La vanidad y la avaricia pueden llegar a ser peligrosos, pero para este hombre, era fortaleza, no dejaba que cualquiera entrara a su círculo social, lo cual le daba cierto status, era bello de parecer pero quería poder y riqueza. En esos tiempos si eras de buen parecer y tenias un apellido influyente lo eras todo, pero este hombre quería más. ¿Qué podría ser más que todo?
Olvidándose de sus valores empezó a hacer negocios turbios, que no beneficiaban a nadie exceptuando a su bolsillo, este hombre era perseverante, hasta que no obtuvo lo que quería no descanso. Cuando finalmente lo consiguió, todo lo que quería por fin en sus manos, sentía que le faltaba más, necesitaba más, no paró, siguió queriendo más y lo obtuvo, pero verán... la cosa con la avaricia es que nunca será suficiente, si dejas que tome control de ti, te vas a olvidar de todo, tus valores, el amor, planes a futuro, ¿a quien le quedaría todo eso que él ha logrado?
Y la vanidad ¡Ja! No hablemos de vanidad, no dura mucho, somos carne, no vivimos para siempre, nos marchitamos.
Ahora, lo que quedaba era un señor viejo, arrugado y solo, no le quedaba nada de ese bello parecer que poseía hace años, pero tenía propiedades y mansiones, todo el dinero del mundo al alcance de sus manos, y era todo lo que necesitaba, cierto?
Estaba sentado en frente de la ventana, con nada más que un whisky en la mano, reflexionando en compañía de ese bello paisaje, había logrado todo lo que quiso pero, ¿a qué costo? Se olvidó de sus valores y de compartir, y ahora ¿a quién le dejara todo lo que logró?.
Todo su esfuerzo se iba a perder en el momento en que diera... Su último respiro.
