El agua le llega hasta el cuello. Cree que, de un momento a otro, va a asfixiarse.
—¿Traes a alguien que no conocemos a casa sin permiso? Su chaqueta huele a tabaco, ¿es que ahora tienes amigos que fuman?
Izana se hunde un poco más en la bañera, observando el vapor subir y subir, hasta perderse en el techo. Un vacío le llena el espacio entre los pulmones, no directamente en el corazón, sino en un lugar más céntrico y doloroso.
Shinichiro ha muerto. Su antebrazo se ha llenado de crueles marcas circulares, pequeñas, muy pequeñas. La adicción aún no ha llegado, ya no tiene nada terrenal a lo que aferrarse. Aún.
Ha tirado a la basura la aguja que lo ha acompañado durante el último mes, a sabiendas de que no puede continuar de esa forma. A sabiendas de que, si lo hiciera, no habría vuelta atrás.
La desesperación acaba allí, en el baño de Kakucho, quien lo ha tomado de la calle como si de un perro se tratase.
Después de su encuentro en la guarida de Black Dragons, no acudió al lugar donde se citaron. Todo incluso sabiendo que Kakucho iría un día tras otro, esperando por él. Realmente quiso que lo abandonara y la idea le taladra la cabeza, ¿cómo ha sido capaz? ¿Cuándo ha empezado a tratarse a sí mismo de esa forma?
Izana llora en completo silencio.
—¿Qué hay con ese color de piel? ¿Es inmigrante? —inquiere la zorra que Kakucho tiene por madre adoptiva —. No va a contigo a clase, ¿cierto?
No la ha visto, pero continúa llorando y piensa que odia la nueva vida de Kakucho. El apartamento en una zona costosa de la ciudad, el uniforme de una escuela privada que ha visto colgando de una percha.
Esa mujer le pone a su amigo apodos cariñosos. Le llama cielo, cariño, y está seguro de que cada noche, antes de dormir, le da un beso en la frente y le compra todo lo que quiere. Pero, Kakucho no ha cambiado, eso es a lo que se atiene.
Y se sigue hundiendo en el agua caliente, mirando el color de su propia piel a través de la superficie y la espuma.
—Sólo es un amigo de la infancia, no pasa nada —habla Kakucho, después de la insoportable retahíla de su madre adoptiva —. Nos encontramos de casualidad, no molestaremos...
Un amigo, a quien aún ama.
Traga saliva. Arde como alcohol. Está celoso, irritado, triste y enfadado, tanto que no puede gestionarlo. Y siente que su cuerpo es demasiado pequeño para tantas emociones, que el vacío de su pecho hace presión y amenaza con estallar y llenarle de esquirlas de sus propias venas.
Tiene un nudo en la garganta que le impide seguir llorando, pero las lágrimas caen y la tragedia continúa sin descanso entre capítulo y capítulo.
Sólo desea que pare. Que el mundo deje de dar vueltas por un minuto, aclararse las ideas antes de seguir destruyéndose. Por eso aceptaba las drogas, por eso ha empezado a huir de sí mismo y todo lo que alguna vez le ha rodeado.
Y el destino, o quien fuera el que manejara caprichosamente los hilos, lo ha llevado allí, de vuelta junto a la única persona que siempre estuvo para él.
—Izana —el chico pica a la puerta con los nudillos. Se escuchan pasos enfadados de fondo —. ¿Puedo entrar?
Acaba por meter la cabeza bajo el agua. El cabello largo y descuidado se arremolina a su alrededor como serpientes a punto de estrangularlo. La escarcha de sus pestañas se derrite y las lágrimas se limpian.
Las burbujas salen de su boca y suben a la superficie. Puede ahogarse y moriría arrepintiéndose de todas las cosas que ha podido decir y no dijo. Aunque tan sólo fueran simples «te quiero» a todos por los que ha sentido eso alguna vez.
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Snowman || KakuIza
FanfictionLo primero que Kakucho había moldeado alguna vez, fueron aquellos pendientes. Rectangulares, de arcilla pintada por manos infantiles y cubiertos de resina transparente para que fueran brillantes y el dibujo quedara protegido. Lo segundo, fue el cuer...