos, la que mejor te conocía. —Levanté la mirada sorprendida—. Siempre fuiste muy temperamental, me alegra que hayas llegado hasta aquí. —Se inclinó un poco hacia mí, y casi pareció amistoso.