La última esperanza de la Tierra (Keith x Oc)

8

La misión

Hacer de la rebelión una organización que traficara con información y presentara resultados al Cuartel fue una tarea completamente difícil. Elizabeth estaba estudiando ingeniería –Antes, cuando aún estudiaba en el cuartel–, ella tenía habilidades con computadoras y sistemas, pero no era una experta y no sabía hackear sistemas que jamás había visto. Aún estaba aprendiendo el código HTML, no podían exigirle tanto.

Sin embargo, lo consiguieron y el ir fuera del domo se volvió una tarea más sencilla cuando lograron intervenir algunos sistemas de seguridad de los Galra. Sentía que por fin estaba haciendo algo, que por fin podría usar su poder para el bien de la humanidad, encontrando un propósito más allá de su propia maldición. Era increíble lo que podía lograr si se imponía a las figuras de autoridad para un mejor resultado, convencer a Charles de ir por la familia de Verónica, luego convenciendo a Sanda de que no era una amenaza y que podía ayudar requirió hacer algo que ella jamás se había planteado o soñado, ni siquiera cuando tuvo el valor de enfrentar a la directora de su orfanato; alzar la voz y no mostrar debilidad para que le escucharan.

Ella no peleaba antes, huía de los problemas y se escondía temerosa. Si el rayo iluminaba el cielo, corría a los brazos protectores de su mejor amigo. Pensaba que era mejor poner la otra mejilla que soltar un golpe – a menos que perdiera el control de su poder--, eso muchas veces la catalogó de cobarde. Pero dicen que las situaciones cambian a las personas, huir no solucionaba el problema y ponía en riesgo muchas vidas, por eso era mejor si los encaraba y confrontaba activamente (aunque se estaba volviendo un poco imprudente).

—Así que tu verdadero nombre es Elizabeth—Verónica cuestionó al salir de la reunión.

—Hace tantos años que no usaba ese nombre—Beth sentía que fue hace mucho, como si hubiese envejecido con solo escucharlo.

—¿Por qué nunca me dijiste que fuiste una cadete?

—No quería que mi pasado saliera a la luz, Ronica.

—¿Por qué?

—¿Prometes no decirle a nadie?

—¿Ni siquiera a Leo?

—Ni siquiera a Leo.

—Bien, lo prometo.

—Déjame contarte una historia...

Abrirse a Verónica fue extraño, no es que fueran grandes amigas, pero la McClain parecía alguien a quien le podía confiar su pasado y sus temores sin ser realmente juzgada. Probablemente también podría hacer lo mismo con Leo, pero ella sabía que el muchacho era muy apegado, no era tonta o ciega, sabía que Leo estaba enamorado de ella (aunque no comprendía por qué). Le contó sobre el orfanato y el accidente, sobre su mejor amigo a quien siguió hasta Galaxy Garrison, le dijo de su noviazgo adolescente con mejillas sonrojadas; no quería revelar mucha información, pero al llegar a lo de la misión Kerberos el nombre escapó de sus labios.

—¿No es uno de los paladines de Voltron? Mi hermano, Lance, junto a sus amigos son parte del equipo. Creo que Sam lo mencionó.

Beth se mostró sorprendida por ello y entendió por qué la morena tenía también las esperanzas en que los viajeros espaciales regresarían.

—Lo es, él... fue expulsado del cuartel y... desde entonces no lo he vuelto a ver.

—Oh.

Siguió contándole sobre cómo aquello la estaba destrozando por dentro, cómo sentía que algo no encajaba desde que Keith se fue. Decirle lo que era, o más bien, lo que implicaba su naturaleza, fue agotador. Ella simplemente se rompió de nuevo y lloró lo que restaba de su historia. Verónica entendió por qué Beth no quería que nadie supiera, porque al final estaba revelando su mayor debilidad, le había confiado su inseguridad y su corazón.