Cuando pensaba en entregarme a él, sabía que sería una maravillosa e inolvidable experiencia. Un alma tan dulce mezclada con tremendo cuerpazo, tenían que dejar huella; pero nunca fui capaz de imaginar hasta qué punto lo iba a disfrutar.
Sus dulces besos en absolutamente cada uno de los rincones de mi piel, su áspero y cálido tacto recorriéndome con cuidado y desespero a la vez como queriéndolo todo pero asustado de dañarlo, sus apasionadas miradas, sus sonrisas traviesas, su cara de preocupación mientras se aventuraba lentamente dentro de mí. Su suave pelo sobre mi pecho, su gruesa barba en mi entrepierna, su ardiente lengua elevando mi alma. Su suave voz convertida en la más erótica combinación de gruñidos y jadeos bajo mis manos, bajo mis caderas; su inmenso y sudado cuerpo nadando con el mío, su fuerte agarre, sus espasmos entre mis brazos mientras llenaba mis entrañas...
Jamás en la vida me había sentido tan inundada; jamás tan amada; jamás había disfrutado tanto de decir su nombre.
Ya nada importaba. Si quedaba embarazada, entonces, contra todo pronóstico, sería la feliz madre de una criatura nacida del amor y no de la esclavitud. Si no quedaba embarazada, entonces tendríamos muchas más oportunidades de disfrutarnos como aquella vez. Fuese como fuese, sentiría su calor, su calidez, su piel, su voz... Siempre.
—Si no llevo mal la cuenta —susurré sobre su pecho mientras descansábamos en nuestro pequeño nido aún completamente desnudos y entrelazados—, llevamos algo más de dos meses aquí.
—Sesenta y cuatro días exactamente —murmuró acariciando delicadamente mi pelo con la nariz.
—Ya no van a encontrarnos.
—Eso parece.
—¿Crees que estaría mal que me hiciese a la idea de que esta maravillosa vida juntos es real y va a ser así para siempre?
—Creo que por fin podemos creérnoslo.
Suspiré regocijándome en sus caricias y en sus palabras.
—Anna...
—¿Sí?
—¿Quieres casarte conmigo?
¿Había oído bien? Me incorporé de golpe buscando una mueca burlona en su rostro, pero me encontré con la más sincera y asustada de las miradas.
—Tú... ¿quieres casarte conmigo?
—No te habría preguntado si no fuese así —contestó con una risa nerviosa—. No me queda ninguna duda de que te amo con todo mi ser, y quiero compartir mi vida contigo. ¿Serías mi esposa?
¿Qué esperaba que contestase a eso? ¿Había más de una opción si quiera?
—¡¡Sí!! ¡Por supuesto que sí!
Su mirada se iluminó y su sonrisa lo lleno todo. Me zambullí en sus brazos de nuevo con energías renovadas y le besé con todas mis fuerzas.
—Parece que va a ser una boda íntima —bromeó cuando me retiré para dejar que el aire volviese a nuestros pulmones.
—Eso que nos ahorramos en el convite. No quiero pelar higos chumbos para cientos de personas.
Ambos reímos con complicidad hasta que paré en seco al darme cuenta del pequeño detalle que nos faltaba para celebrar la ceremonia.
—¡Dios mío, Kristoff! ¡¿De dónde sacamos al cura?!
—¿Crees que es necesario?
—¿Cómo piensas hacerlo si no?
—Jurándonos amor eterno ante Dios rodeados de su propia creación me parece suficiente. Mi familia siempre lo ha hecho así. ¿Necesitamos de verdad las palabras de un señor que nunca ha disfrutado de este tipo de amor?
—Suenas bastante convincente, la verdad. Pero no tendrá valor oficial.
—De nuevo, ¿lo necesitamos? No creo que los murciélagos y los lagartos de la zona nos pongan muchas trabas.
—Entonces... ¿mañana?
—¡¿Mañana?! ¡¿Ya?!
—¿No quieres? Podemos esperar si...
—¡Mañana! Mañana me parece perfecto.
Reí de puro gozo e intenté infructuosamente abarcarle con mis brazos.
—Piénsatelo bien, Bjorgman, vas a tener que rendir en la noche de bodas.
—Sobreviviré.
Kristoff me abrazó dulcemente, ambos nos susurramos las buenas noches y un te amo, y así, como Dios nos trajo al mundo, caímos en el más agradable de los sueños.
—¡Tierra a la vista!
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Llévame a casa
FanficUna fuerte tormenta en el mar amenaza con hacer repetir la historia. Descarga de responsabilidad: No poseo más que mi propia vida.