Puede que Izana no se haya dado cuenta. No aún.
Las bisagras de la puerta se quejan cuando la abre con brusquedad, y no tarda un solo segundo en arrojarse sobre la cama, sin darle tiempo a alzar la cabeza siquiera. Agarra la almohada de Kakucho y tira de ella, quitándosela.
—¡Vamos, levántate! —ríe, pegándole con plumas y tela en toda su carita somnolienta y confusa. Una y otra vez, hasta que decide tomarle del pijama y sacudirle, incorporándolo —¡Anoche nevó! ¡Está todo blanco, vamos a jugar!
Su amigo se queja y estornuda sonoramente, recibiendo otro almohadazo en la cara. Angustiado, Kakucho atrapa el cojín y se lo quita de las manos a Izana, empujándole a un lado para que le deje al menos respirar.
—¿¡Si!? —exclama, abrazado a la almohada y sonriendo, con las mejillas rosadas de sueños y golpes acolchados. Se sienta al borde del colchón y se estira hacia arriba como un felino, sus vértebras crujen —. Espera...
Las manecillas del reloj analógico marcan las ocho de la mañana, los cristales de la ventana están helados cuando Izana se acerca y pone la mano contra la superficie, dejando sus huellas. Puede sentir el frío del otro lado, mientras escucha a su compañero vistiéndose.
Aún está oscuro. Quizá el Sol tarde en salir, pero es su época favorita del año, porque, cuando amanece, los rayos de luz crean formas preciosas; se cuelan entre las hojas de los árboles, el ambiente se vuelve idílico y pastoril, como toda una Arcadia. Y su aliento se congela y forma una nubecita de vaho, los dedos se le hielan y las pestañas se le llenan de escarcha matutina.
Se da la vuelta para comprobar si Kakucho se ha vestido ya, pero ve cómo se ha metido en el baño. Se asoma sin picar a la puerta medio arrimada y lo mira a través del reflejo. Está vestido con esa enorme chaqueta blanca y negra y los pantalones oscuros que podrían servir hasta para esquiar.
—¿Por qué te peinas si luego te vas a despeinar? —pregunta, casi molesto por el hecho de que tarde tanto.
—Para estar mejor que tú, mírate —le muestra la lengua por el espejo, señalando los mechones blancos que salen disparados en todas direcciones, el cabello de su flequillo ondulado —. Además, ¿para qué respiras si vas a morir? Y todo así...
—Para estar contigo.
Sus ojos se encuentran en el reflejo. Los lirios de Izana están completamente apagados, su expresión se ha tornado seria al decir eso, y ni siquiera se ha dado cuenta de que se ha abrazado a sí mismo, en el vano intento de hacerse sentir calor. Kakucho aprieta los labios, dejando el peine a un lado, con un leve rubor.
Se ponen los guantes de lana y se miran una vez más. Es entonces cuando el silencio se rompe y salen corriendo de la habitación, entre risas y apuestas.
—¡Quien llegue el último es un perdedor! —grita Izana, llevándose una esquina por delante y tropezando con sus propias botas cuando se las pone, en el recibidor.
Ambos se pelean para salir a la vez por la puerta del orfanato, armando un jaleo que enciende luces y altera el tiempo de sueño. Kakucho se precipita escaleras abajo, rodando, y es levantado por su amigo, que tira de él y lo empuja hacia delante para que corra. Las huellas llenan la nieve virgen y, pronto, las bromas y los gritos llenan el bosque paralelo al orfanato.
Se buscan entre los árboles, lanzándose bolas compactas directamente al rostro, protestando cuando alguno se acerca por detrás y le mete al otro un puñado de nieve por dentro de la chaqueta, desde la nuca. El cabello negro del menor se llena de los copos que, tímidamente, siguen cayendo, y puede olvidarse de que aquella misma madrugada ha despertado llorando por una pesadilla.
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Snowman || KakuIza
FanfictionLo primero que Kakucho había moldeado alguna vez, fueron aquellos pendientes. Rectangulares, de arcilla pintada por manos infantiles y cubiertos de resina transparente para que fueran brillantes y el dibujo quedara protegido. Lo segundo, fue el cuer...