Dos

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La casa que su madre había conseguido para él y los mellizos contaba con patio tanto en la parte delantera como en la trasera. Sin embargo, momentáneamente había hecho colocar los diferentes juegos de sus pequeños adelante porque detrás había una pileta que se estaba encargando de hacer cercar. No iba a correr ningún riesgo con sus hijos. La idea era que pudieran estar allí sólo cuando bajo su vigilancia, pero siempre los niños siempre podían escaparse de su vista. Así que la cercaría con llave y también, sólo si acaso, la haría tapar.

Ahora, se encontraban en el jardín que estaba habilitado, el delantero cerrado hacia la calle con una cerca de maderas todas entrelazadas entre sí que llegaban a su rodilla, al menos los niños no la pasarían y la puerta estaba siempre con llave. Kengkla ya había hecho colocar sus hamacas, un trampolín, algunos caballetes y un pequeño carrusel. Sin embargo, no estaba prestándoles atención a los niños en ese momento, por lo que no vio el mohín de Kim, sentado en la hamaca, viendo que su padre no lo empujaba.

—Papi ¿Por qué no juegas? —Preguntó, casi al borde del llanto (un poco falso).

Kengkla apartó los ojos de la casa del vecino que es donde había estado mirando y miró su hijo con un puchero más pronunciado. Kim le dio mucha ternura. Tenía ojos grandes, perfectos para hacerlos brillar y conseguir lo quisiera.

—Lo siento ¿Qué debo hacer? —Respondió volviendo a concentrarse en los pequeños.

—Empujarnos, papi —Kim pataleó en el columpio y esperó. Pan. Que estaba en el suyo, asintió.

—A mí también, papi.

—De acuerdo—dijo—. Ahí voy.

La risita de sus hijos llenó el jardín. El corazón de Kengkla se sintió cálido, aunque de vez en cuando miraba a la casa vecina. No había vuelto a ver Techno desde que se mudó, y de eso ha sucedido ya una semana. ¿Se iría muy temprano en la mañana y volvería muy tarde en la noche para evitarlo? No lo había visto años, pero si no había cambiado, Techno era capaz hasta de estar encerrado ahora mismo con tal de no verlo.

Kengkla recordó las veces que intentó huir de él, y con eso, todo lo que él había hecho para que no pudiera seguir huyendo. Por ejemplo, destruir su bicicleta. Mentirle, recuerda vilmente. Suspiró, había esperado esta reacción. No podía estar sorprendido, después de todo Techno quedó muy lastimado.

—Más fuerte, papi —Gritó su niña. Kengkla sonrió y la miró. A diferencia de Kim, los ojos de Pan estaban llenos de ilusión y esperanzas. Era lista, por supuesto, pero a veces en vez de recurrir a la lastima lo hacía desde el ánimo y la motivación.

—¡Papi, mira! ¡El gato! —Exclamó Kim, soltando una mano, razón por la que a Kengkla casi se le sale el corazón. Detuvo el movimiento de la hamaca y estuvo a punto de soltar una maldición. Respiró y optó por mirar al animal mirándolos enfadado desde la puerta de entrada.

—¿Puedo traer a Mark? ¿Se llevaran bien? ¿Papi? —Kim saltó y se balanceó y Kengkla fue a su rescate sintiendo por segunda vez su corazón querer salirse de su pecho.

—Kim, cuidado por favor.

Mark era el gato que habían adoptado hace tres días.

—No lo sé, puedes traerlo, pero en el morral. Ve con cuidado, por favor.

—Espero que sí —dijo Pan bajándose con cuidado y llamando al gato—. Ven, ven, ahora traen a Mark ¿Cómo se llamaba, papi?

—Gun —Respondió Kengkla con un ojo en su hija y otro en su hijo que iba a la casa. Cuando Kim volvió, lo hizo a los tropezones. Kengkla fue a su encuentro y sin poder evitarlo se agachó y le dio un beso al pequeño y le ayudó con el morral.

Reencuentro [Klano]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora