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El fin de semana pasó y la tailandesa no salió en todo éste, con el miedo de encontrarse con Jaebum y tener que fingir que no le daba miedo estar en un espacio a menos de dos metros de distancia de él.

Así que cuando el lunes llegó, también lo hizo un auto negro estacionado a las afueras de su casa, algo que primero, asustó a la pelinegra y segundo, alegró a sus padres.

—¿Te vino a buscar tu novio? —preguntó su padre en forma de broma, pero Lisa estaba más aterrada como para haberle aclarado las cosas. Así que simplemente tomó sus cosas y caminó hacia el auto, sabiendo muy bien quién era el conductor.

—Hola bebé —saludó cariñosamente el mayor, pero un escalofrío recorrió la espalda de la tailadesa y simplemente le brindó una media sonrisa, sentándose y colocando su cinturón de seguridad.

—Tuve que preguntarle a mi hermana donde vivías, realmente no lo recordaba muy bien y tenía miedo de esperarte en la entrada de la casa equivocada —el contrario rió con diversión y miró a su acompañante, quien tenía las piernas hacia la puerta y se aferraba al cinturón de seguridad—. Hey, no voy a hacerte nada.

Acarició la mejilla de la menor y se detuvo en un semáforo, mirándola con seriedad.

Lisa seguía aterrada del mayor, y no es para menos, pero la pelinegra estaba haciendo su mayor esfuerzo por no saltar del auto y correr hacia la escuela.

Llegaron a la escuela más rápido de lo que a Lisa le hubiera gustado, y cuando se bajó del auto, todo el grupo de amigos de Jaebum le sonrió con diversión, para luego saludar al mayor con un quizás, excesivo abrazo.

Mientras tanto, la tailandesa simplemente caminó donde sus amigas, saludándolas y poniéndose al corriente con la conversación.

—¿No es esa Tiffany Young? —comentó Roseanne, quien miraba hacia las espaldas de Lisa.

—¿Y Jennie? —rápidamente la cabeza de la más alta de todas se giró hacia sus espaldas, encontrándose con la imagen de la castaña tomada de la mano con Tiffany, quien parecía estar hablándole entusiasmada.

Pero los ojos de Jennie sólo estaban clavados en los de la tailadesa, quien se removió algo incomoda por la mirada de la contraria.

La pareja cruzó el pasillo y sólo el ángulo de visión hizo que la tailadesa y la castaña hayan dejado de mirarse.

La primera clase, como nunca antes, había sido más tediosa de lo usual para la pelinegra, quien tuvo que poner todo de sí misma para poder entender y concentrarse.

El timbre sonó y Lisa se excusó con sus amigas, caminando hacia su respectivo casillero, para dejar sus cosas y poder ir al patio.

El camino por el pasillo fue extrañamente vacío, con solo algunos alumnos caminando por ahí y hablando entre ellos mientras miraban a la tailadesa con una sonrisa reprimida. La pelinegra supuso que era por haber llegado con Jaebum en la mañana.

Pero cuando dobló la esquina, a metros de su casillero, una bolsa llena de harina y huevos se reventó en su cabeza, manchándola y dificultándole la visión.

—¿Qué mierda? —quitó los restos de harina de sus ojos y miró a su alrededor, encontrándose con Jennie parada en medio del pasillo con las manos en la cintura y una sonrisa triunfante.

—Ahora si pareces un pastelito, Manoban —se rió en su cara y dió media vuelta, dándole la mano a Tiffany quien la esperaba detrás de ella con una sonrisa.

—¡Jennie! —gritó con furia, pero cuando trató de caminar hacia la mayor, resbaló a causa del aceite esparcido en el piso, causando que se caiga de espalda y quede tendida en el piso.

Pero nada fue más humillante que ver la sonrisa ladina de Tiffany mientras ella estaba tirada en el piso.

—Señorita Manoban —la voz de el director resonó por todo el pasillo, y fue ahí donde la tailadesa supuso que pasaría un tiempo en detención a causa del desastre sobre su cabeza—, y señorita Kim, no crea que no la vi.

Lisa abrió los ojos y cuando se giró hacia la mayor, la encontró detenida en medio del pasillo y sin la presencia de Tiffany. Estaba de espaldas y se notaba que no pretendía ser encontrada.

—Ambas, a mi oficina —se dió media vuelta y caminó lejos del radar de ambas chicas—. Y luego tendrán que limpiar este desastre.

El pasillo quedó en silencio, a excepción de los pasos del director, que al doblar la esquina dejó a las chicas completamente solas.

—Vamos, mientras más tardemos será peor —comentó Jennie a su lado, pasando de largo y caminando sola delante de ella.

—¿Y por qué tengo que ir yo también? Tú me pusiste eso en la cabeza —recriminó la menor, acelerando el paso y caminando al lado de la castaña, quien tenía la mirada fija al frente y el ceño fruncido.

—Que voy a saber yo, sólo cállate y hagamos esto lo más corto posible —finalizó la más baja, continuando su camino.

—No me hagas callar, menos cuando es tu culpa que estemos en esto —dijo molesta Lisa, deteniéndose y cruzándose de brazos.

—Primero que nada, deja de hacer un berrinche y camina —la tomó del brazo, no tan delicadamente como en veces anteriores, pero tampoco tan brusca como su hermano—. Segundo, estás alegando cuando ni siquiera sabemos cuál será el castigo y a quien se lo harán, así que por eso te digo que te calles.

En forma de protesta, Lisa se soltó del agarre de la mayor y la miró con el ceño fruncido.

—No me puedes obligar a callarme, idiota —la paciencia de Jennie estaba llegando a un límite, por lo que hizo lo posible por no lanzarse contra la pelinegra y coserle la boca con un hilo.

Cerró los ojos y presionó su sien con su mano, contando hasta diez y luego girándose hacia la más alta, acercándose con determinación. La dejó contra los casilleros mientras Lisa la miraba con extraña curiosidad.

Sin más, colocó sus manos en las mejillas de la menor y la besó, lentamente y acariciando la zona donde estaban sus manos, escuchándola suspirar. Quizás no fueron más de quince segundos, pero para Lisa fueron horas tan largas que no podía ni contarlas.

Cuando se separó, la pelinegra abrió lentamente los ojos encontrándose con la sonrisa ladina de Jennie, quién tenía sus manos en su cintura y los labios levemente hinchados.

—Supongo que si pude hacerte callar —comentó con diversión, notando como los colores subían a las mejillas de la tailadesa y la miraba con coraje, sintiéndose extrañamente llena de vergüenza por haber dejado que la mayor la haya besado.

Jennie se dió media vuelta y comenzó a caminar hacia la oficina del director, con las manos en los bolsillos y silbando despreocupadamente.

—¡Vete al infierno! —gritó enfurecida la menor.

—De ahí vengo, cariño —contestó con una sonrisa girando levemente su cabeza hacia la pelinegra, quien aún se encontraba contra los casilleros y agarraba su mejilla con delicadeza, sintiéndola arder bajo sus dedos.

Devil. | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora