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Izana da su primer beso a los trece años. Puede que no sea el mejor, pero lo recordará durante mucho tiempo.

—No me has felicitado —empieza, abriendo la puerta de la biblioteca de una brusca patada. El pomo se empotra contra la pared con un golpe sordo.

Se adentra en la estancia, haciendo contacto visual con él. Por supuesto, ignora el cartel de "prohibido hacer ruido". Kakucho está dibujando en una mesa, rodeado de estanterías y libros polvorientos que nadie quiere leer. Está solo, como siempre. El chico cubre con los brazos lo que estaba coloreando y frunce el ceño, como si estuviera confuso.

—¿El qué? No es tu cumpleaños.

Izana aprieta la mandíbula, puede que sea rabia, puede que sea frustración. Realmente le da importancia a esas tonterías de los adultos, está demasiado harto de verlo en la televisión, en las películas e incluso en las estúpidas vallas publicitarias de la carretera.

Tal vez por eso se agarra del pecho y arruga la tela de la sudadera gris, sintiendo el vacío allí atrapado. Es insoportable, le devora por dentro cada vez que pierde a Kakucho de vista, o que despierta solo en su habitación. Todos esos años tienen relevancia sobre sus pequeños hombros, todos los juegos, las charlas y las bromas.

Izana quiere que Kakucho le felicite San Valentín como es debido, y lo conseguirá por la fuerza si es necesario.

—Hoy es San Valentín —dice, aunque el día ya está acabando y la noche se adentra en el cielo con pasos agigantados.

Ah, felicidades

Nada más. Kakucho baja la mirada hacia su dibujo, jugueteando con la esquina del papel. Tiene un leve rubor en las mejillas que ha ido apareciendo a medida que su compañero se ha acercado a su silla. Le sale un tic nervioso en una pierna y comienza a buscar alguna especie de salida a la situación.

Es tan tímido que da miedo y asco. Se considera más bien introvertido y prefiere quedarse horas encerrado en la biblioteca, antes que salir a dar paseos con Izana y su hermano mayor. Aquel chico, alto y de cabello negro azabache, es amable con él, y en más de una ocasión lo ha saludado cuando ha sacado a su amigo para llevarlo en motocicleta y le ha ofrecido llevarlo también.

La última vez que acudió al orfanato, Shinichiro le pidió que cuidara de Izana. Kakucho sabía de aquella verdad incómoda que cualquiera podría apreciar a simple vista. No son hermanos. Sostiene el color canela y le da vueltas en la mano, pensativo y perdido en ese recuerdo.

Sin embargo, Izana parece tan feliz cuando regresa por las noches, después de haber recorrido la ciudad en motocicleta, que es incapaz de decir o hacer nada. Siguen jugando, siguen siendo un par de niños que no son lo suficientemente conscientes del mundo en el que viven, y eso le atormenta, porque les hace extremadamente vulnerables.

—¿"Ah, felicidades"? —repite el mayor, apretando uno de sus puños con visible frustración. Parece estar a punto de agarrarle y pegarle por idiota —. ¿No vas a decir nada más?

Kakucho no puede alzar la mirada y enfrentarse a sus propios sentimientos. Está tan aterrado de sí mismo y de su corazón, que no puede controlarse y se dispara. Le late fuerte en los oídos, abre la boca levemente para respirar. Usa la silla como escudo y se encoge, sus propias rodillas chocan, la sudadera roja le empieza a dar calor.

Todas aquellas noches en las que se tumban en su cama para leer y charlar, y acaban mirándose de más accidentalmente. La necesidad irrefrenable de tomarle y abrazarle con fuerza cada vez que siente que se iba a escapar de su vida. Y, sobre todo, la confusión que le ha empezado a provocar el hecho de que quiere quedarse a su lado para siempre le vuela la cabeza.

Snowman || KakuIzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora