3. Gripe

61 10 0
                                    

3. Gripe.

   Se separaron después de minutos de besos, el rubio mayor acarició la mejilla del menor. Su piel fría y suave, joven y hermosa, sus ojos brillantes, sus labios rojos cubiertos de la saliva de ambos, las manos grandes que tomaban sus caderas.

   —Robert...

   —Dio...

   Soltó un suspiro, ocultando su rostro con su cabello dorado.

   —Vete...

   Dio lo miró extrañado.

   — ¿Cómo?

   —Vete.

   Lo empujó hacia la puerta, el Brando formó un rostro indignado y antes de que él pudiera decir algo cerró la puerta en su cara.

[...]

   Rozó sus labios con sus dedos otra vez, cerrando los ojos. Sus pensamientos vagaron por todos los hechos de ese día, la suavidad y la ternura de sus gestos era algo extraño de ver y sentir; la sensación de plenitud al sentirse amado por Dio Brando era abrumadora y casi agobiante.

   Volteó en la cama, acostándose de lado. Negó mientras hundía su rostro en la almohada.

   Era mejor dejar de pensar. Y los golpes en la puerta principal lo ayudarían a dejar de hacerlo.

   O eso pensó.

   — ¿Dio?

   Su figura alta e imponente de siempre era remplazada por un cuerpo encorvado y tembloroso que se apoyaba del marcó de la puerta de su pequeño piso. Nada más hacer contacto visual, ese gran cuerpo cayó encima del suyo.

   — ¡Dio!

   Escuchó sus jadeos, tomó su frente y la encontró caliente. Maldijo en voz baja y lo adentró en su piso, cerrando la puerta principal con el pie. Llevó a rastras al Brando hasta su cama, agradeciendo que era de día para evitar chocarse con cualquier mueble en su camino.

   — ¿Por qué estás aquí? —le preguntó mientras lo desvetía de sus caras prendas para ponerlo cómodo en un simple pantalón de Tattoo y lo arropaba.

   —Este era... El lugar más... Cercano.

   Corrió hasta la cocina y de una jarra lleno un cuenco de barro, tomó un trapo y volvió con el menor, humedeciendo la tela y dejando suaves toques por el rostro de Dio.

   —Estoy seguro que llevas tiempo enfermo pero por tu orgullo lo has estado escondiendo, ¿verdad?

   —Me conoces bien, ¿eh?

   Robert rodó los ojos, dejando el trapo en la frente del rubio.

   —No es como si lo hubieras hecho cuando eras un niño. —suspiró—. Jonathan no lo sabe, ¿verdad?

   —Y no quiero que lo sepa. Para mí, Dio, sería una vergüenza que ese idiota me viera débil.

   Speedwagon rio y asintió, haciendo un ademán con la mano.

   —Claro, claro.

   Ambos guardaron silencio.

   —Robert, con respecto a lo de aquella noche...

   —No tengo medicamentos. —soltó de la nada el llamado—. Tendré que ir a la boticaria.

   Volteó, dispuesto a irse pero enseguida una mano lo atrapó por la muñeca y tiró de él. Cayó entre las sábanas y el cuerpo de Dio, atrapado por los grandes brazos que se apoyaban a cada lado de su cabeza. Esos ojos ámbar lo observaron con tal intensidad que tuvo que apartar los ojos de él.

   —Quiero una respuesta y una explicación. —posó una de sus manos en la mejilla dañada del mayor—. Te dije mis sentimientos, cosa que yo, Dio, jamás hago con nadie.

   Robert tragó saliva.

   —Dio... Tú tienes un futuro brillante, tienes una buena familia, una profesión en la que eres el mejor, mujeres van detrás de ti. Yo, en cambio, solo soy un ladrón que intenta sobrevivir con un simple trabajo de repartidor, que vive en un edificio viejo. Y si a todo eso le sumas que soy un hombre que puede dar a luz a bebés, algo que la sociedad no aceptará por más que la iglesia y la ley ya haya aceptado.

   El fuerte agarre en su rostro lo hizo gemir, se vio obligado a ver a los ojos del menor.

   —Nada de lo que me dices me importa. Vengo de la misma mierda que tú, y si tengo que volver a formar mi vida y decido estar contigo, no me importa. Siempre he luchado por lo que he querido, y si tengo que gobernar un mundo en el que solo soy yo me gustaría que estuvieras a mi lado, como mi reina. Por ti, por tu recuerdo, por tus cariños, es por lo que por fin tengo el reconocimiento que busqué. Y quiero que estés conmigo hasta el final. —tomó una de las manos del mayor y la besó.

   Robert acarició la mejilla contraría, cerró los ojos. Pensó en su vida, en los momentos que pasó junto al Brando, pensó en sus momentos felices y tristes.

   —Está bien, pero no será fácil.

   Dio sonrió.

   —No me gustan las cosas fáciles.

DioWagon Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora