El reino de los Sustos

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La llegada a un nuevo lugar suele ser abrumador para cualquiera, más tratándose de haber cruzado un portal para poder acceder hasta ahí, Francisca aún se estaba haciendo a la idea en su cabeza de que aquello era otra dimensión, de vez en cuando veía sus manos, y a través de estás, las rocas y los arbustos del suelo como si estuvieran bajo el agua, no terminaba de acostumbrarse a aquel aspecto fantasmal, pero lo que se veía adelante era más interesante que eso.

Aunque en un ambiente lúgubre y un poco solitario, las pequeñas casas a sus pies mantenían el movimiento de un reino, al bajar, Francisca se dió cuenta que algunos de los transeúntes le parecían ligeramente conocidos, pero otros eran criaturas que no sabía si hubiera podido imaginar cómo tal, ahora Herneval caminaba, y ella observaba alrededor, flotando a su lado, cuando una voz gruesa la hizo mirar al frente y por instinto rejuntar su hombro con el de Herneval en busca de protección, pues seguía siendo humana y a primera impresión cualquiera tendría miedo de ver algo así.

-¡Qué gusto de verlo su alteza! No esperaba verlo paseando por aquí tan temprano. ¿Y quién es esta señorita que la acompaña?

Frente a ellos, en un saludo elegante el susto se inclinaba y se quitaba su sombrero, con aquel tono de voz con la que cualquier persona lo podría confundir con un embaucador. Herneval, aunque se había dado cuenta del sobresalto de Francisca se mostraba de lo más tranquilo e incluso puso una mano en la espalda de ella en parte para presentarla y en parte para hacerle saber que no debería temer.

-Señor Coco, esta es Francisca, ¿recuerda cuándo le hablé de ella?

Sorprendido el Coco le dió dos manos a Francisca para estrecharlas con una de ella, por su parte ella aferró el libro que llevaba contra su pecho.

-Mucho gusto. Me siento honrado de conocerla, el rey de los sustos se alegrará mucho.

Cuando la soltó se acercó a Herneval a susurrarle algo.

-¿Pero como se lo tomó Procustes?

El nombre era de lo más extraño para Francisca, pero solo escuchaba.

-Se veía algo molesto, pero ya me encargaré yo de eso.

Con mucho cuidado, el Coco le advirtió.

-Tenga cuidado su alteza, todos tienen los nervios de punta últimamente, y todos los ojos están puestos en usted, si no resulta, se llevará toda la culpa.

Herneval se rió ante las advertencias y le respondió muy confiado.

-Resultará, tengo fé en esto.

El Coco se rió un poco con él y luego se despidió para seguir su camino, Francisca cruzó ambos brazos sobre su libro.

-Herneval...

Seguían caminando por un sendero todavía.

-¿Sí?

-¿Quién es Procustes?

-El pesadillero real.

-¿Y sabe que yo voy a ayudarlos?

-Bueno... Sí le conté algo de esto, pero, primero observa.

Herneval señaló una mansión al frente que era su destino, estaba sobre una colina.

-Aquí es dónde vivo, ¿Qué te parece?

-Si siempre has vivido en un lugar tan grande ¿Porqué siempre estabas rondando en mi casa cuando era niña?

-Oh bueno, pues desde que descubrí que podía cruzar nunca me fue suficiente el espacio que tenía aquí, además ¿De qué otro modo podía leer tus historias? Vamos.

Herneval tomó la mano de Francisca para volver a elevarse en el aire, forma más rápida de alcanzar la puerta de la mansión, al entrar, lo primero que encontraron fue una recepción enorme, con algunos sillones aquí y allá, que parecían no ser muy usados, Herneval rápidamente le ofreció uno a Francisca cerca de la puerta.

-Por favor, espérame aquí un momento Francisca.

-Frankelda.

Le recordó ella, soltando su mano, a lo que Herneval sonrió avergonzado.

-Lo siento, me va a tomar un poco acostumbrarme ¿Me permites?

Dijo señalando el libro en el regazo de la joven, ella sólo se lo dió, aunque no muy convencida.

-¿No tendría que ir yo personalmente a mostrar mis cuentos?

Herneval negó poniendo el libro bajo su brazo.

-Aún no, mi padre, el rey de los sustos, es un poco especial cuando se trata de humanos, tengo que demostrarle primero que tus cuentos nos van a salvar, y entonces, te voy a llevar con él, sólo será un momento.

Francisca entonces se llenó de dudas nuevamente, sobre si había sido una elección correcta haber seguido a aquel susto a ese lugar, pero asintió ante la mirada de súplica del joven búho.

-Espero entonces.

Herneval cruzó otra puerta, pero nada más lo hizo, Frankelda se levantó, y mirando hacia todos lados, comprobaba que estaba sola, su curiosidad era mayor que su miedo, y algo le parecía un tanto extraño en todo lo que ocurría, primero asomó la cabeza por aquella puerta, viendo que daba a un pasillo, entonces siguió el rumor de voces, alerta de no encontrarse a nadie más por el pasillo, y cuando al fin distinguió la voz de Herneval, se quedó en el marco, escuchando lo que este decía, apenas podía ver que el lugar parecía una especie de sala del trono, y el que estaba sentado ahí debía ser su padre, y su conversación no parecía del todo amistosa.

Fanfic oculto para Frankelda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora