Quereres

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Al volver, lo primero que hizo Herneval fue anunciarle a su padre que él y Frankelda se querían, y por lo tanto eran formalmente una pareja, los siguientes días se les podía ver más cálidos y cercanos tanto cuando trabajaban como cuando no, pues las salidas sólo fueron en aumento.

Se volvió muy común verlos salir del castillo, Herneval ofreciendo su brazo y esta tomándolo para pasear por el pueblo, en ese tiempo, Frankelda se daba cuenta con cuanta animosidad se dirigían los habitantes al príncipe, y este saludaba siempre de vuelta con tanta familiaridad, parecía saberse los nombres de todos y cada uno de ellos, en una ocasión le comentó.

-Se nota que eres muy querido por todos Herneval.

A lo que este le respondió.

-Bueno, no estoy tan seguro de ello, aunque me gustaría que de ser así eso fuera el reflejo del cariño que le tengo a mi pueblo.

-¿Así que amas a los sustos?

-A mi especie, así es.

-¿Debería ponerme celosa de todo un pueblo?

Dijo Frankelda a modo de broma, cosa que hizo reír a su novio pero se apresuró a responder.

-El amor que tengo por mi pueblo no es el mismo que tengo por ti, son dos clases de amor muy distintos, así que no tienes nada de qué preocuparte querida.

Frankelda escondía ligeramente su sonrisa con una mano.

-Esta bien cariño, en realidad, me gustaría aprender a amar lo que tú, después de todo, mis sustos no están muy lejos de los tuyos, ahora ¿Los sustos tendrán reflejos?

Así la fantasma volvía a dejar volar su imaginación a una nueva historia que seguramente al volver comenzaría a escribir, Herneval admiraba curioso el rostro de la escritora cuando ponía ese semblante pensativo, sonriendo enamorado de los gestos d...

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Así la fantasma volvía a dejar volar su imaginación a una nueva historia que seguramente al volver comenzaría a escribir, Herneval admiraba curioso el rostro de la escritora cuando ponía ese semblante pensativo, sonriendo enamorado de los gestos de la chica cuando maquinaba cosas en su cabeza.


Procustes parecía muy concentrado con cientos de papeles en su escritorio, los cuales tomó y empezó a echar apresurado en un cajón para esconderlos cuando escuchó las risas de los jóvenes que volvían de su paseo, cerrando el cajón justo antes de ver a Frankelda volar desde la entrada directo al escritorio de ella y empezar a escribir, con Herneval pisándole los talones y poniéndose a su lado viendo lo que ella hacía.

-Seré muy explícita de mencionar a los sustos, con lo que me acaba de contar Tamazola.

Aseguraba con vehemencia mientras escribía.

-¿En verdad le piensas dar otro enfoque a esa historia solo para dar a conocer ese susto?

Preguntó Herneval.

-Por supuesto, sólo espera y verás, va a quedar espeluznante.

Dijo ella moviendo las manos en puño con emoción antes de seguir escribiendo. El joven búho le dió un beso en la mejilla, aunque cuando ella trabajaba apenas y le dirigía la mirada a él, pero eso no molestaba a Herneval que sonreía al ver esa chispa de pasión en los ojos concentrados de su novia.

-Entonces te dejo trabajar.

Casi de inmediato se dirigió el muchacho hacia el escritorio de Procustes, que los miraba con expresión molesta.

-Buenas tardes Procustes, ¿Qué haces tan tarde por acá?

-Su alteza, como se podrá imaginar, estaba trabajando en la revisión de estas historias.

Señaló a los papeles de su escritorio.

-Son tantas que a veces me toma un poco más.

Herneval tomó los papeles y empezó a leer.

-¿No íbamos a trabajar en esto mañana?

Luego volteó a ver a la eficiente Frankelda y se sentó cerca de Procustes.

-Te ayudo, después de todo iba a quedarme aquí de todas formas.

Y mientras se ocupaban, Procustes guardaba la llave de su escritorio en el bolsillo de forma disimulada para que Herneval no la viera.

El tiempo se va como agua en las manos cuando la felicidad está presente, y es que esta era la principal emoción que reinaba en los corazones de la joven pareja cuando estaban juntos, con pequeños gestos de cariño entre ellos, los roces de sus manos cuando paseaban o leían juntos al querer cambiar una página al mismo tiempo, se acostumbraron a andar tomados de la mano cuando andaban por el pueblo, Herneval de forma caballerosa solía usar sus alas para cubrir a Frankelda del viento cuando este se hacía presente, se tomaban el tiempo de dejar que este pasara cuando se sentaban juntos en el techo del castillo a ver el atardecer con sus cabezas recargadas en la del otro, no reprimían nunca un suspiro cuando este se les escapaba de su sistema respiratorio al momento que se quedaban mirando a los ojos, y por supuesto, disfrutaban de envolverse en los brazos del otro para llenar sus corazones de tranquilidad cuando la calidez de los besos que se daban los invadía por completo, era todo un regocijo para ellos tener sus quereres, pero no todo se queda igual por siempre.

Frankelda notaba que muchos dejaban de llamarla la escritora, para empezar a llamarla la novia del príncipe, y por alguna razón eso no le caía tanto en gracia como muchos esperarían.

Fanfic oculto para Frankelda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora