C A P Í T U L O - C U A T R O

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Capítulo 4


Andrew.

No dijo sí, no la dejé hablar y expresar lo que quería y ahora esa certeza me persigue. Sé que suplicó que la follara, pero siento que la coaccioné a hacer algo para lo que no estaba segura. Es la única explicación que encuentro para que se haya ido anoche como lo hizo, sin despedirse, sin decir nada al respecto. ¡Maldita sea! Soy idiota, no tenía que besarla antes de que dijera que estaba de acuerdo. Aquí está el asunto, ella es menor que yo por 8 años, es apenas legal para beber alcohol desde hace un año y está claro quién es el experimentado de los dos. Si me denuncia por violación, pondría las manos frente a mí y le diría al oficial que me arreste sin poner peros.

He corrompido a un ángel de la peor manera.

Presiono el botón de llamado y espío por las paredes de cristal, esperando que se levante y venga. Sin embargo, como ha hecho toda la mañana, mira a Marco y le pide que venga él, dándole una sonrisa hermosa con la que lograría cualquier cosa. El pobre chico deja caer los hombros y le devuelve la sonrisa. Si no supiera que es gay ya le habría partido la cara por hacerle ojitos a mi chica.

¿Tu chica, West?

Sí, me gustaría reclamarla como mía. Odio las sorpresas y saber que me gusta para algo más que un simple ligue de una noche fue como recibir un golpe en plena cara sin previo aviso, pero no voy a oponerme. Ahora que la he probado sé que me puedo volver adicto a su sexo.

Marco entra a la oficina un minuto después y ni siquiera lo miro cuando digo:

—Dile a Leah que venga.

Soltando un resoplido, sale de mi oficina y se acerca a Leah, dándole el recado. Los ojos de ella conectan con los míos a través del cristal y una arruga de lo más tierna aparece entre sus cejas. Quiero besarla de nuevo y enterrarme profundo en su interior hasta que esa arruga desaparezca. Se levanta de su asiento y camina a paso decidido hacia la oficina. Mientras la veo venir, bajo las persianas para cubrir los cristales que dejan a la vista la habitación, por si las cosas van por un camino diferente al que creo que va a ir. Ella entra y cierra la puerta detrás de sí, quedándose parada allí, sin moverse.

—¿Solicitó mi presencia, Sr. West?

Sus palabras van directo a mi miembro, despertándolo.

—Sí, Leah —confirmo, poniéndome de pie y caminando hacia ella—, te mandé a llamar porque necesitamos hablar.

Evita mis ojos a toda costa, manteniendo una expresión circunspecta.

—¿Para qué, señor? —inquiere, tragando con dificultad.

Le afecto.

—Para hablar de lo que pasó anoche. —Me cruzo de brazos, quedando a una distancia prudencial. Si huelo su perfume temo lanzarme sobre ella antes de que dejemos las cosas claras—. Quiero que seas sincera conmigo y me digas si te sentiste obligada en algún momento. Te fuiste molesta anoche y solo puedo pensar en que nunca dijiste "sí".

Gira la cabeza hacia mí abruptamente, sus ojos abiertos de par en par.

—No dije "sí", pero créame que si no hubiese querido, me lo habría quitado de encima —asevera, horrorizada—. Lo siento si lo hice creer que me obligó o coaccionó a hacer algo que no quería, ese no fue el caso.

El alivio me recorre al tiempo que me confundo aún más. Si no está molesta porque la obligué, ¿qué demonios fue lo que hice para corriera de mí?

—¿Por qué te fuiste sin decir nada, entonces? —increpo, dando un paso tentativo hacia ella.

—Porque sé de primera mano que usted no es de los que se queda a hablar tonterías con las mujeres a las que se folla. Usted las desecha un segundo después de tener un orgasmo.

—¿Cómo sabes eso? —Me echo hacia atrás por el impacto de sus palabras.

—He atendido una cantidad insana de llamadas en las que las mujeres despotrican en su contra por haberlas dejado luego de lograr su cometido y me niego a ser una de ellas.

Bueno, esto se me está saliendo de las manos.

—No pensaba desecharte, Leah —aseguro en un tono suave, cerrando el espacio entre nosotros y poniendo una mano en su brazo—. Al contrario, estaba pensando en invitarte a cenar.

—Eso no... —se detiene, sin palabras. La he tomado por sorpresa—. Eso no tiene sentido, Sr. West.

—¿Puedes llamare Andrew mientras estemos solos y no esté dentro de ti? —pido y ella jadea. Pongo mi otra mano en su otro brazo y la traigo más cerca. Tengo que inclinar la cabeza para verla a la cara, es tan bajita que puede que tenga dolor en el cuello luego.

—Señor... —sacude la cabeza—, perdón, Andrew, ¿cómo estás tan seguro de que lo de anoche se va a volver a repetir?

—Tengo la intención de convencerte de que digo la verdad y que quiero tenerte en mi cama cada noche.

Un suspiro abandona su cuerpo y sonríe de lado, sus ojos brillando. Ella también quiere esto. Cierro el espacio entre nuestras caras, su boca se abre para mí y su lengua se encuentra con la mía a medio camino. La envuelvo con mis brazos y retrocedo hasta que la parte trasera de mis muslos choca contra el escritorio y me siento para estar a la misma altura. Le hago un hueco en medio de mis piernas y sus brazos rodean mi cuello. Mi erección, que había despertado cuando entró a mi oficina, ahora está presionando contra mi pantalón, pidiendo que la folle de nuevo en el escritorio. Leah suelta un suspiro en mi boca y estoy por girarme con ella en brazos, ponerla sobre la superficie de madera y comerle el sexo de nuevo hasta que grite mi nombre, pero alguien se aclara la garganta, provocando que nos soltemos como si nos prendimos fuego.

—¡Papá! —Leah es la primera en gritar y yo me pongo de pie, escudándome detrás de su cuerpo para que mi jefe no note lo emocionado que estoy de tener a su hija prácticamente sobre mí.

—Sr. Anders —asiento y él no me devuelve el gesto, solo me mira con la mandíbula tensa.

Me va a despedir, lo sé, pero no importa si con ello tengo la oportunidad de cortejar a Leah fuera de aquí.

—Venía a hablar del diseño que elegiste para la página web —informa, sombrío—. Lo que menos pensé es que te encontraría con la lengua metida en la garganta de mi hija.

—Sr. Anders, déjeme explicarle —suplico, apoyando una mano en el hombro de Leah. Él mira el gesto y arquea una ceja. Retiro la mano.

—Te voy a escuchar, pero en mi oficina en cinco minutos. —Se da la vuelta y abra la puerta, pero se gira hacia nosotros antes de salir—. Piensa bien tus palabras, Andrew, no quieres verme enfadado. 

Corromper a un ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora