Capítulo 1

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Todo lo que el fuerte sonido del agua chocando constantemente contra mis oídos me permitía escuchar, eran los desesperados gritos de la reina Elsa.

No veía nada más que la densa cortina de lluvia que lo cubría todo. Ni rastro del barco.

Nadé en dirección a la voz de Elsa sin soltar la cintura de Anna ni un instante mientras ambos luchábamos por mantenernos a flote entre el salvaje oleaje. Los relámpagos hacían brillar todo a mi alrededor cegándome ligeramente y, los ensordecedores truenos, se conjugaban con las olas que nos cubrían y zarandeaban dejándonos completamente desorientados.

Poco a poco, los gritos se fueron perdiendo en la distancia hasta no quedar nada más en aquel punto perdido del mapa que mar, tormenta y nosotros.

Fuertemente aferrados el uno al otro, nadamos sin rumbo con la esperanza de volver a dar con el barco hasta que las fuerzas nos fallaron y nos vimos incapaces de seguir avanzando.

—Kristoff... lo siento.

Anna comenzó a llorar calmadamente, como si ni siquiera para eso le quedasen energías. Hacía rato ya que la histeria había dado paso a la determinación, pero, ésta última, acababa de convertirse en resignación.

—Vas a morir por mi culpa.

—Ey, nada de esto es tu culpa.

—Sí, claro que lo es. Si hubiese sido más honesta con todos desde el principio, esto no habría pasado.

—No sé de qué estás hablando, pero sería mejor que ahorrases energía.

Su cabeza se acercó a mi pecho y se posó sobre él, pero ya no había calor en ella para ser sentido sobre mi empapada camisa. Entonces, cesando en su intento de flotar, alzó una de sus manos y rozó delicadamente mi mejilla.

—Siempre te he amado, Kristoff.

Lo sabía. Podía parecer arrogante admitirlo, pero sabía que ella me amaba a mí tanto como yo a ella. Nunca había habido una palabra de amor entre nosotros, pero tampoco fue necesaria. Nuestro amor, destinado a morir antes de florecer, era un secreto a voces para nosotros.

— Anna... No te rindas, por favor —imploré sosteniendo su cuerpo con más fuerza contra el mío.

—No me quedan fuerzas, y tú estás en las últimas también.

—La tormenta ha amainado y el mar está en calma ahora. Quizás si descansamos por turnos...

Anna me dedicó una sonrisa llena de lágrimas, empleó sus últimas energías en posar sus labios sobre los míos y desfalleció en mis brazos.

—¡Anna! ¡¡Anna!!

No hubo respuesta. Sólo una nueva ola cubriendo nuestras cabezas.

No lo iba a permitir. No iba a dejar que ella acabase así. No como sus padres; no sin haber vivido una larga y hermosa vida; no sin escucharme decirle que la amo.

El coraje que me dio aquel pensamiento me regaló un último subidón de energía que aproveché para nadar quién sabe cuántos metros en dirección a quién sabe dónde. Pero pronto empecé a perder el control sobre mis propios músculos: había llegado a mi límite; no había nada que hacer. Abracé a la pálida mujer que yacía entre mis brazos y, tras un último susurro, fuimos presa del mar.

—Te quiero, Anna. No te preocupes, te tengo.

Llévame a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora