4. Día lluvioso

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4. Día lluvioso.

   Ver la lluvia caer era algo que desde su más tierna infancia Robert disfrutaba. Su padre, un humilde mercader, le había enseñado la importancia de la lluvia tanto en el sentido físico, cuanta más agua en los caminos, menos robos, cuantos menos, menos asaltos; como también en el sentimental. Su madre, una costurera, solía contarle una pequeña y sencilla historia. Los hombres de la familia Speedwagon siempre fueron nobles espadachines que, para purificar sus manos llenas de sangre, se bañaban en la lluvia. Admiraba esa historia pues los imaginaba, a sus ascendientes, valientes y confiados haciendo semejante acto bajo, estaba seguro, las burlas de los demás que posaran sus ojos en ellos.

   Un linaje bajo pues, incluso para los antiguos tiempos, su familia se encargaba del asesinato, y eso era algo de lo que supuestamente tenían que avergonzarse. Pero ellos no, su madre podía matar solo con una simple aguja, su padre podía lanzar más de diez navajas en cada mano, acertando todas, él podía modificar sus atuendos para hacerlos peligrosos o más accesibles a sus armas.

   Pero ese pasado le pertenecía a él y solo a él. Por este motivo, estar debajo de la lluvia con un malhumorado Dio gritándole que se refugiara del agua le parecía gracioso.

   Miró sus manos, claro que tenían sangre y estaba purifcandose bajo esa lluvia natural.

   Cerró sus ojos, sus cabellos cabellos cayendo en cascada en su espalda. Gotas bajaban por sus mejillas y caían al suelo.

   —Dio, ¿no puedes disfrutarlo? —le dijo sin mirarlo—. Disfrutar de esa santa agua.

   —Por favor, ya no eres un niño. Yo, Dio, no aguantaré más tiempo aquí afuera, como no vengas enseguida me voy.

   Sonrió y esta vez si lo volteó a ver.

   —Estás son mis costumbres, Brando. —solía llamarlo así para reprenderlo—. Si no eres capaz de entenderlo, tal vez deberías dejarme ir.

   Vio el de ojos ámbar brillar con fuerza.

   —Tú sabes sabes que nunca haría tal cosa.

   —Entonces, cuando cierres ese paraguas y vengas aquí, conmigo, te aceptaré formalmente como mi pareja.

   Lo oyó refunfuñar pero hizo lo que le dijo. Rio al ver el rostro de disgusto del menor bajo el agua, a paso rápido se detuvo delante de él.

   — ¿Feliz?

   Robert rio, tomó el rostro del Brando entre sus manos y, poniéndose de puntillas, beso su frente.

   —Muchas gracias, Dio. —susurró cerca de los labios ajenos—. Gracias.

   —Sabes que yo, Dio, haría lo que sea por ti.

   Speedwagon sonrió, adorable.

   —Y por eso te amo.

   Bajo la lluvia que limpiaba sus pecados, se besaron intensamente, cálidamente.

DioWagon Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora