Capítulo 6

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 El abrazo que me envolvía me devolvió el calor y la vida.

—¡Kristoff! ¡Dios santo! ¡Estás vivo! ¡Estamos vivos! ¡No me lo puedo creer!

Le apreté aún más fuerte contra mi cuerpo. Temía separarme de él y descubrir que nada de aquello era real. Sin embargo, él me retiró suavemente y clavó sus ojos en los míos.

—¿Te encuentras bien?

—Eso creo, sí. Y, ¿tú?

—Estoy bien.

Ambos suspiramos aliviados.

—Has arriesgado tu vida por mí. —Era todo en lo que podía pensar. Le vi saltar desesperado tras de mí, sentí cómo luchaba contra el mar por mantenerme a flote. Sentí cómo daba sus últimos alientos por mí. —¿Por qué?

Kristoff agachó durante un breve instante la mirada y luego la volvió a clavar en mí, esta vez, llena de temor y esperanza.

—No podía dejarte ir —contestó con un suave y dulce hilo de voz haciendo que todo mi cuerpo se estremeciese y se sintiese completamente expuesto a él.

—No era tu deber, lo sabes.

—Lo sé.

—Yo... no le amo.

—Lo sé.

—Te amo a ti.

Kristoff llenó ampliamente sus pulmones y apretó sus labios antes de contestar.

—Lo sé.

Entonces, alzando su mano hasta mi rostro y retirando delicadamente un mechón de pelo de mi frente, dejó salir un susurro que me hinchó y estranguló el alma a la vez.

—Dime, ¿puedo amarte yo a ti?

Tomé aire yo también y cerré los ojos intentando pensar con claridad. Me estaba diciendo que me amaba, ¿verdad? Pero... realmente, ¿podía hacerlo? ¿Acabaría en la horca como dijo Elsa que podría pasar? ¿Habría si quiera alguna horca en las proximidades? ¡¿Dónde carajo estábamos?!

Miré despacio a mi alrededor buscando algo que me diese alguna pista de qué era aquel lugar, pero fue inútil. Le devolví la mirada a él, que esperaba ansioso pero impasible mi respuesta, y puse temerosa mi mano sobre la suya.

—No lo sé.

Su expresión se tornó sombría. Acababa de romperle el corazón y, con el suyo, el mío. Rompí a llorar. No era eso lo que yo quería, yo sólo quería tomar su mano para siempre y desaparecer en algún lugar abandonado de la mano de Dios donde no fuese la princesa, donde nadie me conociese, donde pudiese amarle sin trabas, pero... ¡Espera! ¿Acaso no era eso lo que acababa de pasar?

Kristoff comenzó a abrazarme cautelosamente y a frotar mi espalda intentando devolverme a mí un ánimo que él no tenía.

—Kristoff...

—¿Hm?

—¿Tienes alguna idea de dónde estamos?

—Ni la más remota.

—¿Crees que podríamos desaparecer juntos?

Sus manos se apretaron contra mi espalda.

—Diría que eso ya lo hemos hecho —contestó con una breve carcajada.

—Pero no sabemos dónde estamos... Quizás Arendelle esté tras aquellas montañas. O peor, igual estamos en las Islas del Sur.

—Y, ¿qué tienes en mente?

Llévame a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora