C A P Í T U L O - U N O

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Capítulo 1



Andrew.

La vida está llena de sorpresas, más de las malas que de las buenas. Ahora estamos, al siguiente minuto no.

Mamá me decía que tenía que aprovechar cada momento de mi vida, que no debía perder el tiempo. Y eso hice, aproveché cada momento haciendo lo que me gustaba. Sin embargo, ella no me hizo consciente de que el tiempo que estaba perdiendo era el que no pasaba con ella.

Todo, desde mi punto de vista, ocurrió de prisa. Un domingo estaba en su casa visitándola, parecía cansada, pero no enferma, y dos días después me llamaron del hospital. Mamá tenía cáncer de cuello uterino, una enfermedad mortal que si no se detecta a tiempo puede matar rápidamente. A ella no se la detectaron a tiempo. Estuvo en diversos tratamientos, pero ninguno redujo las células cancerígenas.

¿Lo peor? No me lo dijo hasta que fue muy tarde.

Luego de esa llamada, mamá estuvo viva por cinco días, ingresada en el hospital. El cáncer le ganó la batalla.

Me sumí en la tristeza, pese a que ella me dijo antes de morir que debía seguir con mi vida. ¿Cómo demonios continúo cuando ella no está? Su muerte se llevó parte de mí y no volví a ser el mismo. Deambulo por la vida, más no vivo. ¿Qué sentido tiene aprovechar mi tiempo cuando no lo aproveché con la mujer que me dio la vida? Mamá tenía que haber sido sincera, pero supongo que el amor de un hijo no se mendiga ni se busca por medio de lástima.

Ya no quiero sorpresas, ni que sean buenas.

Las quiero lejos de mí.


♦♦♦


Cuatro años, tres meses y ocho días después de la muerte de mamá ‒no estoy llevando la cuenta, ella se lleva sola‒, mi enojo con el universo no ha cesado. Los que trabajan conmigo pueden dar fe de ello. No soy ese tipo alegre y divertido que vivía al límite.

¿Qué sentido tiene ser feliz cuando la vida se empeña en derribarte y hacerte sufrir?

La oficina se queda en silencio cuando entro; cabezas bajas, ojos enfocados en las pantallas de sus ordenadores, respiraciones aceleradas por el esfuerzo de correr a sus lugares y corazones acelerados, a la expectativa. Cada día es lo mismo, una rutina interminable.

En esto se ha convertido mi vida.

Pero hoy algo hay un cambio: un sonido irritante que amenaza con romper mis tímpanos. Los demás presentes abren los ojos alarmados, saben que esto les puede costar el empleo. Busco sobre las cabezas giradas hacia las pantallas de los ordenadores una que me pueda dar el indicio de dónde viene el sonido, sin embargo, no lo encuentro a la primera. Reviso el resto del lugar, agudizando mi vista para no perder detalle...

Es cuando la veo; una chica a la que no había visto antes, junto al dispensador de agua. Está medio girada hacia mí, sin notarme, enfocada en mi asistente, que está parado frente a ella. Él tiene la camisa manchada de un líquido marrón ‒asumo que es café‒, sus ojos puestos en mí. Le hace señas a la chica para que se calle, pero ella no lo hace, sino que ríe más fuerte.

No sé quién sea ni de dónde vino, pero se va hoy mismo.

—¡Marco, a mi oficina! —gruño en dirección a mi asistente.

La chica salta al escuchar mi grito y se gira de golpe hacia mí, frunciendo el ceño. Ha de reconocer que soy el jefe, porque su cara pálida se vuelve del color de un papel. Me permito detallarla, aprovechando que está demasiado ocupada mientras su mundo se cae a sus pies. Es bonita, del tipo que te da ternura. Cabello rubio largo que cae en hondas sobre sus pechos, ojos azules glaciales, piel pálida tersa, nariz respingada, labios apetecibles con el inferior más grueso que el superior, pómulos marcados, pestañas largas y cejas pobladas. Su cuerpo es relleno, con curvas, y es bajita, no ha de medir más de los 1,60 metros, y eso que lleva tacones.

Corromper a un ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora