Izana nunca se habría imaginado de esa forma. Ni siquiera cuando alguna vez fue joven y ridículamente inocente.
La nieve se había derretido en el huerto y los finos rayos de Sol se filtraban por entre nubes grises que, sin embargo, no amenazaban con lluvia. El aire estaba tan frío que le cortaba los labios y helaba sus manos. Sus dedos temblaban, pero podía extender la mano hacia arriba y ver el oro brillar.
Era una alianza simple y lisa, bonita y dorada que se ajustaba a su anular izquierdo. Verla provocaba en él una sonrisa instantánea, un montón de recuerdos y, en especial, una suave caricia en el pecho que sabía a tranquilidad.
De niño no había tenido ninguna expectativa, sólo Tenjiku y un montón de resentimientos atrapados en el corazón que alguna vez pensó en liberar antes de abandonarse a sí mismo por el camino. Le resultaba tan consolador encontrarse allí, sentado en las escaleras de entrada a su casa de campo, donde llevaba viviendo unos años.
No recordaba exactamente qué hacía ahí sentado. Quizá esperar a Kakucho, y por eso no regresaba adentro, donde la chimenea estaba puesta y calentaba el hogar que juntos habían construido. Su mente se había quedado atrapada en el color del cielo de ese día y el brillo de su anillo de matrimonio. En ocasiones, no creía que todo aquello fuera real, de la misma forma en que uno aguardaba a despertar de un sueño eterno y extraño.
Kakucho sí tenía pesadillas. Una enorme y preocupante cantidad de ellas y de las que nunca hablan. Izana lo sabía porque cada madrugada lo sentía revolverse y despertar dando un bote a su lado, con un quejido, como si le hubieran estampado contra la realidad. Cuando aquello sucedía, solía quedarse en silencio a su lado, escuchando su respiración agitada. Podía imaginar sobre qué trataban sólo por la forma en que Kakucho lo abrazaba después de calmarse.
A veces lo encontraba por las mañanas admirando la pecera donde su mascota nadaba de un lado a otro. Se apegaba a él y se ponía de puntillas para darle un beso de buenos días, sin sacar el tema de sus terrores nocturnos. Al menos podía hacer una vida normal, al precio de no olvidar ciertos momentos.
Oh, y amarle era tan dulce como el chocolate en invierno. Desde el torpe primer beso hasta todas las veces en las que se escabulleron de sus habitaciones en la institución donde vivieron para ver el cielo estrellado; el tacto de la nieve en sus manos en sus peleas en el jardín, el dinero de los moteles que frecuentaron en su juventud como adolescentes rebeldes. Su tragedia había sido consumida por todas las estaciones en las que se permitió seguir enamorándose de él.
Le gustaban las páginas felices de todos esos libros que Kakucho apilaba en las estanterías del salón. Sagas enteras de portadas preciosas. Siempre que se asomaba desde la cocina, cuando hacía la cena, y lo veía sentado en su butaca de cuero negro, con sus gafas y un libro en el regazo, una humeante taza de té en la mesa, leyendo, sabía por qué habían acabado juntos. A Kakucho no le gustaban las tragedias y a él tampoco.
Se incorporó de golpe al ver cómo Kakucho regresaba y cruzaba el jardín agotado. Salía a correr todas las mañanas, sin importar qué tiempo hiciera.
Kakucho agitó la mano en el aire, sin aliento, con gotas de sudor bajando por su frente y cuello. Izana corrió hacia él con una sonrisa, chocando con su cuerpo en un fuerte abrazo.
—Estoy todo sudado, Izana... —jadeó, tocándole los hombros, sin saber si corresponder.
Izana cerró los ojos, feliz. Finalmente, las manos de Kakucho acariciaron su espalda con cariño y un beso revoloteó a su cabeza. En su anular brillaba el mismo anillo que él tenía.
—Vamos adentro, ¿quieres que te prepare un té? —Izana alzó el mentón. Era el chico más feliz del mundo.
Kakucho asintió, tomándole de la mano y tirando de él. Empezaba a notar el frío en sus brazos, tenía el vello erizado y ganas de entrar a casa. Por mucho que los niños de los orfanatos de Tenjiku lo adoraran, apreciaba muchísimo sus días libres en los que podía ser un crío de nuevo y holgazanear con el amor de su vida en el sofá.
—Me daré una ducha primero, pero, ¿luego te apetecería probar esa nueva receta de galletas? —propuso, soltando la mano de Izana y rodeándole la cintura.
—Si sigues tocándome así tendré que ducharme contigo, ¿sabes? —bromeó el otro, pegándose a su costado.
—Oh, vamos, empezaste tú... —Kakucho rio por lo bajo.
Izana le picó la cintura con los dedos, provocándole un respingo. Estuvo a punto de atraparlo, pero entró a casa correteando con gracia antes de que pudiera rozarlo siquiera. Los pendientes se balancearon graciosamente.
Se echó el pelo hacia atrás, suspirando pesadamente. Cerró la puerta tras de sí y echó un vistazo al lugar, encontrando un par de ojos de lirio mirándole desde las escaleras.
—¿Es que ya te cansaste? —provocó Izana, tamborileando los dedos sobre la barandilla.
—Dame un segundo y verás —amenazó, deshaciéndose de los zapatos de deporte en el recibidor.
Izana se mordió el labio inferior y echó a correr escaleras arriba. Kakucho se precipitó detrás, dispuesto a pasar su día libre persiguiendo y encontrando a Izana como si fuera la primera vez que ambos ignoraban sus obligaciones para jugar como dos niños abandonados que se habían encontrado en medio del caos.
Así podrían dar a su historia un nuevo comienzo y un merecido final.
Ochenta y cuatro páginas después, Snowman acaba pacíficamente
Disfruté cada momento de este short fic, de principio a fin. Al fin y al cabo, son una de mis parejas favoritas de TR y el arco de Tenjiku fue en el que más lloré con diferencia :') Merecían su final feliz. Al menos en el final del manga lo son! No imagináis lo que lloré viendo que hicieron su sueño realidad T.T Ya deseo verlos animados, aunque creo que queda mucho para que ocurra
Aquí dejé muchos headcanons que tengo sobre su relación <3 a pesar de que me he ido formando más con el tiempo. Definitivamente escribiré más de ellos en un futuro - de hecho ya tengo un par de AU's reservados para ellos
Espero que os haya gustado!
•09/11/21, Mad — 04/12/22, Ast.
©Iskari
Muchísimas gracias por leer ♡
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Snowman || KakuIza
FanfictionLo primero que Kakucho había moldeado alguna vez, fueron aquellos pendientes. Rectangulares, de arcilla pintada por manos infantiles y cubiertos de resina transparente para que fueran brillantes y el dibujo quedara protegido. Lo segundo, fue el cuer...