Princesa de cabellos dorados

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I

Regina se encontraba en el sofá del salón leyendo un libro con una taza de café de acompañamiento. Apenas llevaba dos páginas cuando un gruñido proveniente de la planta superior la alertó. Trató de ignorarlo y se sumergió de nuevo en su novela, mientras hundía su nariz en la caliente bebida, pero el gruñido se volvió a oír, esta vez más fuerte. La morena cerró el libro de mala gana, lo soltó sobre el sofá y dejó con irritación la taza sobre la mesita de estar. Subió las escaleras rápidamente, tintineando con sus tacones y, antes de atravesar la puerta que daba a su dormitorio, respiró profundamente y contó mentalmente hasta ocho. Una vez cruzó el umbral se encontró con la imagen de su rubia cubierta hasta el cuello con las sábanas de la cama, temblando ligeramente, con los ojos cerrados y ambas manos posadas en su frente.

"Cariño, ¿estás bien?" preguntó con tacto, ya que la rubia se veía de todo menos bien.

"¡No!" exclamó apretándose la frente con las palmas de las manos, para bajar el calor que se le estaba acumulando en esa zona. "Me encuentro fatal"

"Amor..." musitó Regina casi en un susurro por la pena. Rodeó la cama y se sentó en el borde de está, mirando entristecida a Emma. "Es lo que tiene la fiebre, te vas a encontrar mal esta noche, pero mañana estarás mejor" le explicó retirando sus manos de su frente e intercambiándolas por las suyas.

Las manos de Regina no estaban especialmente frías, pero en comparación con las de Emma que prácticamente ardían por su temperatura corporal eran perfectas. La morena presionó sobre la frente de Emma unos segundos para corroborar que, efectivamente, seguía teniendo mucha fiebre, pero no la suficiente como para acudir al médico. Separó sus manos del rostro de la rubia y le sonrió para tranquilizarla, Emma era ahora mismo como una niña pequeña con un catarro.

"¿Cuánto hace que me tomé la última medicina?" preguntó entreabriendo los ojos, la luz le molestaba casi tanto como el ruido, pero la presencia de Regina era mejor que cualquier fármaco y valía la pena mirarla.

"Un par de horas" informó la alcaldesa.

"¡¿Sólo?!" se alarmó Emma, que sabía que no podía tomar otra hasta que pasaran por lo menos 6 horas. Acto seguido estornudó y se cubrió la boca con un pañuelo.

Regina la observaba enternecida, la sheriff estaba muy adorable, pero sabía que no podía decírselo en esos momentos, Emma no estaba para tonterías, así que se aguantó la risa. Le acarició la dorada cabellera con una mano y se la miró de la misma forma que miraba siempre a su hijo, como si la rubia fuera alguien a quien debía proteger a toda costa. Sin poder evitarlo Emma se estremeció, un escalofrío recorrió su cuerpo y trató de taparse más con la manta, pero esta no daba para más.

"¿Tienes frío?" indagó Regina. "Te traeré otra sábana" informó con su mejor voz de madre protectora.

"No, no, estoy bien, estoy bien" se apresuró a contestar Emma, agarrando la muñeca de Regina con fuerza para evitar que se levantara de la cama. "Por favor, no te vayas"

"Emma..." suspiró. "Sólo voy a por una sábana"

"No, quédate conmigo" suplicó.

"Estaba leyendo, ¿sabes?"

"Pues lee aquí arriba" le pidió.

"El libro está abajo" informó la reina.

"Pues hazlo aparecer aquí con magia, sé que puedes hacerlo" contestó Emma orgullosa de tener a Regina contra las cuerdas, pero de repente una gran idea le vino a la mente. "¡Oye! ¿No puedes curarme con magia?"

La cara de Regina se lo dijo todo. La morena trató de ocultarlo, pero con Emma era demasiado transparente, no podía esconderle nada. La rubia tenía un superpoder, uno que funcionaba especialmente bien con ella.

Swan-Mills: El despertar [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora