La respuesta

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I

"Regina Mills, ¿me harías la mujer más feliz del mundo casándote conmigo?"

Hacía tres minutos que esa pregunta había sido captada por los oídos de Regina, pero ninguna respuesta salió de sus labios. Boqueó un par de veces, dispuesta a contestar a la rubia, que seguía con una rodilla apoyada en el suelo, con el anillo en la mano y con la mirada suplicante, sin embargo ningún sonido se escapó de su garganta. Estaba paralizada. Emma Swan, la Salvadora, la otra madre de Henry, la mujer de la que se había perdidamente enamorado le estaba pidiendo que se casara con ella, que formaran una familia, que dieran un paso más en su relación. Era demasiado.

"Regina, te lo ruego, di algo..."

Emma se negaba a levantarse, se negaba a mover un solo dedo hasta que la morena emitiera una respuesta. Su rodilla empezaba a fallarle, se le cansaban los brazos y ya ni siquiera podía aguantar las lágrimas, pero no iba a desistir. Llevaba tres eternos minutos de tortura, de comerse la cabeza pensando en cual sería la respuesta definitiva de Regina, y faltaba sumarle las horas que se había pasado reflexionando atemorizada por la reacción de la reina. Ahora, por fin, se había decidido a hacerlo, se había lanzado a la piscina sin mirar previamente si había agua, pero ya no había vuelta atrás, ahora era o chocar contra el piso o sumergirse.

"Yo... yo..." la alcaldesa, por fin, pronunció sus primeras palabras con sentido. "En la cómoda, el segundo cajón" logró decir mientras tartamudeaba y sus manos temblaban como hojas.

La rubia primero no comprendió. ¿Qué narices le decía Regina de la cómoda de su dormitorio? Ella estaba esperando, más impaciente que nunca, un simple sí o no y la morena se ponía a hablarle de los muebles. No obstante, al percatarse del evidente estado de nerviosismo de su chica decidió hacer caso y seguir sus órdenes. Sin levantarse abrió el segundo cajón de la cómoda que tenía a pocos centímetros y sacó de él una pequeña caja, muy parecida a la suya pero, en su opinión, más bonita. No pudo evitar que el ansia la invadiera y la abrió súbitamente, sin pararse a observar el color escarlata de la piel de la cajita. Dentro de esta descubrió un anillo de compromiso algo parecido al suyo, pero mucho más minimalista y de su estilo. Cuando compró el anillo que ahora le tendía a Regina lo hizo pensando en la reina y sus gustos, en algo que la morena llevaría. En cambio, el anillo que tenía ahora ante sus ojos era algo que ella misma, Emma Swan hater número uno de las joyas, se pondría. La gema era minimalista, dorada como su cabello y el aro plateado, le dio la vuelta para leer la inscripción: SwanQueen. Era perfecto. Swan por ella y Queen por Regina. ¿Quién era el genio a quien se le había ocurrido ese nombre? Evidentemente a la mujer más inteligente y, por lo visto, romántica que había conocido jamás, a su reina.

"Amor..." la rubia redirigió su mirada de la preciosa joya a los ojos de la reina, que ahora también estaban llenos de lágrimas, pero de lágrimas de alegría. "¿Esto es-?"

"Sí" la interrumpió la reina.

"Entonces... ¿ibas a pedirme-?"

"Sí" contestó con algo más de entusiasmo.

"Dios mío... eso significa que tu respuesta a mi pregunta es-"

"¡Sí!" exclamó sonriendo ampliamente.

Emma dejó caer ambos cofres al suelo cuando escuchó esa palabra salir de los labios de Regina, fue como si un ángel acabara de confirmarle el pase directo al cielo, al paraíso. Se levantó tan rápido como pudo, ignorando el ruidoso sonido a roto que hicieron sus rodillas al estirarse tras tanto tiempo doblegadas, y se abalanzó hacia Regina en un apasionado abrazo. La morena cayó hacia atrás, quedando ambas mujeres tumbadas sobre el colchón de la cama y Emma comenzó a llorar con fuerza. Ese momento recordó a Regina cuando Emma la despertó de la maldición de Zelena y se abalanzó encima de ella como si hiciera millones de años que no la veía.

Swan-Mills: El despertar [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora