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Fueron mandadas a limpiarse, para luego caminar en completo silencio hasta la oficina del director.

—Tres días en detención y ahora mismo van a limpiar eso —determinó el mayor sin siquiera dirigirles la mirada.

Asintieron con la cabeza y luego se retiraron con la mirada clavada en el suelo, pues realmente el castigo era algo que si se esperaban.

Llegaron al salón y apenas se acercaron al lugar de los hechos, el recuerdo de lo que sucedió en ese piso azotó sus mentes, avergonzándolas y haciéndolas comenzar a limpiar en completo silencio.

Las machas de óleo y acrílico se posaban en el piso, ya secas, haciendo el trabajo un poco más ameno. Con suavidad, cada una fue a un extremo distinto para limpiar, pasando las esponjas sobre el suelo y luego estrujándolas en el balde.

Fueron quizás los 30 minutos más incómodos del mundo, pues de vez en cuando Lisa se encontraba algo cerca del cuerpo de la castaña, mirándose unos segundos y luego desviando la vista para seguir limpiando.

—Supongo que ya está —comentó Jennie una vez se levantó del piso y apreció el entorno, sintiéndose orgullosa de haber sido una de las causantes de tal impecable orden en aquel salón.

Dejaron los implementos de limpieza en la habitación del conserje y por fin, pudieron salir de aquella escuela siendo ya más de las seis de la tarde.

—Nos vemos mañana, entonces —habló la pelinegra, mirando al piso y jugando con sus pies. Jennie sonrió al notar las mejillas levemente sonrojadas de la tailadesa y se acercó unos pocos pasos, captando la atención de la más alta.

—Nos vemos mañana —confirmó, acercando su mano al rostro ajeno y arreglando un mechón de cabello dejándolo detrás de la oreja de la pelinegra. Lisa presionó sus labios entre sí y miró con nerviosismo como la castaña le sonreía con ternura.

La mayor dió un último paso hacia delante y chocó sus labios en una de las mejillas rojas de la tailadesa por unos segundos, alejándose con lentitud y sonriéndole por última vez, dándose media vuelta y caminando hacia su hogar con las manos en los bolsillos. Lisa no pudo notarlo, pero la castaña caminaba con una sonrisa triunfante en sus labios.

La pelinegra llegó a su hogar a algo más de las seis y treinta, por lo que supuso que sus padres llegarían dentro de poco a casa para preparar la cena de la noche.

Sacó sus llaves despreocupadamente sin prestar atención al porche de su casa, congelándose en su lugar al escuchar quejidos y sollozos provenientes del rincón del pórtico.

Un grito ahogado brotó de sus labios cuando encontró en el piso el cuerpo de Nakamoto Yuta totalmente golpeado, con sus ropas sucias y rotas. Estaba sollozando, abrazándose a sí mismo y temblando a causa del llanto.

—¿¡Yuta!? —preguntó una vez reaccionó ante la imagen frente a sus ojos y corrió en su dirección, notando como el cuerpo del mayor se tensaba ante su voz y cubría su cabeza con pánico.

—¡No, por favor! —con sus pies trató de alejarse y terminó con su espalda chocando contra el ventanal que daba al patio delantero— ¡Aléjate!

El corazón de la menor se contrajo al escuchar sus súplicas y todavía en shock, dio un paso al frente.

—Yuta —llamó con suavidad, agachándose y acercando su mano izquierda a las piernas del más alto, quien alzó la mirada enrojecida por las lágrimas y se aferró a sus propios brazos en busca de protección—. No voy a hacerte daño.

Todavía algo dubitativo, dejó que la menor se acercase hacia él, atento a todos sus movimientos y sobresaltandose levemente cuando la pelinegra rozó con las yemas de sus dedos la piel expuesta de su tobillo. Sin embargo, se quedó en su lugar, dejando que las manos de la más baja revisaran con delicadeza las contusiones de su cuerpo, llegando finalmente a su rostro.

Sin saberlo, Lisa tenía ya sus mejillas mojadas a causa de sus propias lágrimas, por lo que con el dorso de su mano las quitó rápidamente y acarició con la palma de su mano la mejilla amoratada del mayor, sin creer que la imagen frente a sus ojos era del mismo chico de catorce años que jugaba con ella a las escondidas y volvía a su hogar con las mejillas llenas de tierra.

Tiró un poco de los brazos del más alto y envolvió los suyos propios en su espalda, abrazándolo fuertemente y dejando que enterrara el rostro en su cuello, escuchándolo sollozar con fuerza. No lo soltó, aún cuando se levantaron del piso y la tailadesa lo llevó a su habitación para poder limpiar sus heridas, ella continuó con sus brazos aferrándose a los hombros del castaño.

Subieron las escaleras, Lisa dándose cuenta de como le costaba caminar y en general hacer fuerza con sus piernas al contrario, por lo que con mucha fuerza de voluntad lo ayudó a subir las escaleras.

Llegando a la habitación, la tailadesa sentó sobre su cama al castaño y le pidió que dejara sus heridas al descubierto mientras ella iba al baño a buscar el botiquín.

Se miró al espejo para luego lavarse las manos, sin poder evitar soltar un jadeo de dolor de solo pensar que su amigo de la infancia había aparecido con en esas condiciones en su casa. Finalmente tomó una gran bocanada de aire y tomó entre su manos aquella caja roja, caminando devuelta donde su amigo quien ya había retirado su camisa y pantalones, quedándose sólo con su ropa interior.

La tailadesa no se avergonzó para nada, pues en ese momento el estado del mayor era más importante que el tabú de ver a su amigo sin tanta ropa encima. Dejó el botiquín a su lado y entró al baño nuevamente, mojando un poco de gasa con el agua del lavamanos y regresando donde el castaño para limpiar los rastros de sangre seca que tenía en distintas partes de su cuerpo, principalmente en su rostro.

La pelinegra no quería preguntar por el origen de sus heridas, sin embargo, el mayor comenzó a hablar gracias al silencio que se había instalado en la habitación.

—Hace poco llegué aquí —comenzó, desviando su mirada mientras la menor se encargaba de limpiar las marcas de sus piernas—, realmente pensé que este país era mucho mejor que estar en Japón —confesó y sintió como su garganta se cerraba de solo pensar en los acontecimientos que se desencadenaron con su llegada—. Llegué gracias a un contacto de mi ex compañero de piso y realmente le agradezco haberme ayudado a escapar de ese país —ahora la gasa estaba siendo pasada sobre sus magullados pómulos y una ligera punzada en la zona lo hizo quejarse levemente—. Era un piso cerca del centro de Seúl, tendría que vivir con otros tres hombres más pero todo era mejor que estar en Osaka —Lisa acercó otra gasa para aplicar povidona sobre las cortaduras que tenía—. Lamentablemente, nunca creí que mis compañeros de piso serían peores que cualquier retrógrada de Japón —y fue ahí cuando Yuta no pudo aguantar más el nudo en su garganta y sollozó con brusquedad, mordiendo su labio inferior con fuerza—. Y~yo realmente... —cerró los ojos y lo primero que sintió fueron los brazos de su amiga envolviendo sus hombros—... Lisa, yo no- yo no p~puedo volver a ese piso.

Y la pelinegra no supo que hacer en ese momento, pues segundos después de separarse del castaño y mirarlo con tristeza, la puerta principal sonó indicando la llegada de sus padres.

Devil. | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora