1. Sirius Black

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Los rayos del sol atravesaban los cristales de los grandes ventanales, traspasando las finas cortinas de seda blanca que los adornaban, posándose sin permiso y con mucha delicadeza sobre la piel pálida del muchacho que yacía soñoliento en la cama de la habitación.

No fueron los rayos del sol los que lo hicieron terminar el profundo sueño en el que se encontraba, sino, el sonido de la puerta principal abriéndose cuidadosamente como si el que durmiera adentro no fuera un joven adulto en edad casadera, sino un bebé de pocos meses. Se escucharon susurros fuera de las cortinas, pasos puntiagudos caminando por la habitación y tomando prendas de diferentes lugares. Si este fuera otro joven, no un joven que hubiera agudizado sus sentidos desde muy temprana edad, probablemente hubiera pasado desapercibidos. ―Estoy despierto ― se expresó con voz ronca mañanera el pelinegro bajo las sábanas blancas y las cobijas.

Se suponía que los aristócratas de clase alta debían mantener la compostura a la hora de dormir y permanecer quietos como estatuas. Sirius Black no. Sirius Black había ignorado esta regla desde que tenía uso de razón "¿Cómo se supone que voy a controlar mi forma de dormir si estoy dormido?".

Más susurros fuera de las cortinas, golpes, quejidos y muchos intercambios de "Shh...".

―También tengo sentido del oído― les hizo saber con una sonrisa en el rostro aún con los cerrados negándose a recibir directamente la luz -Solo les informo por si no lo sabían.

Un sonido de aclaramiento de garganta y menos sonidos de quejas o movimientos torpes ―Señor Black, ya es muy de mañana y su madre nos informó antes de partir que usted tenía que reunirse con la señorita McKinnon esta misma mañana en el desayuno ― Hubo un silencio, la voz masculina prosiguió ― Y, señor, ya falta una hora para la hora del desayuno.

La segunda voz se hizo presente apenas la primera dejó de hablar ―Y es de muy mala educación hacer esperar a una señ...

Otro sonido de un golpe y un quejido.

La melodiosa voz de Sirius Black se hizo presente llenando el silencio ― Marlene me perdonará.

Otro silencio.

―Pero, señor... ―empezó la primera voz otra vez, siendo interrumpida nuevamente esta vez por unas estruendosas carcajadas.

Las cortinas se abrieron de golpe haciendo sobresaltar a los sirvientes. Un joven de medianamente alto con cabello azabache ondeado que caía delicadamente sobre sus hombros, dejando algunos mechones sobre pasarse rebeldemente sobre su rostro, unos ojos grises y una sonrisa pícara, hacía aparición detrás de pilas telas.

―Un caballero no haría a las damas esperar ¿Verdad? ― preguntó intercambiando la mirada entre los dos jóvenes casi de su edad, frente a él.

Ambos asintieron, hicieron una reverencia y se acercaron cuidadosamente con las prendas en las manos.

―Oh, Dios, no ― hizo el heredero Black con una mueca de disgusto leve haciendo que los dos muchachos se detengan de golpe ―Yo solo ―tomó las ropas de sus manos y cerró las cortinas de golpe otra vez.

Los sirvientes se quedaron helados mirándose entre los dos intercambiando miradas confundidas. Para ser su primer día habían recibido instrucciones muy severas de los señores de la casa, un adolescente de mal carácter que les reclamó por llegar dos minutos tarde a cambiarlo para el desayuno, dándoles instrucciones demasiado minuciosas y detalladas de cómo debería ponerse un sombrero de copa correctamente y luego este joven que se reusaba a ser atendido a pesar del rango en el que se encontraba.

―Gracias ― dijo volviéndose a asomar por las cortinas y cerrándolas otra vez.

―Al menos agradeció ―susurró el segundo chico al primero.




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